martes, 20 de mayo de 2014

Un día cualquiera

El lunes no fue un buen día. Más bien todo lo contrario, pese al triunfo del Aleti, y por cuestiones que no vienen al caso.

Termino además una jornada nefasta, sabiendo que un amigo lo está pasando mal.

Poniendo la cuestión en relación con nuestro tema, ya que esto no es (al menos no totalmente) una página de auto-ayuda, siempre he pensado que en situaciones adversas es poco recomendable abrir un buen vino.

Consideraba que, siendo uno mismo parte de las sensaciones del vino que saborea, poco bueno puede aportar a los matices de una gran botella una mente contrariada, llegando a restar incluso, hasta el punto de decidir inconscientemente no disfrutar de ella por la razón sensorial negativa que más destaque.

Esta concepción conduce irremediablemente a dejar el vino (o cuando menos el mejor vino) para las buenas ocasiones. Algo muy limitante, visto desde fuera.

El caso es que ayer, una sucesión de circunstancias me llevó al pensamiento inverso, romper con la fatalidad, de alguna manera coger el timón, y descorchar algo. No cualquier cosa, sino precisamente una de esas botellas que uno reserva para un momento o un encuentro en el que abrirla.

Nada tenía que ver esto con el alcohol y las penas, sino con distraer los sentidos en cosas positivas, con simplificarse y volver a la tierra, aprovechar la ocasión para compartir sensaciones, aunque fuera a distancia.

En este caso se trataba de un absolutamente descatalogado Guímaro B1P 2007. Algunos no sabrán que este vino de nombre confuso no era otra cosa que el alter ego del archiconocido Pecado de Raúl Pérez, elaborado con su asesoramiento sobre las viñas y el trabajo de Pedro Rodríguez y familia.


Se elaboró con uvas de la finca Pombeiras, en Amandi. En un 85% mencía, el resto, un poco de todo lo que hay por allí. Por la cata me atrevo a decir que brancellao y algo de caiño entre ello. De aquella usaban menos raspón, y la crianza rondó los 14 meses en barricas usadas.

Pero todo eso casi da igual, porque el vino, hoy, en mayo de 2014 ha trascendido a las uvas y a la elaboración y se ha encarnado en terruño y complejidad.


Un verdadero paréntesis en un día aciago comenzó en el momento en el que sus tímidos tonos rojizos, algo apagados ya, cayeron sobre la copa.

Algo de reducción. ¡Bien!, primera buena noticia del día, porque está en el guión del vino y porque apunta a que no he cometido errores de conservación. El caucho y la cebolla desaparecen enseguida.

Surgen con intensidad flores marchitas, tomillo, infusión de fiuncho (hinojo, en Galicia). Balsámicos terribles. Me olvido de todo, ya solo estamos el vino y yo. Creo que sonrío, por primera vez. Cerezas secas, tormenta de verano, hongos. Recuerdos de algunas sobremesas con un Tondonia.

En boca está vivo, carnoso, fresco, con fantástica acidez y taninos esféricos, muy finos ya. Al tiempo es salino, muy borgoñón. Creo que en una cata ciega me la hubieran pegado, y por ello doy ahora la razón al amigo Sibarita. Es vibrante, larguísimo, puro atlántico. Deja finos amargos, térreos, minerales. Entra María por la puerta, después de una jornada aun más larga que la mía. Todo pinta mucho mejor, adquiere otra perspectiva.

No sé cuanto tiempo tiene que pasar para que un vino se considere grande. Para mí lo es desde el momento en que me ha alegrado (y arreglado) un mal día, ayudándome a reconducirlo en el último momento.

Que cada uno saque sus propias conclusiones, las mías me recuerdan mucho a este tema.



4 comentarios:

Sibaritastur dijo...

Joer que envidia tener una botella así guardada aunque es cierto que ni la recordaba ya. Son tres años de diferencia y recordando ahora lo que me encontré, me hago cargo de lo que pudiste probar ahora.
Un buen vino siempre alegra el día, lástima que algunos, muchas veces por ignorancia y falta de atrevimiento, aun no lo han descubierto.

Mariano dijo...

Entiendo que puede pensarse a la inversa, y que un mal día te puede fastidiar un gran vino. Como bien apuntas, es cuestión de atrevimiento.

Procuro guardar cosillas de los vinos que me gustan y que creo que crecerán. Tengo la suerte de disponer de un espacio para ello que no me está dando malos resultados.

Una vez Raul me dijo que damos muy poco tiempo a estos vinos para poder saber lo que realmente pueden dar de sí (tanto para bien como para mal). David Busto (Dominio do Bibei) me dijo también un día que no podremos hablar de grandes vinos hasta que saquemos una botella con al menos 10 años y alucinemos, y además esto pueda repetirse en el tiempo, añada tras añada (salvo las malas). Yo, dentro de mis posibilidades, pongo mi granito de arena en el experimento.

Sibaritastur dijo...

No creo que tenga ni deba ser el consumidor el que guarde los vinos.
Y ya pudiera tener yo un sitio como el tuyo, anda.

Jose dijo...

Es quizá, y precisamente, en esas ocasiones cuando necesitamos un plato de una comida y una copa de vino que nos reconforte.

Quizá llega un momento en que no hay muchas cosas que celebrar, en el que hay poco margen para esos motivos por los que descorchar una botella y entonces cada botella, es una ocasión para, al menos, intentar sonreir.

Saludos,

Jose

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