Uno es aficionado a los símiles, pero dudo que haya nada que se pueda comparar con ser padre. Les dirán muchas cosas y serán pocas. Emoción, miedo, vértigo, alegría infinita, agotamiento, protección, pasar a un segundo plano, ver el mundo de otra forma...
Y entre esas cosas y un millón más, el tiempo se reduce y se aprieta. En el reloj ya no corren las horas, sólo los segundos. Además son pocos. Insuficientes para una criatura que sólo depende de tí, y ya no hablemos de aficiones e inquietudes. La medida de las cosas pasa siempre por unos 48 centímetros, porque todo el resto puede esperar, y además hace menos ruido.
Pese a todo uno quiere ser mejor, sonreír más, compartir, comer mejor aunque apenas haya tiempo para cocinar un plato de pasta o un huevo revuelto en el mejor de los casos. Cobra máxima importancia entonces la elección del vino. Porque, insisto, la vida ahora es más corta. No hay tiempo para el error. No apetecen las maderas, los artificios, ni los dulces (para dulce basta la pequeña Lola), tampoco nada que no provenga de la naturaleza, ni del campo.
El alma pide síntesis, precisión, autenticidad. El cuerpo pide zumo de uva, aunque sea para acompañar a las aceitunas y los frutos secos de las interminables visitas, y jamás imaginé que el primer vino emocionante del año, y de esta nueva vida, pudiera venir de Chile.
Como país vinícola, Chile se parece a España mucho más de lo que España se parece a otros países europeos. Grandes productores mundiales de vino a granel, en los que el consumo interno es de risa y la calidad pegada al terruño una realidad alternativa, existente pero poco conocida, en la que sin embargo existen unas posibilidades enormes.
Chile es además, en sus interminables extensiones de viñedo, un paraíso para la viticultura ecológica y respetuosa con el medio gracias a la protección que brindan el Pacífico y los Andes, además de un terreno al que nunca llegaron las grandes plagas de Europa. Allí se situó Louis Antoine Lyut atraído por la libertad de trabajar en terreno sano y la posibilidad de experimentar con las cepas del nuevo mundo. Esto es lo que han hecho muchos, pero Lyut es alumno aventajado de Marcel Lapierre, y eso ya es casi una garantía de que aquí va a haber algo más.
Huasa 2014 de su bodega se elaboró con uva país (también conocida como mission o listán prieto) procedentes de cepas de más de 150 años (en Chile no hubo filoxera, recordemos, y tienen viñas centenarias por castigo) a unos 500 metros sobre el nivel del mar. Se encuentran en la zona de Chillán, un area privilegiada entre la cordillera y el Pacífico, donde los pinos conviven con interminables extensiones de viñedo. La viticultura en Clos Ouvert es ecológica, siguiendo los aprendizajes adquiridos con Lapierre, en un entorno más favorable para la gesta, todo sea dicho.
La vinificación es sencilla. Vendimias a mano en cajas de madera (vaya tela, con lo que debe pesar eso), despalillado también a mano y pisado con pies sobre grandes cestas de mimbre.
Colores claros, borgoñones, casi marchitos que en nariz, sin embargo, evocan naturaleza en ebullición de la primavera. Romero, miel de brezo, tierra húmeda, arándanos en la mata...un torrente de frescura, que en boca es chispeante y sabroso, crujiente, tan sencillo y tan complejo como un zumo puro de uva.
El vino que pide el alma cuando la atención (y la alegría) está en otro lugar.