lunes, 9 de mayo de 2016

Winifred Rosé Gut Oggau 2014 y la masificación

La masificación de algo bueno que es particular y distinguido, rara vez es una buena noticia. Suele ser un río revuelto, lleno de peces deseosos de llegar a su destino en el que los más avispados hacen su agosto. 

Creo que con el vino rosado, o clarete, o "tinto con alma de blanco" que dicen los más horteras, está pasando algo así. Y como empezaba a ver algo de luz al final del camino, pues me entristece.

Quiero decir que llevo ya unos cuantos años defendiendo un tipo de vino singular, en el que el productor se lo ha tomado en serio, ha decidido que la mejor forma de revelar la tipicidad y la gracia de su zona y de su hacer era a través de un vino elaborado con uvas tintas, ligeramente maceradas o sangradas, en las que la sutileza y la frescura serían el leit motiv, el vehículo, para expresar autenticidad, sin necesidad de pasar por subterfugios de gominolas, piruletas y demás fuegos artificiales que se agotan (y agotan) en el segundo trago.

Me gusta el rosado, el clarete, me gustan cuando son buenos (aquí explicamos lo que es bueno a nuestro entender) y en este blog lo he comentado unas cuantas veces.

Por eso no me gusta que en las noticias metan todo en el mismo saco, y de nuevo los operadores del marketing y del establishment de lo peor que representa al vino, y vuelvan a coger como rehenes a la gente joven para decir que el rosado está de moda y será la próxima tendencia, muchas veces a través de productos vacuos, adulterados, con mucho azúcar y poca alma. Metiendo todo en el mismo saco, como siempre.

Por eso mismo también, disfruto enormemente de vinos atrevidos, rebeldes, diferentes ... y, por qué no, con complejidad y emoción, que requieren de quien lo saborea algo de atención, para dar a cambio largos ratos de placer.

Vinos como Winifred Rosé 2014, que Gut Oggau produce en Burgenland (Austria). Siguen principios biodinámicos y cada marca, representada por una cara que refleja su personalidad, procede de una parcela. Este clarete se elabora con las variedades blaufrankisch y zweigelt (cruce de la anterior y la St. Laurent) con extraciones suaves y una maceración corta, se cría cinco meses en barricas usadas de gran tamaño. No se filtra ni se añade sulfuroso. 



Su rojo es mate aunque algo chillón, como la amapola que destaca entre la maleza. Huele a abril, a chubasco de sol a sol y también a arándano, a la piel del pomelo y a granada amarga. Olviden las gominolas. Su acidez es fulminante, pero arropada por pequeños taninos y el amargo del pomelo. Largo, vibrante, capaz de erizar el vello. Un vino que pide comer, quizás pasta al dente, con nueces, gamoneu y mantequilla (eso hice yo), mientras fuera, en la calle, a años luz tras una ventana, no deja de llover.

Por fortuna hay mas joyas como esta en el pajar. Hablaremos de ellas.

1 comentario:

Maestre Patarrán dijo...

Tomamos buena nota, Don Mariano.
Ideal para casquería, entiendo yo.
;-)

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