Le pongo en situación.
Está Ud. invitado a una barbacoa cuñadista. Repleta de esas criaturas bien denominadas por el Colectivo Decantado como "seres del aperitivo".
Soplan unos 39º grados a la sombra y pese a ello el evento (¡con fuego!) se ha convocado a las 13.30 del mediodía, bajo un sol de justicia. Los intentos por escurrir el bulto han sido estériles, so pena de suicidio conyugal irreversible, así que asiste usted. En plan perfil bajo.
Se habla de geopolítica, de quién consigue los coches más baratos y de soluciones fáciles y drásticas al conflicto secesionista. Y entonces usted, ingenuamente ufano, saca una botella de vino blanco bien fresquito, o peor, rosado, que en la lengua cuñadista es una mezcla indecente de blanco y tinto.
En uno y otro caso, se suceden las caras de extrañeza. De desprecio teñido de condescendencia. Se siente usted en minoría, con su tímida frasca, ante sus contrarios, que se alzan como molinos quijotescos, litrona de Aguila Amstel en ristre.
No le queda otra que retirarse al grupo de mujeres, que mientras hablan de la última receta de salmorejo del Hola!, le acompañarán con el trago blanco mientras añoran un "nosequé" frizzante que probaron hace un par de semanas en una fiesta muy trendy, en un bajo con jardín.
En ese momento se arrepentirá usted de no haber llevado ese riberita crianza que le habría ahorrado el mal rato, permiténdole interactuar con el personal, y demostrar todo lo aprendido en forocoches.
Para que esto no le ocurra, me voy a permitir recomendarle tres vinos tintos con los que se puede superar algo tan atroz como una barbacoa al calor, sin necesidad morir presa de compotas reserva servidas a temperatura ambiente (recordemos, 35º a la sombra) ni maderas ígneas que nos harían entrar en combustión espontánea.
El primero es un monastrell de Yecla, procedente de viñedos jóvenes de agricultura ecológica. Hay que enfriarlo, casi como si se tratase de un blanco (sin que el personal se entere, claro) y disfrutar de su gracia y carácter frutal, sencillo, directo y jugoso. Lo elabora Bodegas Castaño y el precio es bárbaro (apenas llega a los 6 euros). Disfrutará usted y su público, pero si algún colega especialmente recalcitrante se rebela, puede decirle que se elabora muy cerca de donde Juan Gil. Ahí se cuadrarán todos.
Por cierto, se llama Castaño Ecológico 2016.
La siguiente opción es un pelín más arriesgada, y requiere de algún apoyo en la manada. Alguien un poco más viajado, o un tipo de esos tan majos que les gusta probar de todo y sonríen aunque no les plazca. Escasean, pero hailos.
Albamar O Esteiro es un tinto de Rías Baixas que elabora Xurxo Alba con espadeiro, caíño y algo de mencía. Resulta super refrescante y aunque pueda sorprender al personal con su acidez, la gracia que tiene puede hasta con la terrible eventualidad de tener que beberlo en vaso de plástico. Fruta a saco, finura y un potencial gastronómico enorme. De hecho va de cine con los bocatas de chorizo que suele ser lo mejor que pasa por la barbacoa.
Si ponen cara rara cuando diga rías baixas y vean un tinto, diga que es un albariño tinto y a correr. Los frikis que campamos por aquí haremos como que no lo hemos oído.
La última botella que me bebí fue este excepcional 2014, pero da igual la que pillen. No he probado añada mala y, al igual que a Tom Cruise, a estos vinos el paso del tiempo les trae sin cuidado.
Y vamos con la que es, sin duda, la opción más atrevida. No risk, no glory. Nos vamos a mallorca...
- Si es que ahora, con los enólogos, se hace vino en cualquier lado, - dirá uno de sus cuñados.
Usted contestará que hay tanta tradición de vino en Mallorca, que hasta tienen sus propias uvas autóctonas adaptadas al entorno, como la callet y la mantonegro con las que se elabora esta maravilla natural, sin adición de sulfuroso, que para la tranquilidad del respetable, pasa unos meses en barrica de roble. Pero usted sabrá que lo importante es el bocado crujiente de cerezas maduras que es este vinazo, que huele también a manzana asada y a masa de pan fermentando, que es un espectáculo para los sentidos, y que sobre todo soprende por lo facil de beber que es.
Cható Paquita 2015 lo elaboró, en honor a su madre, Eloi Cedó, un tipo genial con una apuesta diferente y francamente emocionante. También les aseguro que vale mucho más de los diecitantos euros que cuesta.
Aunque le pongan a caldo por traer cosas tan raras, verá que permanentemente intentarán quitarle la botella que instintivamente guardará bajo el brazo con todas sus fuerzas, cediendo sólo en el momento en que se sirva otra copa.
P.D. Este post es igualmente válido para barbacoas decentes (las que en verano se hacen a partir de las siete de la tarde y nunca antes) disfrutadas con amigos y/o cuñados normales como con los que uno tiene la suerte de contar.
lunes, 24 de julio de 2017
martes, 11 de julio de 2017
Orange is the new white
Existe cierto tipo de comidas que el personal rara vez se plantea tomar con vino. Una de ellas es la pizza a domicilio, y podría tener tiene cierto sentido.
Seamos honestos. Aunque en general hablamos de productos reguleros elaborados con masas industriales bastante indigestas, las comemos y nos gustan. Existe además un aditivo seguramente no revelado que nos hace seguir engullendo, de manera casi enfermiza, cuando el apetito está ya saciado, y que seguramente tendrá que ver con cantidades ingentes de sal, azúcar y glutamato monosódico. Fruto de ello, uno come más de lo que debe y acaba contándole el resto del día al vaso de agua con bicarbonato.
Mientras nos encontramos dando cuenta del festín, se manifiesta además el efecto de otro aditivo tampoco revelado que obliga a beber mucho, generalmente bebidas enlatadas gaseosas y muy azucaradas o, en su defecto, cerveza mala. Vamos, un cóctel terrible todo.
Es curioso que esto no ocurra, o lo haga en menor medida, cuando uno se lo ha currado y elabora la pizza en casa desde la masa (los engendros congelados no cuentan), pero claro, me dirán, y con razón, que encender el horno en julio es (o debería ser) un delito grave contra la salud pública, y por ello se hace necesario buscar alternativas.
Hace algo más de un año que yo descubrí una en los aledaños de mi domicilio llamado Al Toke. Se trata de un proyecto tan sencillo como efectivo, consistente en tener un horno de leña y sólo meter en él productos decentes. Masa fresca elaborada con harinas ecológicas, aceite de oliva, mozzarellas de verdad, cebollas y pimientos asados al fuego y mucho sentido común en las recetas. Además, te las traen a casa. Fruto de lo anterior, yo hago menos pizza, y sí me apetece beber vino con ella. Vino fresco, de trago largo y de empaque suficiente como para hacer frente a crujientes y a sabores intensos. Para esto hay vinos naranjas que a mi juicio van especialmente bien.
Si bucean en mi historial verán que hablo poco del color del vino. Es un aspecto que trae un poco sin cuidado cuando se buscan aromas y sabores. El color es lo de menos, salvo cuando, como en el caso que nos ocupa, revela cierta información interesante.
En este caso hablamos, seguramente con millones de excepciones y salvedades que no mencionaremos hoy, de vinos de uvas blancas elaborados parcialmente como tintos, es decir, en los que el mosto ha permanecido durante un tiempo variable en contacto con las pieles. Aunque hay quien dice que esto no es nada más que una moda, hay multitud de zonas en las que puede demostrarse una tradición elaboradora según este método, interrumpida, en la mayoría de los casos, por los procedimientos ortodoxos que se imparten en las escuelas de enología, aunque en otros casos como el del Friuli al norte de Italia, o también al sur de Eslovenia, este método ha subsistido hasta nuestros dias desde hace más de un siglo.
¿Qué se busca con esto?, antes, seguramente, era lo que había. Hoy en día, posiblemente incorporar al vino una complejidad que difícilmente alcanzaría con una elaboración estandar, o simplemente dar una expresión diferente a la zona. Así encontramos, respectivamente, los casos de los deliciosos albillos que Orly Lumbreras elabora en Gredos (La Peguera y Sade), o los albariños con pieles que elaboran Rodrigo Méndez (Cos Pés) o Alberto Nanclares (Crisopa), así como cosas interesantísimas que se elaboran en Swartland (Sudáfrica), de las que estoy enamorado y de las que algún día hablaré.
Entre tanto, en aquella primera línea encontramos también algunos de los vinos de la Bodega Cueva que Mariano Taberner elabora en un paraje excepcional de Utiel-Requena, donde trabaja exclusivamente en ecológico para elaborar vinos como el delicioso Orange 2016 que hoy nos ocupa.
La maduración lenta y prolongada de la variedad tardana aporta un punch de frescura, dificil de imaginar en esta zona, a la mezcla que completa el macabeo. La armonía con una pizza artesanal (en este caso la hice yo en los días que refrescó) es casi atávica, cuando uno acerca la nariz. Huele a masa fermentando lentamente, a pomelo y a manzana asada. Al rato también a hierba limón y hojaldre en el horno.
En boca es fresco, chispeante, casi picante, pero al tiempo fluido y fácil de beber. Alegra con taninos pequeños, como un bocado crujiente y melancólico, parecido al del último borde de la pizza. El último trago que llega sin darse cuenta, porque se bebe solo.
Sabiendo que en algunos foros no está bien visto, les recomiendo que prueben un vino naranja, aunque sea en la intimidad y para poder decir que no les gusta.
Así hay más para los que lo disfrutamos. Suelen ser producciones pequeñas.
Seamos honestos. Aunque en general hablamos de productos reguleros elaborados con masas industriales bastante indigestas, las comemos y nos gustan. Existe además un aditivo seguramente no revelado que nos hace seguir engullendo, de manera casi enfermiza, cuando el apetito está ya saciado, y que seguramente tendrá que ver con cantidades ingentes de sal, azúcar y glutamato monosódico. Fruto de ello, uno come más de lo que debe y acaba contándole el resto del día al vaso de agua con bicarbonato.
Mientras nos encontramos dando cuenta del festín, se manifiesta además el efecto de otro aditivo tampoco revelado que obliga a beber mucho, generalmente bebidas enlatadas gaseosas y muy azucaradas o, en su defecto, cerveza mala. Vamos, un cóctel terrible todo.
Es curioso que esto no ocurra, o lo haga en menor medida, cuando uno se lo ha currado y elabora la pizza en casa desde la masa (los engendros congelados no cuentan), pero claro, me dirán, y con razón, que encender el horno en julio es (o debería ser) un delito grave contra la salud pública, y por ello se hace necesario buscar alternativas.
Esta tan fina la hizo un servidor, cuando el calor de julio aflojó |
Hace algo más de un año que yo descubrí una en los aledaños de mi domicilio llamado Al Toke. Se trata de un proyecto tan sencillo como efectivo, consistente en tener un horno de leña y sólo meter en él productos decentes. Masa fresca elaborada con harinas ecológicas, aceite de oliva, mozzarellas de verdad, cebollas y pimientos asados al fuego y mucho sentido común en las recetas. Además, te las traen a casa. Fruto de lo anterior, yo hago menos pizza, y sí me apetece beber vino con ella. Vino fresco, de trago largo y de empaque suficiente como para hacer frente a crujientes y a sabores intensos. Para esto hay vinos naranjas que a mi juicio van especialmente bien.
Si bucean en mi historial verán que hablo poco del color del vino. Es un aspecto que trae un poco sin cuidado cuando se buscan aromas y sabores. El color es lo de menos, salvo cuando, como en el caso que nos ocupa, revela cierta información interesante.
En este caso hablamos, seguramente con millones de excepciones y salvedades que no mencionaremos hoy, de vinos de uvas blancas elaborados parcialmente como tintos, es decir, en los que el mosto ha permanecido durante un tiempo variable en contacto con las pieles. Aunque hay quien dice que esto no es nada más que una moda, hay multitud de zonas en las que puede demostrarse una tradición elaboradora según este método, interrumpida, en la mayoría de los casos, por los procedimientos ortodoxos que se imparten en las escuelas de enología, aunque en otros casos como el del Friuli al norte de Italia, o también al sur de Eslovenia, este método ha subsistido hasta nuestros dias desde hace más de un siglo.
¿Qué se busca con esto?, antes, seguramente, era lo que había. Hoy en día, posiblemente incorporar al vino una complejidad que difícilmente alcanzaría con una elaboración estandar, o simplemente dar una expresión diferente a la zona. Así encontramos, respectivamente, los casos de los deliciosos albillos que Orly Lumbreras elabora en Gredos (La Peguera y Sade), o los albariños con pieles que elaboran Rodrigo Méndez (Cos Pés) o Alberto Nanclares (Crisopa), así como cosas interesantísimas que se elaboran en Swartland (Sudáfrica), de las que estoy enamorado y de las que algún día hablaré.
Entre tanto, en aquella primera línea encontramos también algunos de los vinos de la Bodega Cueva que Mariano Taberner elabora en un paraje excepcional de Utiel-Requena, donde trabaja exclusivamente en ecológico para elaborar vinos como el delicioso Orange 2016 que hoy nos ocupa.
La maduración lenta y prolongada de la variedad tardana aporta un punch de frescura, dificil de imaginar en esta zona, a la mezcla que completa el macabeo. La armonía con una pizza artesanal (en este caso la hice yo en los días que refrescó) es casi atávica, cuando uno acerca la nariz. Huele a masa fermentando lentamente, a pomelo y a manzana asada. Al rato también a hierba limón y hojaldre en el horno.
En boca es fresco, chispeante, casi picante, pero al tiempo fluido y fácil de beber. Alegra con taninos pequeños, como un bocado crujiente y melancólico, parecido al del último borde de la pizza. El último trago que llega sin darse cuenta, porque se bebe solo.
Sabiendo que en algunos foros no está bien visto, les recomiendo que prueben un vino naranja, aunque sea en la intimidad y para poder decir que no les gusta.
Así hay más para los que lo disfrutamos. Suelen ser producciones pequeñas.
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