viernes, 4 de noviembre de 2016

Viento de Toloño

Con tiempo ya andado en este blog, pues pronto hacemos ocho años, desde un delicado equilibrio me propuse no hablar de vinos que no estuviesen al alcance del público, sin necesidad de acudir a los supermercados, claro está. 

Hoy, como quizás en otras ocasiones, me veo obligado a incumplir mis propias normas por haber encontrado algo sobre lo que merece la pena hablar en voz alta, pese a ser tan escaso como el agua entre los dedos.

Es la historia de un viñedo llamado "La llana" en Labastida (Rioja alavesa). Una hectárea de cepas sueltas, plantadas en torno a 1915 por el abuelo de Mikel Martínez, artista de los vinos (cada vez mejores) de Señorío de P. Peciña.


Era una galia, rodeada en todos sus lindes por fincas de la todopoderosa familia Eguren, que ejercía la presión latente en torno al pequeño poblado salvaje, a unos 450 metros de altura, junto al Ebro y en tierra arenosa ¡las condiciones perfectas!, para ver crecer a viejos galos y druídas enroscados de tintas tempranillo y garnacha, y abundancia de blancas, viura, malvasía, calagraño...

En sus últimos 40 años, era una finca que vivía salvaje, casi ajena al paso del tiempo, y que eventualmente era podada, rara vez labrada, y libre de toda suerte de fitosanitario. 

2014 fue el último verano que vieron las uvas de estas cepas, antes de ser arrancadas, y Mikel hizo lo posible porque no murieran en silencio en la oscuridad. Quiso entonces hacer un vino a la vieja usanza, vinificando racimos enteros, tintas y blancas sin distinción, fermentación en cuba, pisado con los pies y fermentación natural, con las levaduras que abandonaron el viñedo para no volver. El vino maduró en roble americano de 15 años, sin productos enológicos ni adición de sulfuroso en el embotellado.

Solo 300 botellas para ser disfrutadas por unos pocos afortunados entre los que me encuentro. 300 botellas del Viento de Toloño que ya no volverá a ser igual.

Resta la inmortalidad de un vino que huele a heno y a hierba luisa, al musgo tocado por el amanecer del rocío, al madroño maduro y al tabaco de pipa poco antes de apagarse. En boca es terso, fresco, tremendamente vivo y carnoso, luce una acidez brillante, sápida y crujiente, mientras el afortunado bebedor percibe en el trago el susurro intemporal del viento de la sierra que no cesa.

Las cepas de "La llana" poco antes de ser arrancadas.
Nunca es el mismo aire, igual que uno jamás se baña en el mismo río, pero la esencia permanecerá, quizás incluso aunque sean otras las cepas que campen a placer en este paraje de ensueño. Y si no, quedará el vino y quienes lo han bebido.

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