Antes de nada advertir, tras la penitencia del post anterior, que éste no es en absoluto mileurista. Hemos abandonado momentáneamente las premisas de la plataforma para darnos un homenaje. Tardará en llegar el siguiente.
Dicho esto, el hecho de poder asistir al espectáculo de una noche en El Celler de Can Roca es, en sí mismo, un privilegio, y no solo por conseguir una reserva (que también) sino por el simple hecho de poder estar allí, y con la persona indicada.
Dicho esto, el hecho de poder asistir al espectáculo de una noche en El Celler de Can Roca es, en sí mismo, un privilegio, y no solo por conseguir una reserva (que también) sino por el simple hecho de poder estar allí, y con la persona indicada.
Adelanto que no voy a reproducir ninguna sucesión de fotos ni de platos. No creo que aporte demasiado cuando estamos ante un espectáculo, un todo con coherencia interna, repleto de emociones evocadoras que la fibra óptica es incapaz de transmitir. Muchos de los que ya hayan estado allí, me entenderán.
Los que no, tienen a su disposición en la red multitud de crónicas en el Celler, certeras y muy bien escritas. Sin embargo, les aseguro que mi experiencia habría sido aun más sorprendente si con antelación no hubiera sabido alguna de las cosas con las que me iba a encontrar en la mesa.
El menú festival – que es lo que hay que pedir, ya que estamos allí- es un relato vital contado en varios actos. Pequeños bocados, donde la técnica hace concentrar sabores exóticos, explosivos y auténticos, despiertan nuestra curiosidad más infantil, y esa capacidad de sorprendernos que a veces damos por perdida. Además divierten y nos preparan para cosas más serias.
En algún momento de la historia, el relato se transforma en ópera y el mar toma el protagonismo, para después dirigirnos a tierra firme y, finalmente, de vuelta a la más tierna infancia, donde ese carrito de postres, que bien pudiera conducir Willy Wonka, nos anuncia la amarga despedida.
Sobre los vinos que acompañan en el viaje, tan solo puedo aplaudir. Blancos naturales que toman el protagonismo. Nombres como Laureano Serres o Domaine Ramonet, Evocadores generosos. Macabeos ancestrales. Rieslings de culto y todo un descubrimiento de maridaje, alcachofa versus auslese. Enorme. Una garnacha murciana, Escombro, de quedarse con la boca abierta. Un Sake embriagador. En la balanza negativa, un Pedra de Guix que quizás no está en su mejor momento y un vino que se vio vapuleado y reducido a la mínima expresión por la gamba más fuerte del mundo.
Y hasta aquí puedo leer, pues sin duda creo que lo mejor es que vayan a Girona, y los Roca les cuenten su historia. Una experiencia sensorial y cultural que vale cada euro que se paga por ella. Eso sí, pónganle paciencia porque la reserva en fin de semana anda a un año vista.
Pero fue un viaje relativamente largo que comenzó en Barcelona, y que aprovechamos para otras experiencias, muchas de ellas gastronómicas que el destino nos condujo a canalizar con burbujas.
Empezamos por lo refinado y destacamos el restaurante Hisop, entre Diagonal y Vía Augusta, en cuyo minimalista local alberga una propuesta vanguardista de producto de mercado francamente atractiva, especialmente por la semana, cuando podemos disfrutar de un menú de tres aperitivos, entrante, segundo y postre rondando los veinte euros. Tanto la ensalada de poularda como el cochinillo que cayeron en mis manos, estuvieron a la altura. Y ojo a la tabla de quesos que podemos sustituir por el postre, a un nivel excepcional.
Continuamos en lo refinado para la parada obligada en Monviníc. Aparte de sus soberbios buñuelos de bacalao, que acompañamos con alguna de sus variadísimas propuestas de vino por copa, me permito destacar unas burbujas francamente especiales, las pequeñas que Clos Lentiscus nos ofrece en su Sumoll Reserva de Familia Blanc de Noirs Brut Nature. Un vino atlántico y racial con la crema como detalle, y una sabrosísima y larga vinosidad que me hace preguntarme dónde está la tipicidad y el terroir de la mayor parte de los espumosos que me pasan por delante. Incluyo en esto mucha champaña. Una auténtica delicia.
Nos vamos a algo más canalla. En pleno barrio de El Raval, un bar customizado entre lo cutre y lo Almodóvar, tras cuya barra no nos habría sorprendido ver a Chus Lampreave, oculta lo que posiblemente sea la mejor barra del país, construida en torno a una cocina tan espectacular como metódica y silenciosa.
El lugar se llama Dos Palillos, y la recomendación es dejarse llevar por alguno de sus menús degustación.
Producto y producto acompañado de criterio, justa elaboración y máxima precisión nipona en cada paso.
Si a todo esto le sumamos un divertido toque de imaginación y una vuelta de tuerca en cada preparación, entendemos por qué el lugar estaba lleno pese a no ser precisamente barato. Ni cómodo.
En cualquier caso afirmo que disfruté un montón y que las burbujas de Colet nos acompañaron, y a la altura, en todo momento.
Y de lo canalla terminamos en lo más canalla. Seguimos en el Barrio del Raval, ahora más barrio chino, y encontramos Mam y Teca, un particular Luces de Bohemia del vino y la cocina catalana donde el genial Alfons ejerce de Don Latino y uno que yo me sé haría bien de Max Estrella. El delicioso trinxat con butifarra y un foie antológico son la antesala de una tarde de francamente divertida en la que brilló con luz propia el Trallero Verol 2008, un vinazo disfrazado de espumoso que Josep Trallero elabora a base de pinot noir, chardonnay y albariño plantados en el parque natural del Montseny, haciendo viticultura ecológica de altura.
Tres años de crianza no han hecho sino sumar complejidad al torrente de fruta y montaña que es esta deliciosa rara avis.
Después se cerraron las cortinas, llegaron otros vinos, humo, palabrotas y muy buen rollo. Pero eso ya es otra historia. Si quieren leer algo más de Mam I Teca, no se pierdan este post de Joan.
8 comentarios:
Estupendo periplo, parece.
Y al final debo ser el único al que no le gustó El Celler de Can Roca en los últimos años...
Joder qué nervios me están entrando.
¡¡Quiero que llegue el día 25 YAAAA!!
En efecto Toni, nada puede gustar a todo el mundo, y sería casi sospechoso que así fuera.
Yo, en todo caso, disfruté un montón.
Compangu,
Un consejo. No leas nada, no busques fotos, simplemente ve, y disfrutarás más seguro.
Mariano, qué parco, je, je...
Aparte de ese "fuera de categoría" que es el Celler -supongo-, me gusta lo que dices sobre los espumosos. Mira que me atraen pero cuesta encontrar esa tipicidad, como dices.
Me alegra que hayáis disfrutado tanto.
Caray, vaya días más completos en Barcelona.
Tomaré los sitios que comentas como recomendaciones para mi siguiente visita.
Saludos!
A mí también Jorge. Por eso fue una sorpresa tan grata. Disfrutando de estos vinos, olvidé durante un rato que existía champagne, no por que fuera mejor ni peor, sino porque tenían entidad y tipicidad propia. Espero que este tipo de cosas proliferen...
Y ya nos contarás, Alberto.
Saludos!
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