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La semana pasada fue un momento crítico para este espacio. Un momento para reflexionar si sería mejor admitir la derrota, reconocer que el blog forma parte de la multitud en la red y considerar otras formas de comunicación, o simplemente desaparecer y rendirse al cómodo voyeurismo.

La otra opción era mantenerse firme, hacer caso de los alentadores mensajes de amigos y seguidores (¡siempre agradecidos!), comprender que la plataforma es solo un medio y que es el propósito lo que nos diferencia unos de otros.

Pero al sopesar las opciones, aparecen esos intangibles, esos destellos y aromas que nos recuerdan por qué empezamos todo esto hace casi ocho años. Fue cuando probé un Goliardo Caiño 2006 y me di cuenta de que la tierra tenía voz, y de que era un privilegio conocerla. Otros no tenían esa suerte, y era necesario hacer algo para demostrar que un vino podía contar de dónde venía de manera clara y emocionante.

Hoy, domingo, me encuentro con Candea 2014, o el delicioso fruto de la honestidad, creado por uno de esos individuos del mundo del vino que, desde la discreción y el trabajo, ha hecho mucho por dejar un mundo mejor de lo que lo encontró, José Luis Mateo. En ese momento, muchas cosas vuelven a tener sentido.

El año 2014 fue un desastre climático en Verín, marcado por una devastadora granizada que nos privó de Gorvias y Muradellas, pero nos brindó la oportunidad de explorar el terruño de Monterrei en un vino que injustamente será etiquetado como básico, porque regresa a sus raíces, pero donde encontraremos resumido todo lo grande del trabajo de este maestro del vino.

No tengo mucha información para ofrecer, porque José Luis prefiere que este vino pase discretamente por los bares, pero seguramente contiene dona branca, treixadura, quizás algo de lo que aquí llaman jerez. Probablemente provenga de suelos de sábrego. Diversos métodos de vinificación. Y un largo reposo final, posiblemente en fudres. Pero lo que realmente importa aquí es la supervivencia y el paisaje.

Candea desprende aromas a flor de manzanilla y orégano fresco, así como a almendra cruda y la brisa marina del interior. Incluso algo del lejano viento de Sanlúcar, que nos recuerda a la flor. En boca es intenso, muy salino, sabroso y con una acidez brillante. Es carnoso y tiene pequeños taninos que lo convierten en el compañero perfecto para un almuerzo mediterráneo, con tzatziki, burrata y un toque de tomate.

Son razones para creer que hay historias que valen la pena contar, porque quizás nadie más lo hará, donde sea que estemos.

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