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Cepa en Amandi. Por Anabel Carrión para Galicia entre copas. |
Mi primera conclusión tras probar todos esos vinos fue que 2015 había sido un año complicado por su calidez y por las irregularidades meteorológicas de finales de verano y principios de otoño. Esto, por contra, facilitó un poco la labor de elegir aquellos vinos en los que se demostraba que las decisiones de sus viñadores habían sido las correctas.
La segunda conclusión fue hacer algo de abstracción y advertir una realidad que me gustó, y que va por delante de las críticas que pudiera reiterar por disquisiciones con los organismos de turno o por elaboraciones que quizás y en mi opinión podrían ser más arriesgadas en muchos sentidos. Como adelantaba, me gustó ver que, frente a lo que hoy es tendencia, el foco local está puesto en la figura que hace verdaderamente posible el vino auténtico, una persona o una familia, que con sus manos cuida de la viña (generalmente de muy poca extensión), y que con sus mismas manos elabora el vino que portará la esencia del paisaje en el que viven las cepas. Aquí lo llaman colleiteiros.
Este modelo convive en cierta armonía con la gran producción de modelo cooperativo que hace la zona económicamente viable, y con algunas bodegas cuya fortuna y producción ha aumentado mucho en los últimos años. Quiero decir que percibo aquí una coexistencia pacífica, no vista en otras zonas, que, salvando grandes distancias, me hacen pensar en la dicotomía pequeño productor y grande maison que tan bien ha funcionado en Champagne. Y si las cosas pintan bien, también hay que decirlo.
Los vinos de colleiteiro y de las pequeñas bodegas de Amandi son sinceros, alegres, imperfectos, asimétricos y con una transparente hermosura. Revelan con gran claridad cómo ha sido el año, hacia dónde se orientan las viñas o con qué problemas ha tenido que luchar el productor en la cosecha. Lucen pequeños defectos que los hacen emocionantes (¡me aburren los vinos perfectos!), y algunos asesores externos han ayudado a solventar los problemas más serios. Por todo ello, la fotografía común revela lo mejor que se puede predicar de un vino, la tipicidad, porque es difícil probar estos vinos y no reconocer de dónde vienen.
Hablo de tintos de Amandi como Estrela, Peón o Val da Lenda. De este último he disfrutado enormemente de dos botellas gloriosas en los últimos días. También hablo de Priscillus, de, de Don Bernardino, de Cividade, de Regueiral, del siempre exquisito Tear, y de gente que va por otro lado, como el delicioso Lucenza, que ha decidido apostar firmemente por la vía ecológica más comprometida con el entorno, o también de Régoa, desde sus maduros y reposados vinos de crianza. Por cierto, han salido al mercado unas pocas botellas de su añada de gracia, la 2008, para demostrar que el tiempo les viene bien.
Tengo delante Viña Cazoga 2015, un paradigma sencillo y cristalino de lo que es la mencía más pura en Ribeira Sacra, que huele a arándanos, a ají, y también a laurel y a barro cocido, y que en boca es directo, carnoso y vibrante. Muy fresco pese a sus 14%, y que deja en el paladar la sensación de un caramelo muy antiguo.
Por sus pequeñas producciones y reducidos canales de distribución, no son fáciles de encontrar, pero hoy en día, todo es ponerse y casi nunca alcanzan los 10 euros.