Por muchas cuestiones es quizás este 2014 de los más sorprendentes de su historia, pero especialmente por una, que ha llamado poderosamente mi atención: de los diez vinos destacados, la mitad, incluyendo el primero, no tienen acogida en una denominación de origen.
Me veo obligado a reflexionar e intentar sacar conclusiones aunque posiblemente la mayoría de los lectores, con buen criterio, ni se habrá percatado de este dato, primero, porque hoy en día parece que puede surgir un buen vino de cualquier lugar, y segundo, porque ya a prácticamente nadie le importa esto.
Pero no siempre fue así. Hace algunos años (aunque no tantos como pudiera parecer), en España sólo existían dos tipos de vino, de Rioja o peleón, y para poder hablar de calidad, de salto de nivel, la etiqueta de la denominación de origen representaba algo esencial.
Venía a suponer que una institución solvente había comprobado que el contenido de la botella en cuestión, no solo no era venenoso, sino que además procedía de un lugar determinado y bajo ciertos estándares de calidad. Dicho de otra forma, pertenecer a Rioja, más tarde a Ribera del Duero o a Rías Baixas (vale que Ribeiro es más antigua, pero de aquella estaba en las catacumbas) suponía cierto prestigio y distinción, en la misma línea que desde hace más de un siglo supone en Francia poner AOC Meursault, Pessac-Léognan o Côte-Rôtie en una etiqueta.
Comenzaron entonces a aflorar denominaciones de origen por toda la península, algo, en principio legítimo y que respondía a una realidad vitícola diversa, como lo es la española fruto de una historia compleja en la que de una u otra forma el vino ha estado presente.
El tema prometía, ¡qué duda cabe!. De repente veíamos la posibilidad de conocer multitud de expresiones de climas, suelos, variedades,... terruños en definitiva.
Sin embargo, algunos elementos fundamentales se quedaron en el camino:
- Unas y otras D.O's suscribieron similares criterios de calificación de Crianzas y Reservas, basados en la madera externa al vino y no en la tipicidad.
- No se advirtió, salvo en casos contados, una especial protección de las variedades autóctonas y de hecho se acogen como preferentes cabernets o chardonnays, de dudoso arraigo en España, y se manifestó una expansión casi enfermiza del tempranillo por toda la península, incluso en lugares donde se adaptaba especialmente mal.
- Resulta llamativo que cuando las DO se fueron pronunciando sobre volúmenes de producción, fuese para aumentarlos, y no para reducirlos en favor de la calidad.
- Algunos incluso se dedicaron a hacer el ridículo, intentando blindar el uso de una variedad, intentando prohibir su vinificación etiquetada en otros lugares, en lugar de defender la particularidad el terruño y a los viticultores que lo expresaban.
Hasta aquí todo podría ser aceptable si existiera un criterio claro, definido e histórico de lo que es el vino de la zona, como pueden permitírselo en Meursault, Pessac-Léognan o Côte-Rôtie, donde -insisto- llevan muchísimas generaciones elaborando y etiquetando vinos de talla mundial. Pero, ¿existe un criterio claro, histórico e inmutable de en qué consiste la tipicidad de Rueda, Manchuela o Rías Baixas?, es más, ¿es posible que una D.O. con apenas 20 años de historia determine cómo debe ser el vino de la zona?.
Yo lo dudo, y les pondré un ejemplo.
Pocos dudan que Quinta da Muradella hace los mejores vinos de Monterrei. Es punta de lanza en todo el mundo, sus vinos obtienen las más altas calificaciones de prestigiosos prescriptores y exporta alrededor del 90% de su producción a países como Francia o EEUU, donde se venden (y mucho) las botellas a más de 40 dólares.
José Luis Mateo, lleva ya unos cuantos años ensayando con variedades por separado, con diferentes suelos y orientaciones, leyendo sus expresiones en cada añada y, además con distintas elaboraciones. Buscando el camino (así rezan sus corchos) de revelar la expresión de su terruño, y a ser posible, de cada finca.
Cuando le pregunté cuál era la tipicidad de Monterrei, me respondió (con la humildad que le caracteriza), ¡que aun es demasiado pronto para saberlo!, hay que seguir trabajando, cuidando viñas, suelos, y estando atentos a lo que nos cuentan cada año.
Entonces, si el que a priori mejor conoce uvas, tierras, clima y evolución de los vinos de Monterrei, aun no es capaz de determinar un carácter esencial de su terruño, ¿es sensato que el comité de cata la D.O. Monterrei se permita descartar un vino porque no reúne unos u otros rasgos de tipicidad?, y, en tal caso ¿quien y con qué criterios ha decidido cuales son esos rasgos?
Quede claro que la D.O. Monterrei merece todo mi respeto y aquí no es más que un ejemplo teórico. Pongamos otro.
Hace un par de años hablaba con David Busto, representante entonces de la Bodega Dominio do Bibei. Para quien no la conozca, fue la primera en apostar por vinos de crianza en Ribeira Sacra y hoy en día cuenta con un reconocimiento internacional del que pocos en España pueden presumir. Mucho de su éxito comercial es mérito de David, por cierto.
Elogiaba yo aquel día la calidad de su Brancellao 2007, y llegué a calificarlo de gran vino. En ese momento, David me cortó, diciendo que para hablar de grandeza hay que tener una trayectoria de excelentes vinos año tras año durante un lustro al menos, y poder abrir ahora una botella con dos o tres décadas a sus espaldas y alucinar,... ¡eso es un gran vino!.
Obviamente esto nos reconducía a Burdeos, Borgoña, Barolo o a algunos grandes Riojas clásicos, y poco más, pero no donde aun queda todo por hacer.
Por consiguiente, si los grandes vinos aun están por hacer en casi toda España, ¿quién puede dar por sentados los criterios que definen el carácter del mejor vino de una zona?. ¿Acaso no corremos el peligro de perdernos el gran vino si a priori hemos decidido que la uva "X" en la D.O. "Y" tiene que oler a maracuyá y dar blancos limpios de color verdoso?
Alguien podría responderme que lo que los comités de cata buscan es un estándar de calidad. Muy bien. Esto sería aceptable si quienes los componen fuesen, siempre y en todo lugar, analistas con gran experiencia mundial, dilatada y continua, que han probado y siguen probando las mejores botellas de Borgoña, Mosela, Burdeos, Sicilia, el Piamonte, Sonoma, Swartland y, por supuesto España.
¿Esto es así?
Yo lo ignoro, pero el hecho de que la mitad de los vinos destacados en el Ranking no estén en una D.O., pudiendo estarlo (en una muestra en la que los vinos con D.O. era de más del 80%) me hace dudarlo, como me hace dudarlo el hecho de que excelentes tintos y blancos que triunfan objetivamente fuera de nuestras fronteras se vean obligados a salir al mercado como Vino de la tierra o Vino de Mesa, mientras millones de botellas de productos etiquetados pero mediocres pueblan los lineales a menos de tres euros.
Tres euros que en modo alguno pueden cubrir el coste una elaboración mínimamente honesta.
¿Qué ha de opinar un consumidor cuando el chato del bar de Rueda le sabe a rayos mientras lee que los mejores y más caros vinos de la zona son Ossian o El Barco del Corneta, ambos "vinos de la tierra"?
Miren, yo en este escenario sólo veo dos salidas, una es aprender, mirar fuera, rectificar de los errores e intentar atraer buenas prácticas y mejores viticultores, reflejar la importancia de las fincas o los pueblos sobre el brillo del menisco, los meses de barrica o el battonage. Ante la duda y en ausencia de práctica irregular, ¡calificar el vino!, dejar trabajar a los viticultores que hacen vino, no molestarles con que su blanco no es amarillo pajizo o que en la etiqueta han puesto el nombre del pueblo y eso no se puede hacer. Conozco pocos viñadores auténticos que no hayan experimentado sandeces del estilo con su respectivo Consejo Regulador.
¡Qué decir!, a mí se me caería la cara de vergüenza como catador si, tras descalificar un vino, éste aparece elogiado por Luis Gutierrez, Alice Feiring, Juancho Asenjo o Matt Kramer un año después. Pero si la respuesta es la soberbia, algo falla.
No me olvido de las añadas. El hecho de que todas se califiquen como excelentes no las hace ni medio buenas, únicamente desprestigia a la práctica totalidad del vino de la zona, especialmente en un buen año, como en el cuento del Lobo. ¿No será más inteligente la sinceridad que haga util la calificación de la cosecha?. El consumidor lo agradecería prestándole atención en lugar de partirse de risa. En Burdeos lo hacen y no les va mal del todo.
La otra salida es sencillamente la autodestrucción, es decir, la identificación de la zona con el granel, con el vino barato y mediocre, ese que se toma con el menú del día, pero bajo ningún concepto se le regala a un suegro. ¿Alguien regalaría (aunque sepa que es bueno) un vino con D.O. Rueda o La Mancha a alguien con quien quiere quedar bien?.
Hay vuelta atrás, sí, y además estoy seguro de que en todos los Consejos Reguladores trabaja gente honesta, con inquietudes y buen criterio, pero no es eso lo que a día de hoy destaca.
Créanme si les digo que en un mundo globalizado como este, con toneladas de información corriendo a toda velocidad, y tanta competencia, no abundan las segundas oportunidades. Como dicen en el mundo del seguro, "es muy difícil ganar un cliente, pero se le puede perder en un minuto, y el que se va, rara vez vuelve".
No me cabe duda de que los buenos productores encontrarán su camino, con o sin etiqueta, porque han perdido el miedo y porque sus vinos hablan por ellos, no tendrán problema, incluso es posible que se organicen en torno a una nueva certificación de calidad, como ha ocurrido en otros lugares.
Sé que muchos no verán con buenos ojos estas palabras, porque este país es muy de matar al mensajero, pero ni busca la polémica ni la crítica gratuita, sino la reflexión desde la creencia de que el vino, el de calidad, puede ser un gran motor de este país, si no nos lo cargamos, claro.
A día de hoy, el camino es sombrío.
* Fotografía obtenida del blog de Gabriel Sanz