Tiene su base de operaciones en la trastienda canalla de la Gran Vía de Madrid, en un flamante local, diáfano, estilo loft neoyorquino, que durante el día relaja por su amplitud y luminosidad, pero que al caer el sol sorprende por un intimismo acogedor, fruto de un gran trabajo con las luces.
Luces que sin embargo permiten ver la sucesión de figuras de este pequeño mundo del vino (wine-stars, que dicen ahora) que van traspasando la puerta de entrada, como antes lo hicieran en El Padre, aquel templo del vino oculto entre los escaparates de la milla de oro de Serrano de cuya senda surge Angelita.
Sé que hablar de Angelita en el mundillo más freak del vino es como descubrir la barba la gafapasta a los hipsters, pero como todos ellos están hoy en el show de vinos de Peñín, aprovecho para dirigirme al resto de los mortales.
Detrás, o más bien delante, de todo esto se sitúan los hermanos Villalón, que han aplicado ética y estética a este emocionante proyecto, cogiendo todo lo bueno del viejo restaurante que era mucho, y aplicando la fórmula que mejor está funcionando en la capital, combinar lo atractivo en lo visual, lo desenfadado y el producto sin demasiados maquillajes.
Y sí, apostar por el vino pequeño y honesto, sin atizar al personal y renunciando a palets regalados y barriles de Alcorta, ¡funciona!.
Su carta de comidas, que tiene la extensión necesaria, es eso, producto bien trabajado y desarrollado, de lo imprescindible a lo virtuoso sin caer en florituras, pero con una mano de las que saben guisar,... prueba de ello es su excelso pisto, que acompañan con el huevo y su puntilla, pero que podría comerme a cucharadas con cantidades indecentes del pan que allí sirven, y tocar el cielo.
Probamos también sus entremeses, lo mejor de las chacinas del mar y montaña nacional junto con un sorprendente jamón cocido italiano, que me cambió los esquemas del producto en cuestión, generalmente anodino.
El tomate "Ox", que viene de Zamora, es uno de los reclamos, justificado por sabor y carnosidad, pero que nos hizo sacar el cuñado gallego que llevamos dentro, y recordar que hemos conocido otro mundo de tomate de aldea atlántica que pone el listón demasiado elevado.
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Fotografía de Juan David Fuentes tomada de madriddiferente.com |
Fuera de carta, resultó genial el giro proporcionado al ya steak tartar, desgastado por el abuso moderner, a través del ahumado y un toque de Bourbon, que, sin perjudicar al producto, lo subliman hasta cotas poco alcanzables para la neotaberna de diseño media.
La tentación insoslayable de la mesa de quesos, afinados y bien contrastados, nos privó de sitio para el postre, con la promesa de un regreso lo antes posible, sobre todo por disfrutar de el punto más fuerte de este magnífico proyecto, que es su carta de vinos.
Una oferta de casi treinta copas o medias copas en las que puedo afirmar que no hay uno malo y ni tan siquiera regular, y todo invita a ponerse en manos de los apasionados Villalón, que disfrutan sorprendiendo al respetable desde su manejo perfecto de las botellas, las copas y las distancias, que acaban por hacer al comensal querer quedarse a vivir allí y ser legalmente acogido por cualquiera de ellos.
Disfrutamos de unas enigmáticas burbujas ancestrales del Loira, una manzanilla pasada de los Navazos, un delicioso biológico del Jura, y también de un intenso y refrescante Morgon de Foillard, para finalizar con un tremendo blanco esloveno, con las largas maceraciones que hacen tan especiales estos vinos de estilo furlanija... y así hubiéramos podido seguir hasta el infinito.
Los precios son francamente comedidos, definidos eso sí, por lo que nos queramos gastar en el vino, que va desde lo mileurista hasta lo galáctico.
Angelita es, en esencia, un lugar del que uno sale siendo y estando mejor de lo que entró, un enclave que, más allá de dar buena comida y bebida, es capaz de lo que sólo está al alcance de unos pocos: suministrar felicidad en estado puro.
Angelita Madrid
C/ Reina 4
Madrid
915 21 66 78