Tiene el vino de uva godello la fama engañosa de ser fácil por su amabilidad y voluptuosidad. Generalmente en oposición a la acidez insoslayable (incluso en los industriales) del albariño de Rías Baixas, cuando nos ceñimos al chateo del Noroeste, y que muchos no toleran.
Pero lo fácil suele ser aburrido, y muchos han descubierto en esta variedad, y sobre todo en el clima de A Rúa, en la comarca de Valdeorras, otra forma de hacer las cosas. Lo fácil es trabajar en la llanura, aprovechar el calor y los altos rendimientos para hacer vinos golosos y sencillos. Lo fácil es evitar riesgos, utilizando pesticidas y herbicidas que cercenan la competencia en el suelo, y también la vida. Lo fácil es no esperar al milagro, y seleccionar las levaduras que más encajen con el público mayoritario, y hacer un vino que triunfe en las bodas.
Pero lo difícil es ir más allá. Mais alá. También es lo divertido, porque sin riesgo no hay gloria. Por que lo difícil es buscar las viñas más altas. Dice Palacios que lo bueno empieza en los 500 metros, y rara vez por debajo. A mi amigo Sebio suelen gustarle las cosas difíciles, por eso se puso de acuerdo con A Coroa, y poder trabajar en su viñas más complicadas, las que se sitúan en Barranco Rubio, uno de los accidentes más escarpados de a Rúa en el que hace unos 20 años plantaron viña.
Máis alá es, fundamentalmente godello y de producción controlada, una posibilidad que brinda la D.O. de distinguirse limitando los rendimientos por hectárea. Poco interesante desde el punto de vista económico, pero decisivo en la calidad de vinos escasos como el que nos ocupa. Por el momento son muy pocas las bodegas acogidas.
2012 fue un año complejo, de sequía y nieblas que dificultaron la maduración fenólica. Buscando el equilibrio y la frescura decidió vendimiar pronto y fermentar muy lento, a temperaturas bajas para mantener toda la esencia de la montaña. Se crió en una barrica de 500 litros, que permaneció en silencio, durante 10 meses, en las hermosas catacumbas de la bodega.
Es un vino inicialmente austero y limpio en nariz. Alejado de voluptuosidades tropicales, a veces vistas en otros godellos prêt à porter, Máis Alá 2012 huele a tomillo limonero y a hinojo, también a espliego y a la piel de la naranja sanguina. Transmite la sensación del viento que no cesa y la soledad de la montaña; también en su boca, apretada, sin concesiones, con acidez cítrica, mineral y salina.
Con gran volumen y tensión, como es costumbre en los vinos de Sebio, muestra pequeños taninos que lo hacen explosivo y tieso, con gran persistencia y expresividad, deja los recuerdos más cítricos y minerales de la nariz.
Posiblemente el godello más rockero e implacable que se haya catado jamás.
martes, 17 de mayo de 2016
lunes, 9 de mayo de 2016
Winifred Rosé Gut Oggau 2014 y la masificación
La masificación de algo bueno que es particular y distinguido, rara vez es una buena noticia. Suele ser un río revuelto, lleno de peces deseosos de llegar a su destino en el que los más avispados hacen su agosto.
Creo que con el vino rosado, o clarete, o "tinto con alma de blanco" que dicen los más horteras, está pasando algo así. Y como empezaba a ver algo de luz al final del camino, pues me entristece.
Quiero decir que llevo ya unos cuantos años defendiendo un tipo de vino singular, en el que el productor se lo ha tomado en serio, ha decidido que la mejor forma de revelar la tipicidad y la gracia de su zona y de su hacer era a través de un vino elaborado con uvas tintas, ligeramente maceradas o sangradas, en las que la sutileza y la frescura serían el leit motiv, el vehículo, para expresar autenticidad, sin necesidad de pasar por subterfugios de gominolas, piruletas y demás fuegos artificiales que se agotan (y agotan) en el segundo trago.
Me gusta el rosado, el clarete, me gustan cuando son buenos (aquí explicamos lo que es bueno a nuestro entender) y en este blog lo he comentado unas cuantas veces.
Por eso no me gusta que en las noticias metan todo en el mismo saco, y de nuevo los operadores del marketing y del establishment de lo peor que representa al vino, y vuelvan a coger como rehenes a la gente joven para decir que el rosado está de moda y será la próxima tendencia, muchas veces a través de productos vacuos, adulterados, con mucho azúcar y poca alma. Metiendo todo en el mismo saco, como siempre.
Por eso mismo también, disfruto enormemente de vinos atrevidos, rebeldes, diferentes ... y, por qué no, con complejidad y emoción, que requieren de quien lo saborea algo de atención, para dar a cambio largos ratos de placer.
Vinos como Winifred Rosé 2014, que Gut Oggau produce en Burgenland (Austria). Siguen principios biodinámicos y cada marca, representada por una cara que refleja su personalidad, procede de una parcela. Este clarete se elabora con las variedades blaufrankisch y zweigelt (cruce de la anterior y la St. Laurent) con extraciones suaves y una maceración corta, se cría cinco meses en barricas usadas de gran tamaño. No se filtra ni se añade sulfuroso.
Su rojo es mate aunque algo chillón, como la amapola que destaca entre la maleza. Huele a abril, a chubasco de sol a sol y también a arándano, a la piel del pomelo y a granada amarga. Olviden las gominolas. Su acidez es fulminante, pero arropada por pequeños taninos y el amargo del pomelo. Largo, vibrante, capaz de erizar el vello. Un vino que pide comer, quizás pasta al dente, con nueces, gamoneu y mantequilla (eso hice yo), mientras fuera, en la calle, a años luz tras una ventana, no deja de llover.
Por fortuna hay mas joyas como esta en el pajar. Hablaremos de ellas.
Creo que con el vino rosado, o clarete, o "tinto con alma de blanco" que dicen los más horteras, está pasando algo así. Y como empezaba a ver algo de luz al final del camino, pues me entristece.
Quiero decir que llevo ya unos cuantos años defendiendo un tipo de vino singular, en el que el productor se lo ha tomado en serio, ha decidido que la mejor forma de revelar la tipicidad y la gracia de su zona y de su hacer era a través de un vino elaborado con uvas tintas, ligeramente maceradas o sangradas, en las que la sutileza y la frescura serían el leit motiv, el vehículo, para expresar autenticidad, sin necesidad de pasar por subterfugios de gominolas, piruletas y demás fuegos artificiales que se agotan (y agotan) en el segundo trago.
Me gusta el rosado, el clarete, me gustan cuando son buenos (aquí explicamos lo que es bueno a nuestro entender) y en este blog lo he comentado unas cuantas veces.
Por eso no me gusta que en las noticias metan todo en el mismo saco, y de nuevo los operadores del marketing y del establishment de lo peor que representa al vino, y vuelvan a coger como rehenes a la gente joven para decir que el rosado está de moda y será la próxima tendencia, muchas veces a través de productos vacuos, adulterados, con mucho azúcar y poca alma. Metiendo todo en el mismo saco, como siempre.
Por eso mismo también, disfruto enormemente de vinos atrevidos, rebeldes, diferentes ... y, por qué no, con complejidad y emoción, que requieren de quien lo saborea algo de atención, para dar a cambio largos ratos de placer.
Vinos como Winifred Rosé 2014, que Gut Oggau produce en Burgenland (Austria). Siguen principios biodinámicos y cada marca, representada por una cara que refleja su personalidad, procede de una parcela. Este clarete se elabora con las variedades blaufrankisch y zweigelt (cruce de la anterior y la St. Laurent) con extraciones suaves y una maceración corta, se cría cinco meses en barricas usadas de gran tamaño. No se filtra ni se añade sulfuroso.
Su rojo es mate aunque algo chillón, como la amapola que destaca entre la maleza. Huele a abril, a chubasco de sol a sol y también a arándano, a la piel del pomelo y a granada amarga. Olviden las gominolas. Su acidez es fulminante, pero arropada por pequeños taninos y el amargo del pomelo. Largo, vibrante, capaz de erizar el vello. Un vino que pide comer, quizás pasta al dente, con nueces, gamoneu y mantequilla (eso hice yo), mientras fuera, en la calle, a años luz tras una ventana, no deja de llover.
Por fortuna hay mas joyas como esta en el pajar. Hablaremos de ellas.
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