Se acerca una época tan hermosa o perversa como uno quiera vivirla.
Se fomenta el consumismo y la frivolidad cuando la esencia de la fiesta invitan a lo contrario, a la generosidad, la austeridad y la cercanía. Servidumbres de la globalización.
Por eso vengo a proponerles el anti-banquete en forma de puro placer, sin derroches, sin guirnaldas, sin oro comestible, sin trufa y sin foie. No hace falta.
A cambio propongo autenticidad, naturaleza y sonrisa. Por eso lo primero que me viene a la cabeza es una persona como Julián Ruiz, un asceta de la viña que como persona representa todo lo que quiero ser, y que ha hecho de la naturaleza su ideario. y del vino su forma de vivir, en un lugar como la Mancha donde la tendencia conduce a la industrialización y lo homogéneo, él se resiste.
Con las rentas que le proporcionaron sus primeros melones y pimientos ecológicos, compró un viñedo en Quero (Toledo) con el que cumplir su sueño: hacer vinos sostenibles y emocionantes.
De viñas retorcidas y centenarias de uva airén hace Pampaneo Natural 2016. Sin ir más lejos (y les aseguro que no exagero), el vino con el que viviría el resto de mi vida si no me dejasen elegir más de uno.
Un vino naranja en el que el mosto permanece no menos de dos meses con las pieles, sin aditivos ni venenos, tan solo zumo de uva fermentado que huele a manzana reineta asada, al azúcar justo antes de caramelizar, a higo maduro y a la guayaba que se hace dulce en la olla de cobre, mientras chisporrotea.
Es frescura en el gaznate, con finísima aguja de juventud, tierna acidez y la longitud del abrazo de la abuela. El vino, insisto, que me llevaría a una isla desierta hasta que me encontrara la parca.
Y si tuviera que tomarlo con algo, pienso en faisán, en cordero asado, en brillantes angulas y en salmón de los Domínguez... pero para disfrutar de verdad, baste una lata de zamburiñas, picantes y caramelizadas de las que maneja Froiz con una hogaza de pan, muchos tenedores, más copas, y ganas de compartir.
Un banquete que (pan incluído), no llegará a 10 euros. Porque la felicidad se vende en paquetes pequeños.
domingo, 10 de diciembre de 2017
lunes, 20 de noviembre de 2017
El momento de los héroes: Chánselus 2015
Los meteorólogos hablan de un anticiclón situado sobre la península ibérica. De tornados y huracanes con nombres de telenovela. De lluvias torrenciales en el sudeste asiático. Y de una sequía que subsiste y no conoce antecedentes.
Algunos pensamos en que la naturaleza ejerce su derecho al pataleo frente un paso de la humanidad por la tierra tan efímero como dañino. Ante esto hay una masa que mira para otro lado, grupos de interés cortoplacista para los que sólo vale el dinero y, remando contra corriente, hay también un puñado de héroes. Tienen poco que ver con el hombre de hierro, el capitán américa o el hombre murciélago, y más con enterradores de cuernos de manos hinchadas mirando al cosmos, noche tras noche, a la espera de una gota de agua.
Ante mi incapacidad física de cambiar las cosas, admiro profundamente a personas como Bernardo Estévez. Un tipo que año tras año lucha contra a los elementos con las manos desnudas, con la esperanza del alcornoque que, inmóvil, ve cómo el incendio se aproxima.
Honestamente, creo que hablaría de él y de sus vinos aunque estos me gustaran poco, o me resultasen indiferentes, pero por fortuna no es el caso.
Disfrutaba de sus excelentes vinos en Arnoia antes de pisar su viña, de helechos y lechugas silvestres, de maleza entre las cepas. De armonía, de bichos campando a placer, de equilibrio fragil, de olor a tojo y a tierra dulce, de vida. Los disfruté nuevamente y con más intensidad cuando conocí sus parcelas, como quien saborea los últimos destellos de una onza de chocolate, antes de derretirse en el paladar. Porque sigo creyendo que hace los mejores vinos que en los últimos años han nacido del Ribeiro, que no es poco.
Bernardo no quiere ser un héroe, ni hace lo que hace por un nicho de mercado o un margen de beneficio. Ya no queda tiempo para eso. Las plagas y los incendios son fuertes, devastadores, pierde decenas, centenares de kilos año tras año, mientras aplica la filosofía biodinámica, de mínima intervención y procesos naturales, todo por una idea, la de que la tierra viva es lo importante.
Bernardo trabaja como lo hace porque cree que es lo que debe hacer, y eso lo cambia todo. Y al margen de todo ese trabajo, aunque inseparablemente, sus vinos son únicos.
Bernardo trabaja como lo hace porque cree que es lo que debe hacer, y eso lo cambia todo. Y al margen de todo ese trabajo, aunque inseparablemente, sus vinos son únicos.
Hace tiempo que no hablamos. El bambú que me regaló hace unos años murió este verano, pasto de la sequía y mi descuido. Y como no valgo para cuidar, me resigno a hacer de notario de la realidad. La de un Chánselus Castes Brancas 2015 que compré casi en secreto, queriendo saber qué era de mi amigo en la distancia.
Un vino que sonríe tras el descorche. Susurra directo al alma, con el viento que atraviesa el bosque de pino y eucalipto hasta llegar a la viña. Melindre, dulces de coco y hojaldre recién horneados, piñones tostados que ceden al mordisco, tomillo y miel con limón caliente. Trascendencia tánica en el paladar. Dulce recuerdo. La tensión del equilibrio.
Un blanco de viejas cepas de treixadura, lado, silveiriña, loureira, albillo, albilla y verdello antigo que se funden haciendo del paraje eternidad. Un vino capaz de hacer especial un día anodino, o un domingo cualquiera.
Dice una amiga, que sabe mucho más de uvas de lo que yo nunca sabré, que los mejores vinos del mundo proceden de la viticultura convencional. Posiblemente sea cierto, el problema es que yo hace algún tiempo que me bajé de ese mundo. Lo picoteo de vez en cuando desde una marginalidad aceptada, cierto, pero mi corazón, cobarde, está con la tierra, con los vinos que como Chánselus hablan de otras cosas, como lo hace un grito ahogado en la muchedumbre y tan solo percibido por unos cuantos.
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Fotografía de Anabel Carrión para Galicia entre Copas. |
Porque en el mundo cuatro ge, no hay tantas ocasiones para emocionarse.
lunes, 13 de noviembre de 2017
Ranking 2017: Los Ganadores
Reiterando los agradecimientos, que nunca serán suficientes, al equipo de A la Volé, Venta Magullo y al excepcional equipo de catadores que este año nos ha acompañado, procederemos a publicar la ansiada lista de los 10 ganadores.
No sin antes mencionar el excepcional nivel mostrado este año y lo apuradas que han estado las puntuaciones en la parte más alta, y la buena calidad general de los vinos que hemos probado. Vinos mayoritariamente honestos, en los que ha primado la autenticidad y donde año tras año aumentan los compromisos sostenibles con la tierra.
Y sin más preámbulos (que seguramente nadie leerá) procedemos a relatar el resultado de la cata:
Nº 10: El vino es un arte necesario, el único que se comparte, que nos hace más felices, y que no entiende de enfrentamientos, sino de alegría. La misma alegría que muestra esta garnacha pura y mediterránea que sorprendió al jurado por su carácter y robustez. Elaborada por la bodega Fermí Bohigas, se vinifica con maderas usadas que no tapen la fruta arrebatadora que es buque insignia en este excelente vino. Bohigas Garnatxa Negra 2016.
Nº 9: Como algunos podrán comprobar en la trayectoria reciente del ranking, la uva ibérica por excelencia, la garnacha, ha vuelto para quedarse. Prueba viva, y nunca mejor dicho, es este delicioso vino elaborado por Bodegas Ziries, el proyecto de Javier Castro y Sonia López, encumbrado un buen día por el gran Flequi Berruti. Un tinto ecológico procedente de tres parcelas situadas en Cuerva (Toledo) en una pequeña producción en la que una parte del vino pasa por barricas usadas durante 10 meses, mientras la partida de vino más "fresco" madura en depósito. Tras su apertura agradece enormemente un buen tiempo de aireación, e incluso decantado para mostrar todo su potencial. El resultado es un trago perfumado y vibrante que hace soñar. Con Viento Fresco 2015.
Nº 8: El albariño que ya se ha convertido en un clásico en este Ranking. Siempre presente, siempre a un gran nivel y siempre haciendo gala de terruño fácil de beber. Más cítricos que manzana, y más austeridad que a la que nos tienen acostumbrados los vinos estándar aburridos e idénticos. Un blanco elaborado por Adega Pombal, asesorada por Dominique Roujou de Boubee que, como todo en lo que este genio interviene, mejorará aun más con el paso de los años. Arcan 2016.
Nº 7: Vuelve otro de los artistas asiduos en el Ranking. Algo lógico, teniendo en cuenta que su proyecto consiste, precisamente, en vinos artesanos, que dicen de donde vienen y cuyos precios están al alcance de todos. Se trata de Germán R. Blanco en la segunda añada de su pequeño proyecto en Rioja, consistente en elaborar un tinto joven clásico de tempranillo y viura en el que la fruta roja y la sencillez son sus señas de identidad. 100% ecológico y para beber por palets a un precio de risa. La bicicleta voladora 2016.
Nº 6. Y de nuevo regresa la garnacha, esta vez de la mano de Orly Lumbreras en un vino inconfundible, que hace de Gredos un territorio alegre, vibrante y rockero. El tinto que todo local de Madrid debiera tener por copa, si hubiese botellas para todos. Así que, como no las hay, apresúrense a conseguir la suya, y no lo cuenten mucho. Los besos que te robé 2016.
Nº 5. Sublimando el concepto del "por, para", posiblemente el más avezado comerciante de vinos y viandas de la villa de Pontevedra, Roberto Juncal, que supo encontrar en la tipicidad extrema del atlántico en los tintos de Rías Baixas, un vino con el temple y el vigor suficientes para llegar al público general, el del chateo, pero sin concesiones a lo convencional y sin ceder media parcela de terruño. Un delicioso trago frutal y refrescante que puede ser la entrada perfecta a los no siempre fáciles caiños y espadeiros de la zona. Capitán Xurelo 2015.
Nº 4. Resulta enormemente gratificante que, al fin y tras muchos años de certamen, un vino rosado se clasificara en la parte alta. La tendencia relativamente reciente de los rosados serios y de calidad ha tenido este 2017 su fiel reflejo entre los diez primeros con este particular rosado de lágrima, de la bodega jerezana Luis Pérez elaborado al 100% con tintilla de Rota, variedad local de la graciano. Un vino vibrante y especiado, con formidable acidez, pero sin concesiones a las modas. Marismilla 2016.
Nº 3. Llegamos a los tres primeros y una vez más nos encontramos con Germán R. Blanco y su proyecto Casa Aurora. Las notas de los catadores en ningún caso dejaron lugar a dudas por no dejar indiferente a nadie. Un vino tenso, racial e intenso, elaborado en la villa de Albares con cepas muy viejas de garnacha tintorera, palomino, bastardo, mencía y garnacha tinta, vinificado por parcelas en botticcelas de roble de 1.000 l, huevos de hormigón y tinajas de barro. Con una enorme carga de suelo, agradece ser abierto con cierto tiempo, y si alguien lo quiere guardar, ganará aun más con unos años. Clos Pepin 2016
Nº 2. Y qué decir de un albariño enorme, que ha sido casi buque insignia de este certamen, por su autenticidad, su intensidad y su capacidad, año tras año, de mostrar en cada trago el paraje único, pegado al mar, en el que se encuentran sus cepas. Poco puede abundarse, más allá de disfrutar de él y felicitar al gran Xurxo Alba. Albamar 2016
Nº 1. Y terminamos la edición de 2017 una bodega de un lugar poco conocido, adscrita a la IGP Viño da Terra do Barbanza e Iria, y situado en el extremo más occidental de Galicia, casi a medio camino entre las rías altas y las bajas. Desde hace muchos años en Adega Entre Os Ríos elaboran uno de los albariños más atrevidos que se han elaborado nunca, y que sale al mercado con un mínimo de tres años de crianza. Aunque a un precio francamente irrisorio para su calidad, se nos escapaba de los parámetros de este Ranking. Sin embargo, en 2017 Paco y José Crusat (padre e hijo) decidieron sacar al mercado a un hermano pequeño, igualmente con una larga crianza sobre lías, aunque con un perfil más jovial y directo. Sus tonos dorados, su profunda fragancia de pomelo, miel de tomillo y mar de fondo provocaron la unanimidad del jurado que, a ciegas determinó con rotundidad que el ganador de este año debía ser: Saras 2014
Y sin más, aprovechando la ocasión para felicitar a los premiados por su excelente trabajo, así como para agradecer su confianza a todos los participantes, nos emplazamos a volver con el Ranking en 2018. Entre tanto, nos veremos por esta bitácora de tanto en tanto.
No sin antes mencionar el excepcional nivel mostrado este año y lo apuradas que han estado las puntuaciones en la parte más alta, y la buena calidad general de los vinos que hemos probado. Vinos mayoritariamente honestos, en los que ha primado la autenticidad y donde año tras año aumentan los compromisos sostenibles con la tierra.
Y sin más preámbulos (que seguramente nadie leerá) procedemos a relatar el resultado de la cata:
Nº 10: El vino es un arte necesario, el único que se comparte, que nos hace más felices, y que no entiende de enfrentamientos, sino de alegría. La misma alegría que muestra esta garnacha pura y mediterránea que sorprendió al jurado por su carácter y robustez. Elaborada por la bodega Fermí Bohigas, se vinifica con maderas usadas que no tapen la fruta arrebatadora que es buque insignia en este excelente vino. Bohigas Garnatxa Negra 2016.
Nº 8: El albariño que ya se ha convertido en un clásico en este Ranking. Siempre presente, siempre a un gran nivel y siempre haciendo gala de terruño fácil de beber. Más cítricos que manzana, y más austeridad que a la que nos tienen acostumbrados los vinos estándar aburridos e idénticos. Un blanco elaborado por Adega Pombal, asesorada por Dominique Roujou de Boubee que, como todo en lo que este genio interviene, mejorará aun más con el paso de los años. Arcan 2016.
Nº 6. Y de nuevo regresa la garnacha, esta vez de la mano de Orly Lumbreras en un vino inconfundible, que hace de Gredos un territorio alegre, vibrante y rockero. El tinto que todo local de Madrid debiera tener por copa, si hubiese botellas para todos. Así que, como no las hay, apresúrense a conseguir la suya, y no lo cuenten mucho. Los besos que te robé 2016.
Nº 5. Sublimando el concepto del "por, para", posiblemente el más avezado comerciante de vinos y viandas de la villa de Pontevedra, Roberto Juncal, que supo encontrar en la tipicidad extrema del atlántico en los tintos de Rías Baixas, un vino con el temple y el vigor suficientes para llegar al público general, el del chateo, pero sin concesiones a lo convencional y sin ceder media parcela de terruño. Un delicioso trago frutal y refrescante que puede ser la entrada perfecta a los no siempre fáciles caiños y espadeiros de la zona. Capitán Xurelo 2015.
Nº 4. Resulta enormemente gratificante que, al fin y tras muchos años de certamen, un vino rosado se clasificara en la parte alta. La tendencia relativamente reciente de los rosados serios y de calidad ha tenido este 2017 su fiel reflejo entre los diez primeros con este particular rosado de lágrima, de la bodega jerezana Luis Pérez elaborado al 100% con tintilla de Rota, variedad local de la graciano. Un vino vibrante y especiado, con formidable acidez, pero sin concesiones a las modas. Marismilla 2016.
Nº 3. Llegamos a los tres primeros y una vez más nos encontramos con Germán R. Blanco y su proyecto Casa Aurora. Las notas de los catadores en ningún caso dejaron lugar a dudas por no dejar indiferente a nadie. Un vino tenso, racial e intenso, elaborado en la villa de Albares con cepas muy viejas de garnacha tintorera, palomino, bastardo, mencía y garnacha tinta, vinificado por parcelas en botticcelas de roble de 1.000 l, huevos de hormigón y tinajas de barro. Con una enorme carga de suelo, agradece ser abierto con cierto tiempo, y si alguien lo quiere guardar, ganará aun más con unos años. Clos Pepin 2016
Nº 2. Y qué decir de un albariño enorme, que ha sido casi buque insignia de este certamen, por su autenticidad, su intensidad y su capacidad, año tras año, de mostrar en cada trago el paraje único, pegado al mar, en el que se encuentran sus cepas. Poco puede abundarse, más allá de disfrutar de él y felicitar al gran Xurxo Alba. Albamar 2016
Nº 1. Y terminamos la edición de 2017 una bodega de un lugar poco conocido, adscrita a la IGP Viño da Terra do Barbanza e Iria, y situado en el extremo más occidental de Galicia, casi a medio camino entre las rías altas y las bajas. Desde hace muchos años en Adega Entre Os Ríos elaboran uno de los albariños más atrevidos que se han elaborado nunca, y que sale al mercado con un mínimo de tres años de crianza. Aunque a un precio francamente irrisorio para su calidad, se nos escapaba de los parámetros de este Ranking. Sin embargo, en 2017 Paco y José Crusat (padre e hijo) decidieron sacar al mercado a un hermano pequeño, igualmente con una larga crianza sobre lías, aunque con un perfil más jovial y directo. Sus tonos dorados, su profunda fragancia de pomelo, miel de tomillo y mar de fondo provocaron la unanimidad del jurado que, a ciegas determinó con rotundidad que el ganador de este año debía ser: Saras 2014
Y sin más, aprovechando la ocasión para felicitar a los premiados por su excelente trabajo, así como para agradecer su confianza a todos los participantes, nos emplazamos a volver con el Ranking en 2018. Entre tanto, nos veremos por esta bitácora de tanto en tanto.
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martes, 3 de octubre de 2017
Ranking 2017: Convocatoria
Un año más, y pese a muchas dificultades, volvemos a convocar el Ranking de los 10 mejores vinos por menos de 10 euros, y con tanta o más ilusión que el primer día.
Cuando las cosas funcionan bien, creemos que tiene poco sentido cambiarlas, y máxime cuando tenemos la suerte de contar, una vez más, con el equipo de A la volé, así que nuevamente reuniremos a un grupo de apasionados del vino procedentes de distintos sectores (bodegueros, enólogos, periodistas, sumilleres, tenderos, distribuidores, aficionados, bloggers, etc), y lo volveremos a hacer en Venta Magullo, en Segovia, en el mejor ambiente posible para decidir a ciegas y de la manera más rigurosa cuales son los 10 mejores vinos por menos de 10 euros de 2017.
Las premisas, esta vez con un plazo algo más corto que años anteriores, son las siguientes:
- Puede participar cualquier producto que tenga la consideración legal de vino y que pueda encontrarse en el mercado español a un precio de venta al público igual o inferior a 10 euros, con un margen de diferencia máximo de 1,95 euros.
- El plazo de envío de muestras comienza hoy, día 3 de octubre, y finaliza el 3 de noviembre de 2017, debiendose anunciar previamente la candidatura al correo electrónico:
- Seguidamente, se enviarán las muestras (tres botellas por marca) indicando con claridad en el paquete RANKING VINOS -10 a la siguiente dirección postal:
- La Cata se celebará el 4 de noviembre de 2017 en las instalaciones del complejo hotelero Venta Magullo, Segovia. Como siempre, será a ciegas, con las botellas debidamente tapadas y removiendo cualquier signo que pueda permitir su identificación a los miembros del jurado. - Los resultados se publicará, como siempre, en los días posteriores a la cata y siempre antes del 20 de noviembre de 2017.
- Todos los navegantes que pasen por aquí, pueden hacer sus propuestas en comentarios al post. No obstante, la organización agradecerá enormemente la gestión a quienes tengan la amabilidad de dirigirse a las propias bodegas elaboradoras, facilitándoles la dirección de este post e invitándoles a participar, y con ello agilizar el proceso.
Sin más que añadir, animamos a todos a participar y deseamos mucha suerte a quienes se presenten al certamen, cuanto mayor sea la participación, mayor será la representación y por tanto más rico y legítimo será el resultado.
Para más información, adjuntamos enlace a un dossier ampliado, si bien las fechas a tener en cuenta son las indicadas más arriba.
Cuando las cosas funcionan bien, creemos que tiene poco sentido cambiarlas, y máxime cuando tenemos la suerte de contar, una vez más, con el equipo de A la volé, así que nuevamente reuniremos a un grupo de apasionados del vino procedentes de distintos sectores (bodegueros, enólogos, periodistas, sumilleres, tenderos, distribuidores, aficionados, bloggers, etc), y lo volveremos a hacer en Venta Magullo, en Segovia, en el mejor ambiente posible para decidir a ciegas y de la manera más rigurosa cuales son los 10 mejores vinos por menos de 10 euros de 2017.
Las premisas, esta vez con un plazo algo más corto que años anteriores, son las siguientes:
- Puede participar cualquier producto que tenga la consideración legal de vino y que pueda encontrarse en el mercado español a un precio de venta al público igual o inferior a 10 euros, con un margen de diferencia máximo de 1,95 euros.
- El plazo de envío de muestras comienza hoy, día 3 de octubre, y finaliza el 3 de noviembre de 2017, debiendose anunciar previamente la candidatura al correo electrónico:
info@rankingvinos10.com
- Seguidamente, se enviarán las muestras (tres botellas por marca) indicando con claridad en el paquete RANKING VINOS -10 a la siguiente dirección postal:
Vigneron Wines S.L.
C/ Gremios del Cuero 4, Nave Alupan
40195 Polígono de Hontoria (Segovia)
Teléfono 629681887
- La Cata se celebará el 4 de noviembre de 2017 en las instalaciones del complejo hotelero Venta Magullo, Segovia. Como siempre, será a ciegas, con las botellas debidamente tapadas y removiendo cualquier signo que pueda permitir su identificación a los miembros del jurado. - Los resultados se publicará, como siempre, en los días posteriores a la cata y siempre antes del 20 de noviembre de 2017.
- Todos los navegantes que pasen por aquí, pueden hacer sus propuestas en comentarios al post. No obstante, la organización agradecerá enormemente la gestión a quienes tengan la amabilidad de dirigirse a las propias bodegas elaboradoras, facilitándoles la dirección de este post e invitándoles a participar, y con ello agilizar el proceso.
Sin más que añadir, animamos a todos a participar y deseamos mucha suerte a quienes se presenten al certamen, cuanto mayor sea la participación, mayor será la representación y por tanto más rico y legítimo será el resultado.
Para más información, adjuntamos enlace a un dossier ampliado, si bien las fechas a tener en cuenta son las indicadas más arriba.
lunes, 11 de septiembre de 2017
Ponte da Boga, Godello 2013
Les contaré un cotilleo de Ribeira Sacra. Sí, muy friqui todo. Por lo visto, el que quiera petarlo en la zona y hacer de su viñedo el más deseado, no debe cultivar o plantar mencía. Aunque no se lo crean, tampoco brancellao, merenzao ni caiño. Ni siquiera alicante.
No. Lo que más se demanda ahora mismo es el blanco, y concretamente el godello. Porque cualquiera puede tener godello en Valdeorras, pero en más allá del Sil y el Miño, es una proeza que se paga cara. Y con el tiempo uno empieza a entender por qué.
Todavía recuerdo una de las grandes botellas de mi vida, Algueira Blanco FB 2003, mientras recapitulo experiencias de guarda, casi siempre satisfactorias. Mejor cuanto más al oeste.
Mientras recuerdo estas cosas tiro de armario. Con amnesia selectiva siempre consigo que alguna botella se olvide durante tres, dos años al menos, y ver qué pasa. Y curiosamente, las más gratas no necesariamente van acompañadas de mayores desembolsos. He aquí un ejemplo llamado Ponte da Boga.
En 2013, una de las peores añadas de la década en Ribeira Sacra, fue donde se conoció a los buenos productores por sus básicos. Entre otros, dos nombres: Pedro Rodríguez y su Guímaro, y Dominique Roujou con sus básicos de Ponte da Boga. Con el godello, buenas decisiones en viña, selección de uva y una elaboración seria y honesta. Fermentación natural, depósito y una botella de la que nos olvidamos durante algo más de tres años.
No es el godello una variedad oxidativa, ni Dominique muy amigo de que sus vinos se vean afectados por elementos ajenos. Nos llega puro, pajizo, con aromas de hoja de lima e hinojo. También de azafrán y del cuarzo pulido por el paso del río. Es muy seco en boca, untuoso, glicérico pero con acidez tersa y refrescante. Se hace ancho con taninos pequeños unidos a un fino y elegante amargor. A su paso resulta largo, hace salivar y pide otra copa.
Y les diré un secreto. No es un vino difícil de encontrar. Miren incluso en grandes superficioes, o pregunten por él en alguno de los bares en los que se sirve Estrella Galicia de Bodega. No garantizo éxito pero tal vez se lleven una sorpresa, sobre todo si nadie preguntó antes y pueden descorchar una botella con años.
La espera vale la pena, y si lo acompañan de unos mejillones al vapor, con un toque de lima rallada, el llanto asegurado.
martes, 8 de agosto de 2017
El vino dorado de El Rejo (The Arbor Gold Wine)
Me confieso devorador de las novelas de George H.R. Martin, Canción de Hielo y Fuego. En efecto, los que dieron lugar a la brillante (aunque no tan prolija) serie Juego de Tronos. Ya lo he dicho alguna vez.
Por economía procesal son muchos los detalles que se han obviado en la versión televisiva y uno de ellos, por desgracia, es la parte gastronómica. Martin no hace esfuerzos en ocultar su pasión por la comida y la bebida y, aparte de en su envergadura, ello tiene también reflejo en sus páginas, en las que se recrea, en ocasiones durante párrafos y párrafos, en los banquetes que disfrutan los diferentes personajes por los que tan poco aprecio demuestra.
Habla fundamentalmente de platos, pero también de los diferentes vinos y demás bebidas que se elaboran en Poniente, y más allá del Mar Angosto. Casi todos ellos acaban antes o después pasando por el gaznate de Tyrion Lannister.
Y si algún vino es sin duda el rey, ese es el dorado de El Rejo, una fértil isla del sur (donde no llega el invierno) gobernada por la casa Redwyne, vasalla de los Tyrell de Altojardín. Dice Cersei Lannister que sin este vino, Poniente se desmoronaría. Se describe con frecuencia como un vino blanco color oro, brillante, sabroso y de fondo dulzón, pero muy bebible, por lo que le suponemos también una buena acidez.
Siempre he tenido una imagen en la mente de cómo sabría ese dorado, hasta que hace muy poco me encontré con él.
Y esto me lleva a otra de mis pasiones literarias que poco tiene que ver con lo antedicho: Alvaro Cunqueiro. Una de las razones por las que agradecí estudiar literatura gallega, y en la que profundicé hasta en su último artículo de prensa mientras preparaba Galicia entre copas.
En esa búsqueda de información encontré la constante referencia al que parecía ser el vino favorito de Cunqueiro, el mítico agudelo de Betanzos. Supe también que agudelo era en realidad una uva natural del Loira (Francia), la versátil chenin blanc, y que por razones que no están claras, llegó hasta el extremo noroeste de Galicia, dando lugar a un vino que no fui capaz de encontrar pese a remover cielo y tierra, pues su elaboración, sencillamente, había desaparecido.
Hasta ahora.
Hace un año supe que los emprendedores de Conexión Mandeo (Ángel Pedreira Vieiro, José Luis Bouzón Beade, Juan Naveira Presedo, Pablo Fernández Coroas y Ricardo Rilo Rodríguez) se habían propuesto recuperar el vino de agudelo. Con un excepcional antecedente como su vino Alicerce, el resultado prometía.
Pero la viticultura no es sencilla en Betanzos, el último viñedo del noroeste antes del océano, y menos cuando las variedades maduran lento y tarde. La niebla es una constante, el sol escasea y las enfermedades suponen la mayor amenaza. Aunque no todas. La botrytis ayuda a subir algo el grado, así como a proporcionar la estabilidad y empaque que merece. Las condiciones de la finca, en el cauce del Río Mendo y en bancal, donde el calor se retiene y la ventilación es escasa, permiten arraigar a la podredumbre noble, siempre y cuando el mildiu, en un entorno que es su salsa, no acabe con toda la producción.
En 2015 ocurrió el milagro y las uvas salieron adelante. Fermentaron espontáneamente en roble francés usado, donde el mosto permaneció un año. Se embotelló sin filtrar en diciembre de 2016, y descansó.
Hasta ahora.
En un mundo de vinos de libro, la sorpresa llega con nombre literario, Mar ao norde 2015, y cuando menos te lo esperas, en forma de dorado intenso y desconcertante, que huele a melindres, a naranja escarchada, a yema tostada al fuego, y al curry dorándose en la sartén.
El paladar espera dulcedumbre, y se encuentra con un vino seco de alma golosa, con la acidez de la naranja sanguina, la caricia de la sal y el norte implacable, con el amargo de la avellana y el picor crujiente de la rúcula. Es sabroso, largo, intenso, como si la mejor chenin viajara al oeste y estuviera en las manos más diestras para dar lo mejor de sí.
Como si fuera el vino dorado del Rejo, capaz de doblegar a un Rey a su voluntad y hacerse eterno hasta la última copa.
Un vino que merece la pena probar, al menos una vez en la vida.
Un placer inolvidable, porque el norte no olvida.
Por economía procesal son muchos los detalles que se han obviado en la versión televisiva y uno de ellos, por desgracia, es la parte gastronómica. Martin no hace esfuerzos en ocultar su pasión por la comida y la bebida y, aparte de en su envergadura, ello tiene también reflejo en sus páginas, en las que se recrea, en ocasiones durante párrafos y párrafos, en los banquetes que disfrutan los diferentes personajes por los que tan poco aprecio demuestra.
Habla fundamentalmente de platos, pero también de los diferentes vinos y demás bebidas que se elaboran en Poniente, y más allá del Mar Angosto. Casi todos ellos acaban antes o después pasando por el gaznate de Tyrion Lannister.
Y si algún vino es sin duda el rey, ese es el dorado de El Rejo, una fértil isla del sur (donde no llega el invierno) gobernada por la casa Redwyne, vasalla de los Tyrell de Altojardín. Dice Cersei Lannister que sin este vino, Poniente se desmoronaría. Se describe con frecuencia como un vino blanco color oro, brillante, sabroso y de fondo dulzón, pero muy bebible, por lo que le suponemos también una buena acidez.
Siempre he tenido una imagen en la mente de cómo sabría ese dorado, hasta que hace muy poco me encontré con él.
Y esto me lleva a otra de mis pasiones literarias que poco tiene que ver con lo antedicho: Alvaro Cunqueiro. Una de las razones por las que agradecí estudiar literatura gallega, y en la que profundicé hasta en su último artículo de prensa mientras preparaba Galicia entre copas.
En esa búsqueda de información encontré la constante referencia al que parecía ser el vino favorito de Cunqueiro, el mítico agudelo de Betanzos. Supe también que agudelo era en realidad una uva natural del Loira (Francia), la versátil chenin blanc, y que por razones que no están claras, llegó hasta el extremo noroeste de Galicia, dando lugar a un vino que no fui capaz de encontrar pese a remover cielo y tierra, pues su elaboración, sencillamente, había desaparecido.
Hasta ahora.
Hace un año supe que los emprendedores de Conexión Mandeo (Ángel Pedreira Vieiro, José Luis Bouzón Beade, Juan Naveira Presedo, Pablo Fernández Coroas y Ricardo Rilo Rodríguez) se habían propuesto recuperar el vino de agudelo. Con un excepcional antecedente como su vino Alicerce, el resultado prometía.
El agudelo de Conexión Mandeo en Betanzos |
En 2015 ocurrió el milagro y las uvas salieron adelante. Fermentaron espontáneamente en roble francés usado, donde el mosto permaneció un año. Se embotelló sin filtrar en diciembre de 2016, y descansó.
Hasta ahora.
En un mundo de vinos de libro, la sorpresa llega con nombre literario, Mar ao norde 2015, y cuando menos te lo esperas, en forma de dorado intenso y desconcertante, que huele a melindres, a naranja escarchada, a yema tostada al fuego, y al curry dorándose en la sartén.
El paladar espera dulcedumbre, y se encuentra con un vino seco de alma golosa, con la acidez de la naranja sanguina, la caricia de la sal y el norte implacable, con el amargo de la avellana y el picor crujiente de la rúcula. Es sabroso, largo, intenso, como si la mejor chenin viajara al oeste y estuviera en las manos más diestras para dar lo mejor de sí.
Como si fuera el vino dorado del Rejo, capaz de doblegar a un Rey a su voluntad y hacerse eterno hasta la última copa.
Un vino que merece la pena probar, al menos una vez en la vida.
Un placer inolvidable, porque el norte no olvida.
lunes, 24 de julio de 2017
Tres tintos veraniegos
Le pongo en situación.
Está Ud. invitado a una barbacoa cuñadista. Repleta de esas criaturas bien denominadas por el Colectivo Decantado como "seres del aperitivo".
Soplan unos 39º grados a la sombra y pese a ello el evento (¡con fuego!) se ha convocado a las 13.30 del mediodía, bajo un sol de justicia. Los intentos por escurrir el bulto han sido estériles, so pena de suicidio conyugal irreversible, así que asiste usted. En plan perfil bajo.
Se habla de geopolítica, de quién consigue los coches más baratos y de soluciones fáciles y drásticas al conflicto secesionista. Y entonces usted, ingenuamente ufano, saca una botella de vino blanco bien fresquito, o peor, rosado, que en la lengua cuñadista es una mezcla indecente de blanco y tinto.
En uno y otro caso, se suceden las caras de extrañeza. De desprecio teñido de condescendencia. Se siente usted en minoría, con su tímida frasca, ante sus contrarios, que se alzan como molinos quijotescos, litrona de Aguila Amstel en ristre.
No le queda otra que retirarse al grupo de mujeres, que mientras hablan de la última receta de salmorejo del Hola!, le acompañarán con el trago blanco mientras añoran un "nosequé" frizzante que probaron hace un par de semanas en una fiesta muy trendy, en un bajo con jardín.
En ese momento se arrepentirá usted de no haber llevado ese riberita crianza que le habría ahorrado el mal rato, permiténdole interactuar con el personal, y demostrar todo lo aprendido en forocoches.
Para que esto no le ocurra, me voy a permitir recomendarle tres vinos tintos con los que se puede superar algo tan atroz como una barbacoa al calor, sin necesidad morir presa de compotas reserva servidas a temperatura ambiente (recordemos, 35º a la sombra) ni maderas ígneas que nos harían entrar en combustión espontánea.
El primero es un monastrell de Yecla, procedente de viñedos jóvenes de agricultura ecológica. Hay que enfriarlo, casi como si se tratase de un blanco (sin que el personal se entere, claro) y disfrutar de su gracia y carácter frutal, sencillo, directo y jugoso. Lo elabora Bodegas Castaño y el precio es bárbaro (apenas llega a los 6 euros). Disfrutará usted y su público, pero si algún colega especialmente recalcitrante se rebela, puede decirle que se elabora muy cerca de donde Juan Gil. Ahí se cuadrarán todos.
Por cierto, se llama Castaño Ecológico 2016.
La siguiente opción es un pelín más arriesgada, y requiere de algún apoyo en la manada. Alguien un poco más viajado, o un tipo de esos tan majos que les gusta probar de todo y sonríen aunque no les plazca. Escasean, pero hailos.
Albamar O Esteiro es un tinto de Rías Baixas que elabora Xurxo Alba con espadeiro, caíño y algo de mencía. Resulta super refrescante y aunque pueda sorprender al personal con su acidez, la gracia que tiene puede hasta con la terrible eventualidad de tener que beberlo en vaso de plástico. Fruta a saco, finura y un potencial gastronómico enorme. De hecho va de cine con los bocatas de chorizo que suele ser lo mejor que pasa por la barbacoa.
Si ponen cara rara cuando diga rías baixas y vean un tinto, diga que es un albariño tinto y a correr. Los frikis que campamos por aquí haremos como que no lo hemos oído.
La última botella que me bebí fue este excepcional 2014, pero da igual la que pillen. No he probado añada mala y, al igual que a Tom Cruise, a estos vinos el paso del tiempo les trae sin cuidado.
Y vamos con la que es, sin duda, la opción más atrevida. No risk, no glory. Nos vamos a mallorca...
- Si es que ahora, con los enólogos, se hace vino en cualquier lado, - dirá uno de sus cuñados.
Usted contestará que hay tanta tradición de vino en Mallorca, que hasta tienen sus propias uvas autóctonas adaptadas al entorno, como la callet y la mantonegro con las que se elabora esta maravilla natural, sin adición de sulfuroso, que para la tranquilidad del respetable, pasa unos meses en barrica de roble. Pero usted sabrá que lo importante es el bocado crujiente de cerezas maduras que es este vinazo, que huele también a manzana asada y a masa de pan fermentando, que es un espectáculo para los sentidos, y que sobre todo soprende por lo facil de beber que es.
Cható Paquita 2015 lo elaboró, en honor a su madre, Eloi Cedó, un tipo genial con una apuesta diferente y francamente emocionante. También les aseguro que vale mucho más de los diecitantos euros que cuesta.
Aunque le pongan a caldo por traer cosas tan raras, verá que permanentemente intentarán quitarle la botella que instintivamente guardará bajo el brazo con todas sus fuerzas, cediendo sólo en el momento en que se sirva otra copa.
P.D. Este post es igualmente válido para barbacoas decentes (las que en verano se hacen a partir de las siete de la tarde y nunca antes) disfrutadas con amigos y/o cuñados normales como con los que uno tiene la suerte de contar.
Está Ud. invitado a una barbacoa cuñadista. Repleta de esas criaturas bien denominadas por el Colectivo Decantado como "seres del aperitivo".
Soplan unos 39º grados a la sombra y pese a ello el evento (¡con fuego!) se ha convocado a las 13.30 del mediodía, bajo un sol de justicia. Los intentos por escurrir el bulto han sido estériles, so pena de suicidio conyugal irreversible, así que asiste usted. En plan perfil bajo.
Se habla de geopolítica, de quién consigue los coches más baratos y de soluciones fáciles y drásticas al conflicto secesionista. Y entonces usted, ingenuamente ufano, saca una botella de vino blanco bien fresquito, o peor, rosado, que en la lengua cuñadista es una mezcla indecente de blanco y tinto.
En uno y otro caso, se suceden las caras de extrañeza. De desprecio teñido de condescendencia. Se siente usted en minoría, con su tímida frasca, ante sus contrarios, que se alzan como molinos quijotescos, litrona de Aguila Amstel en ristre.
No le queda otra que retirarse al grupo de mujeres, que mientras hablan de la última receta de salmorejo del Hola!, le acompañarán con el trago blanco mientras añoran un "nosequé" frizzante que probaron hace un par de semanas en una fiesta muy trendy, en un bajo con jardín.
En ese momento se arrepentirá usted de no haber llevado ese riberita crianza que le habría ahorrado el mal rato, permiténdole interactuar con el personal, y demostrar todo lo aprendido en forocoches.
Para que esto no le ocurra, me voy a permitir recomendarle tres vinos tintos con los que se puede superar algo tan atroz como una barbacoa al calor, sin necesidad morir presa de compotas reserva servidas a temperatura ambiente (recordemos, 35º a la sombra) ni maderas ígneas que nos harían entrar en combustión espontánea.
El primero es un monastrell de Yecla, procedente de viñedos jóvenes de agricultura ecológica. Hay que enfriarlo, casi como si se tratase de un blanco (sin que el personal se entere, claro) y disfrutar de su gracia y carácter frutal, sencillo, directo y jugoso. Lo elabora Bodegas Castaño y el precio es bárbaro (apenas llega a los 6 euros). Disfrutará usted y su público, pero si algún colega especialmente recalcitrante se rebela, puede decirle que se elabora muy cerca de donde Juan Gil. Ahí se cuadrarán todos.
Por cierto, se llama Castaño Ecológico 2016.
La siguiente opción es un pelín más arriesgada, y requiere de algún apoyo en la manada. Alguien un poco más viajado, o un tipo de esos tan majos que les gusta probar de todo y sonríen aunque no les plazca. Escasean, pero hailos.
Albamar O Esteiro es un tinto de Rías Baixas que elabora Xurxo Alba con espadeiro, caíño y algo de mencía. Resulta super refrescante y aunque pueda sorprender al personal con su acidez, la gracia que tiene puede hasta con la terrible eventualidad de tener que beberlo en vaso de plástico. Fruta a saco, finura y un potencial gastronómico enorme. De hecho va de cine con los bocatas de chorizo que suele ser lo mejor que pasa por la barbacoa.
Si ponen cara rara cuando diga rías baixas y vean un tinto, diga que es un albariño tinto y a correr. Los frikis que campamos por aquí haremos como que no lo hemos oído.
La última botella que me bebí fue este excepcional 2014, pero da igual la que pillen. No he probado añada mala y, al igual que a Tom Cruise, a estos vinos el paso del tiempo les trae sin cuidado.
Y vamos con la que es, sin duda, la opción más atrevida. No risk, no glory. Nos vamos a mallorca...
- Si es que ahora, con los enólogos, se hace vino en cualquier lado, - dirá uno de sus cuñados.
Usted contestará que hay tanta tradición de vino en Mallorca, que hasta tienen sus propias uvas autóctonas adaptadas al entorno, como la callet y la mantonegro con las que se elabora esta maravilla natural, sin adición de sulfuroso, que para la tranquilidad del respetable, pasa unos meses en barrica de roble. Pero usted sabrá que lo importante es el bocado crujiente de cerezas maduras que es este vinazo, que huele también a manzana asada y a masa de pan fermentando, que es un espectáculo para los sentidos, y que sobre todo soprende por lo facil de beber que es.
Cható Paquita 2015 lo elaboró, en honor a su madre, Eloi Cedó, un tipo genial con una apuesta diferente y francamente emocionante. También les aseguro que vale mucho más de los diecitantos euros que cuesta.
Aunque le pongan a caldo por traer cosas tan raras, verá que permanentemente intentarán quitarle la botella que instintivamente guardará bajo el brazo con todas sus fuerzas, cediendo sólo en el momento en que se sirva otra copa.
P.D. Este post es igualmente válido para barbacoas decentes (las que en verano se hacen a partir de las siete de la tarde y nunca antes) disfrutadas con amigos y/o cuñados normales como con los que uno tiene la suerte de contar.
martes, 11 de julio de 2017
Orange is the new white
Existe cierto tipo de comidas que el personal rara vez se plantea tomar con vino. Una de ellas es la pizza a domicilio, y podría tener tiene cierto sentido.
Seamos honestos. Aunque en general hablamos de productos reguleros elaborados con masas industriales bastante indigestas, las comemos y nos gustan. Existe además un aditivo seguramente no revelado que nos hace seguir engullendo, de manera casi enfermiza, cuando el apetito está ya saciado, y que seguramente tendrá que ver con cantidades ingentes de sal, azúcar y glutamato monosódico. Fruto de ello, uno come más de lo que debe y acaba contándole el resto del día al vaso de agua con bicarbonato.
Mientras nos encontramos dando cuenta del festín, se manifiesta además el efecto de otro aditivo tampoco revelado que obliga a beber mucho, generalmente bebidas enlatadas gaseosas y muy azucaradas o, en su defecto, cerveza mala. Vamos, un cóctel terrible todo.
Es curioso que esto no ocurra, o lo haga en menor medida, cuando uno se lo ha currado y elabora la pizza en casa desde la masa (los engendros congelados no cuentan), pero claro, me dirán, y con razón, que encender el horno en julio es (o debería ser) un delito grave contra la salud pública, y por ello se hace necesario buscar alternativas.
Hace algo más de un año que yo descubrí una en los aledaños de mi domicilio llamado Al Toke. Se trata de un proyecto tan sencillo como efectivo, consistente en tener un horno de leña y sólo meter en él productos decentes. Masa fresca elaborada con harinas ecológicas, aceite de oliva, mozzarellas de verdad, cebollas y pimientos asados al fuego y mucho sentido común en las recetas. Además, te las traen a casa. Fruto de lo anterior, yo hago menos pizza, y sí me apetece beber vino con ella. Vino fresco, de trago largo y de empaque suficiente como para hacer frente a crujientes y a sabores intensos. Para esto hay vinos naranjas que a mi juicio van especialmente bien.
Si bucean en mi historial verán que hablo poco del color del vino. Es un aspecto que trae un poco sin cuidado cuando se buscan aromas y sabores. El color es lo de menos, salvo cuando, como en el caso que nos ocupa, revela cierta información interesante.
En este caso hablamos, seguramente con millones de excepciones y salvedades que no mencionaremos hoy, de vinos de uvas blancas elaborados parcialmente como tintos, es decir, en los que el mosto ha permanecido durante un tiempo variable en contacto con las pieles. Aunque hay quien dice que esto no es nada más que una moda, hay multitud de zonas en las que puede demostrarse una tradición elaboradora según este método, interrumpida, en la mayoría de los casos, por los procedimientos ortodoxos que se imparten en las escuelas de enología, aunque en otros casos como el del Friuli al norte de Italia, o también al sur de Eslovenia, este método ha subsistido hasta nuestros dias desde hace más de un siglo.
¿Qué se busca con esto?, antes, seguramente, era lo que había. Hoy en día, posiblemente incorporar al vino una complejidad que difícilmente alcanzaría con una elaboración estandar, o simplemente dar una expresión diferente a la zona. Así encontramos, respectivamente, los casos de los deliciosos albillos que Orly Lumbreras elabora en Gredos (La Peguera y Sade), o los albariños con pieles que elaboran Rodrigo Méndez (Cos Pés) o Alberto Nanclares (Crisopa), así como cosas interesantísimas que se elaboran en Swartland (Sudáfrica), de las que estoy enamorado y de las que algún día hablaré.
Entre tanto, en aquella primera línea encontramos también algunos de los vinos de la Bodega Cueva que Mariano Taberner elabora en un paraje excepcional de Utiel-Requena, donde trabaja exclusivamente en ecológico para elaborar vinos como el delicioso Orange 2016 que hoy nos ocupa.
La maduración lenta y prolongada de la variedad tardana aporta un punch de frescura, dificil de imaginar en esta zona, a la mezcla que completa el macabeo. La armonía con una pizza artesanal (en este caso la hice yo en los días que refrescó) es casi atávica, cuando uno acerca la nariz. Huele a masa fermentando lentamente, a pomelo y a manzana asada. Al rato también a hierba limón y hojaldre en el horno.
En boca es fresco, chispeante, casi picante, pero al tiempo fluido y fácil de beber. Alegra con taninos pequeños, como un bocado crujiente y melancólico, parecido al del último borde de la pizza. El último trago que llega sin darse cuenta, porque se bebe solo.
Sabiendo que en algunos foros no está bien visto, les recomiendo que prueben un vino naranja, aunque sea en la intimidad y para poder decir que no les gusta.
Así hay más para los que lo disfrutamos. Suelen ser producciones pequeñas.
Seamos honestos. Aunque en general hablamos de productos reguleros elaborados con masas industriales bastante indigestas, las comemos y nos gustan. Existe además un aditivo seguramente no revelado que nos hace seguir engullendo, de manera casi enfermiza, cuando el apetito está ya saciado, y que seguramente tendrá que ver con cantidades ingentes de sal, azúcar y glutamato monosódico. Fruto de ello, uno come más de lo que debe y acaba contándole el resto del día al vaso de agua con bicarbonato.
Mientras nos encontramos dando cuenta del festín, se manifiesta además el efecto de otro aditivo tampoco revelado que obliga a beber mucho, generalmente bebidas enlatadas gaseosas y muy azucaradas o, en su defecto, cerveza mala. Vamos, un cóctel terrible todo.
Es curioso que esto no ocurra, o lo haga en menor medida, cuando uno se lo ha currado y elabora la pizza en casa desde la masa (los engendros congelados no cuentan), pero claro, me dirán, y con razón, que encender el horno en julio es (o debería ser) un delito grave contra la salud pública, y por ello se hace necesario buscar alternativas.
Esta tan fina la hizo un servidor, cuando el calor de julio aflojó |
Hace algo más de un año que yo descubrí una en los aledaños de mi domicilio llamado Al Toke. Se trata de un proyecto tan sencillo como efectivo, consistente en tener un horno de leña y sólo meter en él productos decentes. Masa fresca elaborada con harinas ecológicas, aceite de oliva, mozzarellas de verdad, cebollas y pimientos asados al fuego y mucho sentido común en las recetas. Además, te las traen a casa. Fruto de lo anterior, yo hago menos pizza, y sí me apetece beber vino con ella. Vino fresco, de trago largo y de empaque suficiente como para hacer frente a crujientes y a sabores intensos. Para esto hay vinos naranjas que a mi juicio van especialmente bien.
Si bucean en mi historial verán que hablo poco del color del vino. Es un aspecto que trae un poco sin cuidado cuando se buscan aromas y sabores. El color es lo de menos, salvo cuando, como en el caso que nos ocupa, revela cierta información interesante.
En este caso hablamos, seguramente con millones de excepciones y salvedades que no mencionaremos hoy, de vinos de uvas blancas elaborados parcialmente como tintos, es decir, en los que el mosto ha permanecido durante un tiempo variable en contacto con las pieles. Aunque hay quien dice que esto no es nada más que una moda, hay multitud de zonas en las que puede demostrarse una tradición elaboradora según este método, interrumpida, en la mayoría de los casos, por los procedimientos ortodoxos que se imparten en las escuelas de enología, aunque en otros casos como el del Friuli al norte de Italia, o también al sur de Eslovenia, este método ha subsistido hasta nuestros dias desde hace más de un siglo.
¿Qué se busca con esto?, antes, seguramente, era lo que había. Hoy en día, posiblemente incorporar al vino una complejidad que difícilmente alcanzaría con una elaboración estandar, o simplemente dar una expresión diferente a la zona. Así encontramos, respectivamente, los casos de los deliciosos albillos que Orly Lumbreras elabora en Gredos (La Peguera y Sade), o los albariños con pieles que elaboran Rodrigo Méndez (Cos Pés) o Alberto Nanclares (Crisopa), así como cosas interesantísimas que se elaboran en Swartland (Sudáfrica), de las que estoy enamorado y de las que algún día hablaré.
Entre tanto, en aquella primera línea encontramos también algunos de los vinos de la Bodega Cueva que Mariano Taberner elabora en un paraje excepcional de Utiel-Requena, donde trabaja exclusivamente en ecológico para elaborar vinos como el delicioso Orange 2016 que hoy nos ocupa.
La maduración lenta y prolongada de la variedad tardana aporta un punch de frescura, dificil de imaginar en esta zona, a la mezcla que completa el macabeo. La armonía con una pizza artesanal (en este caso la hice yo en los días que refrescó) es casi atávica, cuando uno acerca la nariz. Huele a masa fermentando lentamente, a pomelo y a manzana asada. Al rato también a hierba limón y hojaldre en el horno.
En boca es fresco, chispeante, casi picante, pero al tiempo fluido y fácil de beber. Alegra con taninos pequeños, como un bocado crujiente y melancólico, parecido al del último borde de la pizza. El último trago que llega sin darse cuenta, porque se bebe solo.
Sabiendo que en algunos foros no está bien visto, les recomiendo que prueben un vino naranja, aunque sea en la intimidad y para poder decir que no les gusta.
Así hay más para los que lo disfrutamos. Suelen ser producciones pequeñas.
martes, 6 de junio de 2017
Valenciso Blanco y La Ensaladilla
Si hay en el mundo un plato en el que tan posible es encontrar el nirvana, como lo más deleznable y atroz, ese es la ensaladilla rusa.
Creo sinceramente que la diferencia de un extremo y otro no se encuentra tanto en la técnica o en la inversión en producto, como en la motivación de quien lo cocina, y que cuando el ánimo es el cariño, y no el salir del paso, los resultados pueden ser prodigiosos.
Por eso creo que primeramente, y frente a lo que es costumbre, no hay que tirar de congelado. Recordemos que la base de la ensaladilla es la patata, un tubérculo que soporta muy mal el congelado, adquiriendo una textura arenosa poco agradable.
La patata debe ser de una variedad resistente, buena para cocer pero que no se desmorone con el frío posterior. La kennebec gallega o la red pontiac son las mejores opciones.
Aunque da mas trabajo, creo que debe cocerse entera y con piel, reteniendo así toda su textura y sabor. Y cada elemento hacerse aparte, buscando su punto exacto de cocción. Como mi modelo de ensaladilla es muy simple, de apenas tres vegetales, esto no supone mayor despliegue. Zanahorias, igualmente enteras, aunque sí peladas. Unos buenos guisantes frescos, aunque por su estacionalidad, cabe admitir su versión congelada o directamente prescindir de ellos. Y finalmente unos huevos que también coceremos aparte.
Cuando todo está cocinado hay que darle tiempo. El mimo no conoce de prisa. Y los vegetales hay que picarlos en frío.
Podemos aprovechar el descanso para preparar la mahonesa. Unas gotas de limón, un huevo, sal y aceite, dos partes de girasol, una de oliva virgen extra y otra del procedente del bonito enlatado. Varilla o batidora, según anden las muñecas.
Sólo queda picar y fusionar. Va por gustos, pero uno es partidario del corte fino, especialmente en el huevo, que debe estar casi machacado para dar untuosidad al festín. Lo de los encurtidos es también opcional, para mí encontrar una buena aceituna resulta una sorpresa feliz. Imprescindible el bonito, bien separado, y prescindible el pimiento para no jugar al despiste.
Y como la ensaladilla (la buena) obedece necesariamente a un acto de amor y dedicación, hemos de buscar un vino que responda a los mismos parámetros. Yo tuve mucha suerte en el hallazgo.
La ensaladilla es un plato ciertamente agradecido con algunos vinos (siempre y cuando no lleve vinagre o demasiado encurtido), pero si en un maridaje he encontrado verdaderamente el éxtasis, como tiempo ha que no lo hacía, ese fue en el de un sensacional blanco de Rioja llamado Valenciso.
Se trata del proyecto de Carmen y Luis, nacido en 1998 en Ollauri, en el corazón de la Rioja Alta. Allí optaron en sus viñedos por una viticultura sostenible, con tratamientos mínimos y sin productos de síntesis química, rendimientos bajos y uso de depósitos de cemento en lugar de acero. Intercambiar impresiones con ellos es beber de un conocimiento profundo de la zona, pasión y dedicación. Y se nota en sus vinos.
Valenciso 2015 se elaboró a partir de viñedos muy antiguos en Villalba, Haro y Ollauri, fundamentalmente de viura, pero también con algo de garnacha blanca. El mosto fermentó espontáneamente en barricas de roble del cáucaso.
Un vino que pide paciencia, pero ofrece mucho a cambio. Las notas de la madera desaparecen con el aire y la temperatura, más bien se diluyen, integrando sutiles especias en la pera de agua en temporada, y el jazmín, la hierbaluisa, el aceite de rosas. Su boca es un trampantojo almibarado y seco al tiempo, fresco, intrigante, de gran acidez y frescura, voluptuosa untuosidad al tiempo... y todo esto resulta fácil, sobre todo muy fácil de beber. Permite pararse en los detalles, disfrutar de ellos, o simplemente beberse el carpe díem. Emocionante, intemporal y fugaz.
Soberbio, casi místico, en su armonía con la ensaladilla. Mahonesa y untuosidad del vino se fusionan, la frescura de la viura hace el bocado etéreo, mandan los aromas del vino, haciéndose aun más grandes, más elegantes. Uno y otro se piden más. Y más.
Háganse el favor de probarlo, y a mí de contarme la experiencia.
Creo sinceramente que la diferencia de un extremo y otro no se encuentra tanto en la técnica o en la inversión en producto, como en la motivación de quien lo cocina, y que cuando el ánimo es el cariño, y no el salir del paso, los resultados pueden ser prodigiosos.
Por eso creo que primeramente, y frente a lo que es costumbre, no hay que tirar de congelado. Recordemos que la base de la ensaladilla es la patata, un tubérculo que soporta muy mal el congelado, adquiriendo una textura arenosa poco agradable.
La patata debe ser de una variedad resistente, buena para cocer pero que no se desmorone con el frío posterior. La kennebec gallega o la red pontiac son las mejores opciones.
Aunque da mas trabajo, creo que debe cocerse entera y con piel, reteniendo así toda su textura y sabor. Y cada elemento hacerse aparte, buscando su punto exacto de cocción. Como mi modelo de ensaladilla es muy simple, de apenas tres vegetales, esto no supone mayor despliegue. Zanahorias, igualmente enteras, aunque sí peladas. Unos buenos guisantes frescos, aunque por su estacionalidad, cabe admitir su versión congelada o directamente prescindir de ellos. Y finalmente unos huevos que también coceremos aparte.
Cuando todo está cocinado hay que darle tiempo. El mimo no conoce de prisa. Y los vegetales hay que picarlos en frío.
Podemos aprovechar el descanso para preparar la mahonesa. Unas gotas de limón, un huevo, sal y aceite, dos partes de girasol, una de oliva virgen extra y otra del procedente del bonito enlatado. Varilla o batidora, según anden las muñecas.
Sólo queda picar y fusionar. Va por gustos, pero uno es partidario del corte fino, especialmente en el huevo, que debe estar casi machacado para dar untuosidad al festín. Lo de los encurtidos es también opcional, para mí encontrar una buena aceituna resulta una sorpresa feliz. Imprescindible el bonito, bien separado, y prescindible el pimiento para no jugar al despiste.
Y como la ensaladilla (la buena) obedece necesariamente a un acto de amor y dedicación, hemos de buscar un vino que responda a los mismos parámetros. Yo tuve mucha suerte en el hallazgo.
La ensaladilla es un plato ciertamente agradecido con algunos vinos (siempre y cuando no lleve vinagre o demasiado encurtido), pero si en un maridaje he encontrado verdaderamente el éxtasis, como tiempo ha que no lo hacía, ese fue en el de un sensacional blanco de Rioja llamado Valenciso.
Se trata del proyecto de Carmen y Luis, nacido en 1998 en Ollauri, en el corazón de la Rioja Alta. Allí optaron en sus viñedos por una viticultura sostenible, con tratamientos mínimos y sin productos de síntesis química, rendimientos bajos y uso de depósitos de cemento en lugar de acero. Intercambiar impresiones con ellos es beber de un conocimiento profundo de la zona, pasión y dedicación. Y se nota en sus vinos.
Valenciso 2015 se elaboró a partir de viñedos muy antiguos en Villalba, Haro y Ollauri, fundamentalmente de viura, pero también con algo de garnacha blanca. El mosto fermentó espontáneamente en barricas de roble del cáucaso.
Un vino que pide paciencia, pero ofrece mucho a cambio. Las notas de la madera desaparecen con el aire y la temperatura, más bien se diluyen, integrando sutiles especias en la pera de agua en temporada, y el jazmín, la hierbaluisa, el aceite de rosas. Su boca es un trampantojo almibarado y seco al tiempo, fresco, intrigante, de gran acidez y frescura, voluptuosa untuosidad al tiempo... y todo esto resulta fácil, sobre todo muy fácil de beber. Permite pararse en los detalles, disfrutar de ellos, o simplemente beberse el carpe díem. Emocionante, intemporal y fugaz.
Soberbio, casi místico, en su armonía con la ensaladilla. Mahonesa y untuosidad del vino se fusionan, la frescura de la viura hace el bocado etéreo, mandan los aromas del vino, haciéndose aun más grandes, más elegantes. Uno y otro se piden más. Y más.
Háganse el favor de probarlo, y a mí de contarme la experiencia.
lunes, 15 de mayo de 2017
Blancos para un lenguado
Lamento el tiempo de ausencia. No diré más, pues prefiero arrancar a lo Fray Luis de León.
Decíamos ayer, por tanto, que todos los pescados (a excepción de la panga y familia) merecen un respeto. Un trato que cuando uno es algo torpe, o no tiene un material de primera es difícil dar. Llegaba yo con la sonrisa tatuada tras haberme hecho con un sensacional lenguado, brillante y hermoso.
Su tamaño hubiera permitido un buen horneado, con guarnición, pero hoy el tiempo vale sestercios de Adriano. la meunier requería sacar los lomos, tarea en la que no soy experto, y menos con prisa, así que ufano de mí, para no destrozar al animalito, decidí arriesgarme a un reto que únicamente afrontan aquellos casi profesionales que disponen de una buena sartén, una muy buena, y un buen fogón, mejor de gas, o una plancha profesional. Pues eso, a la plancha.
Todo esto lo cuento a toro pasado, tras ver como el pobre bicho acababa con su piel destrozada, pegada al fondo, y roto en dos fragmentos. Una lástima, mitigada por la gran calidad del pescado y que pese a todo no nos pasamos del punto, pudiendo disfrutar de un plato rico con una presentación atroz, que no revelaré aquí, pues me consta que la página la visitan menores.
Después de semejante afrenta, no podíamos meter la pata con el vino. Un pescado sutil, de aromas suaves y fina textura, que quedaría arruinado por cualquier blanco perfumado, sea por el perfume natural de un albariño o el artificial de un verdejo de los de fórmula magistral... y aquí es donde entra una botella abierta del bueno de Bruno Clair.
Domaine Bruno Clair renace en 1979 de las cenizas del mítico Domaine Clair-Daü, cuyos orígenes se remontan a principios de siglo. Con parcelas históricas en Fixin y Marsannay, en los últimos años y tras hacer las cosas muy bien, Bruno, tercera generación viñadora, ha adquirido parcelas en Corton-Charlemagne, Pernand-Vergelesses, Aloxe-Corton, y en 1996 en el cru Petite Chapelle de Gevrey-Chambertin. Grandes (y carísimos) vinos han salido de allí, aunque hoy nos centraremos en un blanco que mal llamaremos básico (por su precio, que ronda los veintitantos).
Su Bourgogne Blanc 2011 procede de dos parcelas que no llegan a media hectárea llamadas "le Village" y "les Champforeys", en Marsannay, donde crecen cepas de chardonnay con una edad media de 25 años. La viticultura es sostenible y sin empleo de productos químicos.
Dos tercios se vinifican en acero inoxidable, y un tercio en roble usado, buscando la frescura. No obstante, recomienda - y nosotros somos muy obedientes- beberlo a partir de los cinco años de botella.
El tiempo ha introducido el dorado en su paleta, huele a ralladura de pomelo y a tomillo limonero, como sutiles antesalas de una profunda mineralidad. La de la piedra que afila el cuchillo, y la pólvora. En boca es tenso, afilado, el trago amplio y envolvente, untuoso pese a su gran acidez, intenso, seco e intemporal.
La botella agradece la aireación, tanto que sus virtudes se triplicaron al segundo día, y es que aunque en algunos lugares no opinen igual, los buenos vinos de chardonnay deben ser austeros, primando la capacidad de esta uva de mostrar el terruño sobre los tropicales que tanto gustan a algunos reguladores. Esa austeridad será perfecta para respetar el lenguado y al mismo tiempo añadir matices al plato.
Una pasada que se nos quedó corta, y exigió tirar de armario para rematar al pescadito. Arriesgamos entonces con una creación nómada del gran Luis Moya (flamante ganador del Ranking 2016) y Pako Medinabeitia, llamada Urbanita 2015, procedente un viñedo en Navaridas, en el que encontramos mezcla de variedades, como es tradición en Rioja. A un 50% de viura se añaden la garnacha blanca y el calagraño. La elaboración es igualmente tradicional, sin clarificar ni filtrar, y se embotella en septiembre. Dice Luis que cuando ya nadie bebe blanco.
Decíamos ayer, por tanto, que todos los pescados (a excepción de la panga y familia) merecen un respeto. Un trato que cuando uno es algo torpe, o no tiene un material de primera es difícil dar. Llegaba yo con la sonrisa tatuada tras haberme hecho con un sensacional lenguado, brillante y hermoso.
Su tamaño hubiera permitido un buen horneado, con guarnición, pero hoy el tiempo vale sestercios de Adriano. la meunier requería sacar los lomos, tarea en la que no soy experto, y menos con prisa, así que ufano de mí, para no destrozar al animalito, decidí arriesgarme a un reto que únicamente afrontan aquellos casi profesionales que disponen de una buena sartén, una muy buena, y un buen fogón, mejor de gas, o una plancha profesional. Pues eso, a la plancha.
Todo esto lo cuento a toro pasado, tras ver como el pobre bicho acababa con su piel destrozada, pegada al fondo, y roto en dos fragmentos. Una lástima, mitigada por la gran calidad del pescado y que pese a todo no nos pasamos del punto, pudiendo disfrutar de un plato rico con una presentación atroz, que no revelaré aquí, pues me consta que la página la visitan menores.
Después de semejante afrenta, no podíamos meter la pata con el vino. Un pescado sutil, de aromas suaves y fina textura, que quedaría arruinado por cualquier blanco perfumado, sea por el perfume natural de un albariño o el artificial de un verdejo de los de fórmula magistral... y aquí es donde entra una botella abierta del bueno de Bruno Clair.
Domaine Bruno Clair renace en 1979 de las cenizas del mítico Domaine Clair-Daü, cuyos orígenes se remontan a principios de siglo. Con parcelas históricas en Fixin y Marsannay, en los últimos años y tras hacer las cosas muy bien, Bruno, tercera generación viñadora, ha adquirido parcelas en Corton-Charlemagne, Pernand-Vergelesses, Aloxe-Corton, y en 1996 en el cru Petite Chapelle de Gevrey-Chambertin. Grandes (y carísimos) vinos han salido de allí, aunque hoy nos centraremos en un blanco que mal llamaremos básico (por su precio, que ronda los veintitantos).
Su Bourgogne Blanc 2011 procede de dos parcelas que no llegan a media hectárea llamadas "le Village" y "les Champforeys", en Marsannay, donde crecen cepas de chardonnay con una edad media de 25 años. La viticultura es sostenible y sin empleo de productos químicos.
Dos tercios se vinifican en acero inoxidable, y un tercio en roble usado, buscando la frescura. No obstante, recomienda - y nosotros somos muy obedientes- beberlo a partir de los cinco años de botella.
El tiempo ha introducido el dorado en su paleta, huele a ralladura de pomelo y a tomillo limonero, como sutiles antesalas de una profunda mineralidad. La de la piedra que afila el cuchillo, y la pólvora. En boca es tenso, afilado, el trago amplio y envolvente, untuoso pese a su gran acidez, intenso, seco e intemporal.
La botella agradece la aireación, tanto que sus virtudes se triplicaron al segundo día, y es que aunque en algunos lugares no opinen igual, los buenos vinos de chardonnay deben ser austeros, primando la capacidad de esta uva de mostrar el terruño sobre los tropicales que tanto gustan a algunos reguladores. Esa austeridad será perfecta para respetar el lenguado y al mismo tiempo añadir matices al plato.
Una pasada que se nos quedó corta, y exigió tirar de armario para rematar al pescadito. Arriesgamos entonces con una creación nómada del gran Luis Moya (flamante ganador del Ranking 2016) y Pako Medinabeitia, llamada Urbanita 2015, procedente un viñedo en Navaridas, en el que encontramos mezcla de variedades, como es tradición en Rioja. A un 50% de viura se añaden la garnacha blanca y el calagraño. La elaboración es igualmente tradicional, sin clarificar ni filtrar, y se embotella en septiembre. Dice Luis que cuando ya nadie bebe blanco.
De nuevo encontramos la austeridad buscada, esta vez más anisada, con aromas frescos de hinojo y heno, y el rocío sobre la roca de cuarzo al fondo. Su músculo está en boca, donde hay sal y tensión, la frescura del limón helado y la textura chispeante del kiwi. Quizás era pronto para abrir esta botella, pero su encuentro con el lenguado fue igualmente imponente y, sobre todo, respetuoso.
Esperamos ser más asiduos en adelante, y menos torpes.
lunes, 3 de abril de 2017
Las Moradas. Albillo real bajo velo.
Creo, cada día con más firmeza, que la fortuna de una persona la compone su patrimonio inmaterial. Los amigos son parte de éste, y por eso me considero un tipo afortunado.
Amigos que además de otras muchas cosas más importantes, te abren las puertas a instantes de felicidad. El que hoy nos ocupa se lo debo a dos amigos.
El primero es Vicente Vida, quien antes de espíritu inquieto y gran redactor, es sobre todo buena persona. Cuando todo es relativo, no es fácil encontrar buenas personas. Por fortuna para todos los que no somos tan regulares publicando, ha retomado con energía su blog Vinos para compartir.
Me comentaba en un encuentro sus andanzas por una bodega madrileña llamada Las Moradas de San Martín. Me hablaba con entusiasmo sobre el terreno virgen, de jaras y pinos, sobre el que crecían viejas cepas de garnacha y albillo en San Martín de Valdeiglesias, y cómo Isabel Galindo y Luis Oliván las cuidaban con mimo, sabedores de que su fruto se encuentra en un entorno que es pulmón de la decadente urbe, y que por eso utilizan productos naturales en un cultivo orgánico y biodinámico.
Me habló de sus deliciosas y salvajes garnachas y sobre todo, de un singular y escaso vino blanco de albillo real.
Semanas después me dirigía a la taberna de otro amigo que me hace afortunado, Carlos Campillo (le recordarán de cuando hablábamos de Solo de Uva), a recoger una de sus deliciosas terrinas. Le pedí un vino ad hoc. Pero la terrina voló entre cuñados y el vino, temeroso, se fue al fondo de la bodega. Hasta ayer.
El vino en cuestión era la rara avis de la rara avis. Procedía del particular rescate un puñado de botellas experimentales del Albillo Real de Las Moradas, con la singularidad de haber sido criado seis meses en barrica, bajo velo de flor -sí, como las manzanillas de Jerez-, y sin sulfitos. De la cosecha 2015.
Y sé que es injusto hablar sobre vinos que escasean, pero más injusto es dejar que los tesoros se pierdan en el olvido.
Por eso mi testimonio de un vino deliciosamente emocionante, de tímidos reflejos dorados. que olía a la piel de la almendra cruda, al azahar en el naranjal, y al pinar en verano, el mar susurra a lo lejos. En boca es complejidad, frescura contenida, la sal y las chispas de la juventud, atemperadas por la autoridad intemporal de la flor. Finura y descaro cuando, al final, vuelve la piel de la almendra, ahora tostada, intensa, larga.
Una delicia de vino con el único pero de no haber tenido arrobas para compartirlas con buenos amigos. Y más terrina de Carlos.
Amigos que además de otras muchas cosas más importantes, te abren las puertas a instantes de felicidad. El que hoy nos ocupa se lo debo a dos amigos.
El primero es Vicente Vida, quien antes de espíritu inquieto y gran redactor, es sobre todo buena persona. Cuando todo es relativo, no es fácil encontrar buenas personas. Por fortuna para todos los que no somos tan regulares publicando, ha retomado con energía su blog Vinos para compartir.
Me comentaba en un encuentro sus andanzas por una bodega madrileña llamada Las Moradas de San Martín. Me hablaba con entusiasmo sobre el terreno virgen, de jaras y pinos, sobre el que crecían viejas cepas de garnacha y albillo en San Martín de Valdeiglesias, y cómo Isabel Galindo y Luis Oliván las cuidaban con mimo, sabedores de que su fruto se encuentra en un entorno que es pulmón de la decadente urbe, y que por eso utilizan productos naturales en un cultivo orgánico y biodinámico.
Me habló de sus deliciosas y salvajes garnachas y sobre todo, de un singular y escaso vino blanco de albillo real.
Semanas después me dirigía a la taberna de otro amigo que me hace afortunado, Carlos Campillo (le recordarán de cuando hablábamos de Solo de Uva), a recoger una de sus deliciosas terrinas. Le pedí un vino ad hoc. Pero la terrina voló entre cuñados y el vino, temeroso, se fue al fondo de la bodega. Hasta ayer.
El vino en cuestión era la rara avis de la rara avis. Procedía del particular rescate un puñado de botellas experimentales del Albillo Real de Las Moradas, con la singularidad de haber sido criado seis meses en barrica, bajo velo de flor -sí, como las manzanillas de Jerez-, y sin sulfitos. De la cosecha 2015.
Y sé que es injusto hablar sobre vinos que escasean, pero más injusto es dejar que los tesoros se pierdan en el olvido.
Por eso mi testimonio de un vino deliciosamente emocionante, de tímidos reflejos dorados. que olía a la piel de la almendra cruda, al azahar en el naranjal, y al pinar en verano, el mar susurra a lo lejos. En boca es complejidad, frescura contenida, la sal y las chispas de la juventud, atemperadas por la autoridad intemporal de la flor. Finura y descaro cuando, al final, vuelve la piel de la almendra, ahora tostada, intensa, larga.
Una delicia de vino con el único pero de no haber tenido arrobas para compartirlas con buenos amigos. Y más terrina de Carlos.
jueves, 23 de marzo de 2017
Cuando el tiempo está de tu lado
No conozco a Telmo Rodríguez, más allá de haber coincidido en un par de ferias, sin embargo siempre le he tenido un gran respeto como el buen elaborador de vino que es.
En los tiempos que corren de exaltación del terroir y del microelaborador, de la que uno mismo es partícipe, la figura del "enólogo volante", -flying winemaker, si quieren- se ha visto quizás algo denostada, y no creo que eso sea necesariamente justo.
Sin perjuicio de que la pureza y la autenticidad esté más cerca de las cepas y las uvas autóctonas, de las elaboraciones más arraigadas y de quienes han crecido en torno a ellas, las cuidan y extraen de ellas los vinos, hay lugares que deben mucho a estos personajes sin tanto arraigo.
También he de decir que algunos de los vinos de la Compañía de Telmo estuvieron entre los que un buen día, tiempo ha, me hicieron poner un ojo en este fantástico mundo, y me cambiaron la vida. Vinos asequibles, producciones moderadas, pero con suficiente entidad, identidad y tipicidad como para recolocar en el mapa zonas olvidadas. Rioja y Ribera del Duero, sí, pero también Cigales, Alicante, Cebreros, Málaga... y Valdeorras.
Por eso pienso que hay también un gran mérito en apostar por zonas y viticultores para elaborar una marca con la que mostrar al mundo el potencial del paisaje, a través de sus vinos. Aunque sea en detrimento de romper el círculo ideal del vignerón-elaborador.
Esto viene a cuento porque curioseando en botellero, me encontré con un ejemplar de Gaba do Xil 2008, con nada menos que nueve años a sus espaldas.
Al hecho natural de mi curiosidad por la longevidad del godello, que considero potencialmente elevada, se unió recordar 2008 como una cosecha favorable en la zona, especialmente para variedades que, como ésta, tienden hacia la madurez más que a la frescura.
Experimentos previos me habían suscitado dudas, y siempre con gamas altas, concebidos a priori como vinos de guarda. Unas muy gratas como la del Godello Barrica 2003 de Algueira, otras no siempre perfectas, como As Sortes o Pezas da Portela en diversas añadas (otras sí). Curiosamente, visitando precísamente a Rafa Palacios, con ocasión de la preparación de Galicia entre copas, mi más grata sorpresa fue la añada más antigua de su vino humilde, Louro do Bolo, que no sólo mostraba un estado de forma excepcional, sino una complejidad muy superior a la de sus primeros meses en el mercado.
En esta línea, me quedaba la curiosidad de ver la evolución de un godello de elaboración convencional, sin madera, y pensado para su consumo más inmediato, ya que como ocurre con el albariño (mejor siempre a partir de su segundo año), esta es la prueba de fuego.
La sorpresa fue francamente grata.
Piruetas en la copa, de un tímido dorado, sus aromas eran complejos, pero tremendamente limpios. Cantalupo, calabaza madura, melisa, la miel que se disuelve en el agua templada con limón. Golosamente seco, la voluptuosidad del tofe, la acidez del caramelo de limón,y, al final, el fino amargor del pomelo rosa. Sabroso, untuoso y largo. Sin ser un vino fresco, viste un umami que lo hace francamente facil de beber.
Mientras lo acompaño de un triste filete de pollo a la plancha, pienso en una versatilidad interminable. La delicia de cualquier sumiller para divertirse con armonías de mar y montaña, foie y encurtidos, pajaritos, garbanzos con bacalao o incluso algún postre.
Si se dejan una botella olvidada en algún rincón y la rescatan años después, me cuentan,... o mejor, me la mandan y les devuelvo una (o incluso dos) del año corriente.
En los tiempos que corren de exaltación del terroir y del microelaborador, de la que uno mismo es partícipe, la figura del "enólogo volante", -flying winemaker, si quieren- se ha visto quizás algo denostada, y no creo que eso sea necesariamente justo.
Sin perjuicio de que la pureza y la autenticidad esté más cerca de las cepas y las uvas autóctonas, de las elaboraciones más arraigadas y de quienes han crecido en torno a ellas, las cuidan y extraen de ellas los vinos, hay lugares que deben mucho a estos personajes sin tanto arraigo.
También he de decir que algunos de los vinos de la Compañía de Telmo estuvieron entre los que un buen día, tiempo ha, me hicieron poner un ojo en este fantástico mundo, y me cambiaron la vida. Vinos asequibles, producciones moderadas, pero con suficiente entidad, identidad y tipicidad como para recolocar en el mapa zonas olvidadas. Rioja y Ribera del Duero, sí, pero también Cigales, Alicante, Cebreros, Málaga... y Valdeorras.
Por eso pienso que hay también un gran mérito en apostar por zonas y viticultores para elaborar una marca con la que mostrar al mundo el potencial del paisaje, a través de sus vinos. Aunque sea en detrimento de romper el círculo ideal del vignerón-elaborador.
Esto viene a cuento porque curioseando en botellero, me encontré con un ejemplar de Gaba do Xil 2008, con nada menos que nueve años a sus espaldas.
Al hecho natural de mi curiosidad por la longevidad del godello, que considero potencialmente elevada, se unió recordar 2008 como una cosecha favorable en la zona, especialmente para variedades que, como ésta, tienden hacia la madurez más que a la frescura.
Experimentos previos me habían suscitado dudas, y siempre con gamas altas, concebidos a priori como vinos de guarda. Unas muy gratas como la del Godello Barrica 2003 de Algueira, otras no siempre perfectas, como As Sortes o Pezas da Portela en diversas añadas (otras sí). Curiosamente, visitando precísamente a Rafa Palacios, con ocasión de la preparación de Galicia entre copas, mi más grata sorpresa fue la añada más antigua de su vino humilde, Louro do Bolo, que no sólo mostraba un estado de forma excepcional, sino una complejidad muy superior a la de sus primeros meses en el mercado.
En esta línea, me quedaba la curiosidad de ver la evolución de un godello de elaboración convencional, sin madera, y pensado para su consumo más inmediato, ya que como ocurre con el albariño (mejor siempre a partir de su segundo año), esta es la prueba de fuego.
La sorpresa fue francamente grata.
Piruetas en la copa, de un tímido dorado, sus aromas eran complejos, pero tremendamente limpios. Cantalupo, calabaza madura, melisa, la miel que se disuelve en el agua templada con limón. Golosamente seco, la voluptuosidad del tofe, la acidez del caramelo de limón,y, al final, el fino amargor del pomelo rosa. Sabroso, untuoso y largo. Sin ser un vino fresco, viste un umami que lo hace francamente facil de beber.
Mientras lo acompaño de un triste filete de pollo a la plancha, pienso en una versatilidad interminable. La delicia de cualquier sumiller para divertirse con armonías de mar y montaña, foie y encurtidos, pajaritos, garbanzos con bacalao o incluso algún postre.
Si se dejan una botella olvidada en algún rincón y la rescatan años después, me cuentan,... o mejor, me la mandan y les devuelvo una (o incluso dos) del año corriente.
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