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Me confieso como un ávido devorador de las novelas de George R.R. Martin, especialmente «Canción de Hielo y Fuego», la saga que inspiró la brillante (aunque más resumida) serie «Juego de Tronos». Lo he mencionado en varias ocasiones.

Una de las áreas que lamentablemente se descuidó en la versión televisiva fue la parte gastronómica. Martin no oculta su pasión por la comida y la bebida, y a menudo dedica páginas enteras a describir los banquetes que disfrutan los diversos personajes, a los que él mismo no parece tener mucho aprecio.

Entre estos banquetes, se habla de una variedad de vinos que se producen en Poniente y más allá del Mar Angosto. Y si hay un vino que se destaca sobre los demás, ese es el dorado de El Rejo, una fértil isla del sur (donde el invierno no llega) gobernada por la Casa Redwyne, vasalla de los Tyrell de Altojardín. Cersei Lannister incluso afirma que Poniente se desmoronaría sin este vino. Se describe como un vino blanco de color dorado, brillante, con un sabor delicioso y un toque dulce, pero muy fácil de beber, lo que sugiere también una buena acidez.

Siempre he tenido una imagen mental de cómo sabría ese dorado, hasta que recientemente tuve la oportunidad de probarlo.

Y esto me lleva a otra de mis pasiones literarias, que poco tiene que ver con lo anterior: Álvaro Cunqueiro. Una de las razones por las que disfruté estudiando literatura gallega, y a la que dediqué tiempo hasta leer su último artículo de prensa mientras preparaba «Galicia entre copas».

En mi búsqueda de información, me encontré con referencias constantes al vino favorito de Cunqueiro, el mítico agudelo de Betanzos. Descubrí que el agudelo en realidad era una variedad de uva originaria del Loira (Francia), la versátil chenin blanc, que por razones desconocidas llegó hasta el extremo noroeste de Galicia, dando origen a un vino que me fue imposible encontrar, ya que su elaboración simplemente había desaparecido.

Hace un año supe que los emprendedores de Conexión Mandeo se habían propuesto recuperar el vino de agudelo. Con un excepcional antecedente como su vino Alicerce, el resultado prometía.

Pero la viticultura no es fácil en Betanzos, el último viñedo del noroeste antes del océano, especialmente cuando las variedades maduran lentamente y las condiciones climáticas son desafiantes. Sin embargo, en 2015, ocurrió el milagro y las uvas lograron prosperar. La niebla constante y la escasez de sol, junto con las enfermedades de la vid, representan una amenaza constante. Sin embargo, la botrytis cinerea ayudó a aumentar el contenido de azúcar y aportó estabilidad y complejidad al vino. Las condiciones de la finca, en el cauce del río Mendo y en terrazas donde se retiene el calor, permiten que la podredumbre noble se desarrolle, siempre y cuando no sea suprimida por el mildiu, una enfermedad común en la región.

Las uvas fermentaron de forma espontánea en barricas de roble francés usado, donde el mosto permaneció durante un año antes de embotellarse sin filtrar en diciembre de 2016, y luego se dejó reposar.

El resultado es el sorprendente «Mar ao norde 2015», un vino de color dorado intenso que evoca aromas de dulces, naranjas escarchadas, yemas tostadas al fuego y curry dorándose en la sartén.

En boca, uno espera dulzura pero encuentra un vino seco y con carácter goloso, con la acidez de la naranja sanguina, la suavidad de la sal marina y el amargor de la avellana, todo ello con un toque crujiente de rúcula. Es un vino sabroso, largo e intenso, como si la mejor chenin blanc hubiera viajado al oeste y estuviera en manos expertas para expresar lo mejor de sí misma.

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