Interrumpimos el bombardeo relativo al Ranking para sumarnos a un lamento tan crudo como incomprensible.
Hace unos días el amigo Jorge, más conocido como Gastroerrante, nos hablaba de A Tafona do Peregrino, un pequeño restaurante de Santiago de Compostela encuadrado en un hotel muy cuco, que languidece mientras realiza un esfuerzo hercúleo por servir algunas de las mejores viandas de las que se puede disfrutar en la capital gallega, y además por un precio irrisorio.
Creo a piejuntillas todo lo que sale de la pluma del asturiano en cuestión, pero es que además me permito decir que estuve allí. Hace tan solo unas tres semanas.
Un local llamativo y acogedor. Telas y lámparas de diseños y colores vivos en combinación con piedra desnuda.
Nadie me conocía, ni yo conocía a nadie. Nos limitamos a preguntar por un sitio para dos. Salvo un par mesas ocupadas (por guiris, me dio la impresión)- El que ustedes quieran- respondieron, con una atención sobria pero distinguida, y absolutamente correcta.
Llega el menú, tan atractivo que ni miramos la carta. Sólo la de vinos, una no muy larga, pero cuidadosa selección con especial apuesta por el territorio. Precios igualmente ajustados.
Llega el menú, tan atractivo que ni miramos la carta. Sólo la de vinos, una no muy larga, pero cuidadosa selección con especial apuesta por el territorio. Precios igualmente ajustados.
Mientras mi santa opta por unos impecables niguiri y una ensalada oriental, yo me voy a la flor del calabacín rellena, en tempura y con jamón ibérico. Una verdadera delicia, perfecta la fritura y relleno croquetero al más alto nivel.
Fue la antesala ideal para un bacalao, sabroso y preciso al milímetro en su punto de cocción y acompañado de un llamativo y sabrosísimo arroz.
Las hojas que lo adornaban, cuyo nombre no recuerdo, eran un poema verde, sabroso y crujiente, así como un acompañamiento elegido con genial criterio.
Con el vino nos fuimos a As Furnias 2011, fresco y divertido por momentos, aunque algo desordenado en nariz, con alguna nota acética, y desconcertante en boca. Quizás no fuera su mejor botella.
Un postre basado en frutos rojos cerró la sesión, dejándonos atónitos el conjunto, al precio, llamativo hasta lo casi injusto, por producto y trabajo, de 15 euros.
Desde aquí, y para evitar reiteraciones, me limito a hacer mías las reflexiones del Gastroerrante, y es que el hecho de que este restaurante no prospere, me entristece, me colma de rabia, y me hace replantearme muchas cosas. El más triste pensamiento de que aun haciéndose todo bien, un proyecto puede no funcionar.
Yo no lo entiendo. Tampoco entendía nadie en Fantasía qué era la Nada, hasta que poco a poco, se fue apoderando de todo a su paso.