Al tipo en cuestión, con ADN cien por cien viñador, un día le pasó como a Mary Poppins. El viento cambió y decidió abandonarlo todo en su propiedad de Toro, en busca de otro viñedo que necesitara de sus manos para expresarse. El norte le sedujo, y terminó con sus manos en Cangas del Narcea, Asturias, donde las viñas se perdieron en el tiempo, el vino renace, y vuelve a balbucear, en su propio idioma, algunas notas ciertamente emocionantes.
Como la mayoría de las grandezas, su relación con la viticultura asturiana surgió por casualidad, aunque lejos de tirar a lo fácil, decidió enfrentarse a las particularidades de las viejas fincas que encontró, en lugar de diseñar un producto a medida.
A sus tintos he de darles una segunda oportunidad, como esas que propone Joan , ya que en la primera, ni las botellas ni yo estábamos en nuestro mejor momento. Así que hoy nos ocupa su blanco, sugerente desde el minuto uno, Las Yolas 2011, cuyo nombre responde a las mujeres que, con mimo, vendimiaron a mano las uvas de las que partió todo.
Decía que lejos de ir a cosas más fáciles, como a conformarse con un albarín aun exótico y más directo, se atrevió con el albillo, materializado en cepas de entre sesenta y más de cien años, aunque siempre con la dificultad de ser una variedad compleja, sosa y pesada si no se le sabe sacar partido, y poco agradecida con elaboraciones puramente tecnológicas.
Imagino que la voluntad de exprimir el terruño, le condujo a desgranar manualmente, a pisar con pies y, respetuoso en toda la elaboración, dejar macerar el mosto con los hollejos.
Se crió en barricas usadas de 300, abiertas durante 12 meses. Y todo dio para mil doscientas botellas. Nada más.
Me encuentro con un vino dorado y brillante. Adulto en nariz, con aromas complejos, calientes, de romero, naranja escarchada, algo de melocotón en almibar, y un fondo dominado por la avellana y el caramelo tostado. Recuerdos terrosos y minerales, van y vienen.
En boca da la cara más seca y untuosa. Buena acidez sápida. Tanino almendrado en el que la piel se prolonga. Carne de membrillo, más amarga que dulce. Sabroso, con buena sensación grasa y un amargor prolongado. Elegante y rústico a partes iguales. Hacia el final se van haciendo más presentes los tostados, pero el conjunto resulta integrado, rico en matices y fácil de beber, dentro de un perfil de blanco complejo, más cercano al maridaje y al disfrute pausado y reflexivo que al chateo.
Fue la compañía de la gloriosa secuela de nuestro Pitu del otro día, que vino coronado con un arroz, que permanecerá en mi memoria de por vida.
Someramente. Rescatamos las cebollas que quedaron al fondo y las sofreimos algo escurridas. Acompañamos una taza de arroz carnaroli y tostamos bien, despegando con frecuencia y sin miedo.
Añadimos una lágrima de vino blanco seco, lo justo para añadir un punch de evaporación, ruido y aroma. Seguimos tostando.
Poco a poco y hasta que nuestro ojo y nuestro diente nos digan basta, vamos añadiendo la salsa (no me atrevería a llamar caldo a algo tan untuoso) del pitu. Si siguieron la receta, les habrá sobrado suficiente.
En la última cucharada del caldo, incorporamos el pollo desmenuzado que hayamos podido rescatar.
Ni que decir tiene que aquí solo vale un blanco con doble fuste y Las Yolas dio la talla con creces.
Tremendo.
6 comentarios:
A mi Las Yolas me recordó mucho a Reto de Manchuela.
Una puntualización. Es Cangas del Narcea. :-)
A mi Las Yolas me recordó mucho a Reto de Manchuela.
Una puntualización. Es Cangas del Narcea. :-)
A mi Las Yolas me recordó mucho a Reto de Manchuela.
Una puntualización. Es Cangas del Narcea. :-)
Es curioso, en Viñerón Nicolás nos aseguró que este vino NO hacía maceración con hollejos.....aunque todo indicara lo contrario.
Hola Toni,
Gracias por el apunte. Corregido.
Pacog, ya comentaba que no conozco a Nicolás, pero fuentes autorizadas, en definitiva quienes lo comercializan, decían que sí. Intentaré preguntarle directamente.
En todo caso, la cata del vino apuntaba por ahí.
Un saludo
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