Aunque toca descansar, algo me impide decir "cerrado por vacaciones".
Ha sido un año complicado, de mucho trabajo en todos los aspectos. El cuerpo pide una tregua y no quiero que la periódica desconexión que me supone pasar por aquí se convierta en una obligación con hora de entrada.
Me voy al norte, casi un mes, en el que trataré de olvidar los ritmos de la ciudad, las obligaciones, las tareas pendientes y el largo invierno.
Nos relajamos, porque es lo que procede, para volver en septiembre con fuerza, ilusión, nuevos proyectos y continuación de otros ya iniciados. Si en el seno de este relax nos dejamos caer por aquí, será por puro placer, y por que lo pide el cuerpo.
Si no, será que la plataforma también necesitaba un descanso. Quizás merecido, quizás no tras, casi cuatro años, casi trescientas entradas y más de trescientas mil visitas sin haber parado un mes entero.
Puede que esta vez tampoco resista la tentación.
Aunque así sea, ésta, mi casa, estará abierta por vacaciones, para quien quiera entrar hasta la cocina y coger lo que le parezca.
Y rematamos la temporada con la entrevista que nos hizo la gente de Ponte da Boga. Pueden verla aquí.
Si quieren algo más, también seguiremos en el twitter, marcado por los ritmos del norte y conscientes de que la vida transcurre entre twitteo y twitteo.
Entre tanto, disfruten del verano, porque se acerca el invierno.
*Imagen obtenida de www.nuestroclima.com sobre "Las Piedras que Caminan" en el Valle de la Muerte
lunes, 13 de agosto de 2012
lunes, 6 de agosto de 2012
Puerros aliñados y una mencía en pañales
No les voy a engañar, me paso el día exprimiendo la sesera, buscando platos sustanciosos que no se incorporen directamente al flotador, sobre todo en previsión de que este verano vuelva a ponerme como el tenazas, una vez más, y regrese a casa con tres o cuatro kilos.
Entre pifia y pifia, de vez en cuando encuentro alguno, pero a pesar de los cuarenta grados, me sigue apeteciendo un cochinillo con la piel muy tostada. Es lo que tiene ser de buen diente.
Uno de aquellos platos me salió con unos puerros que compré sin pensar, tan solo buscando fondo de armario para evitar caer en el bocata de salchichón. E indagando por ahí, al final encontré una serie de recetas que fuí integrando y fusionando hasta llegar al engendro que les cuento.
Nos hacemos con un manojo de puerros y los limpiamos bien. Importantísimo salvo que disfruten mascando arena, algo que personalmente encuentro tan desagradable como morder una toalla, y encima la condenada tierra es que se mete hasta las trancas.
Hecho esto cortamos los puerros en cilindros más o menos iguales y los cocemos al vapor durante unos 15-20 minutos con una cucharada de sal gorda bien esparcida. A tope. Si no les apetece encender la cocina, también pueden usar unos en conserva, aunque aviso, salvo que su calidad sea excelente, no es lo mismo.
Por otro lado vamos preparando una vinagreta con ajo muy picado, mostaza, vinagre al gusto y aceite de oliva virgen, con lo que regaremos nuestros puerros una vez cocidos. Pueden tomarlos así, aunque yo los dejaría en la nevera, y al día siguiente los serviría sobre salsa romesco, o, en su defecto, el fabuloso Pesto Rosso que venden en Lidl y al que me declaro francamente adicto. Y ojo a los ingredientes, que sorprenden por lo natural.
Para maridarlo es complicado. El puerro es como una cebolla mariquita, pero con un dulzor capaz de dejar en pelotas vinos poco armados, especialmente blancos. Así que nos lanzamos con un tinto de mencía al que le tenía ganas desde hace tiempo.
Un viñedo con suelos de arcilla roja, de 1,8 hectáreas llamado La Mendañona, situado en Albares de la Ribera. La niña bonita del proyecto de Germán R. Blanco en San Estéban, en pleno marco del Bierzo, aunque fuera de la D.O. Viñedos de altura, bien expuestos y ventilados cuyos frutos maduran muy lentamente. De hecho suelen ser los últimos del Bierzo en vendimiar.
Las uvas de La Mendañona 2008, concretamente, se recogieron en la segunda semana de octubre. Tras maceraciones y maloláctica en inox, se crió en barricas de 250 y 500 durante dieciocho meses sin trasiegos. Se embotellaron 1.500 botellas y 25 magnum.
El vino se mostraba con un picota muy brillante y atractivo. Intenso, complejo, joven y muy atractivo en nariz, con deliciosos balsámicos, caramelo de violeta, cerezas maduras, corteza de naranja, albahaca y un fondo de mina de lápiz y vainilla que delata una madera aun algo presente.
Entraba bien en boca, afilado y crujiente, con una acidez formidable que junto con unos taninos recios, ásperos y por pulir, iba atenazando el gaznate. La acidez, insisto, brutal, compensaba a la perfección los 13,5º y el vino resulta fresco, pero duro y joven como para saborear todo lo que puede dar de sí. Hechuras de gran vino, en todo caso. Muy bordelés. Me recordó curiosamente a algunos tintos de mi amigo Sebio cuyo momento de consumo también está por llegar.
Si pudiera volver atrás en el tiempo, encorcharía esta botella y la metería en el lugar más profundo y oscuro del armario, dos, tres, cinco, ¿diez años quizas?, no lo sé. Sólo espero poder volver a probarlo entonces, porque aquí hay chicha.
Como eso ya no puede ser, me lo bebí con gusto. De hecho, entrados en materia y ya con nuestro puerro, el vino resulta largo, sabroso, con peso de fruta, mucha boca y un soporte perfecto para los aparentemente inocentes puerros.
Y por si les apetece seguir leyendo, les dejo aquí una pista sobre lo último publicado en Culturamas. También mencía, por cierto.
Entre pifia y pifia, de vez en cuando encuentro alguno, pero a pesar de los cuarenta grados, me sigue apeteciendo un cochinillo con la piel muy tostada. Es lo que tiene ser de buen diente.
Uno de aquellos platos me salió con unos puerros que compré sin pensar, tan solo buscando fondo de armario para evitar caer en el bocata de salchichón. E indagando por ahí, al final encontré una serie de recetas que fuí integrando y fusionando hasta llegar al engendro que les cuento.
Nos hacemos con un manojo de puerros y los limpiamos bien. Importantísimo salvo que disfruten mascando arena, algo que personalmente encuentro tan desagradable como morder una toalla, y encima la condenada tierra es que se mete hasta las trancas.
Hecho esto cortamos los puerros en cilindros más o menos iguales y los cocemos al vapor durante unos 15-20 minutos con una cucharada de sal gorda bien esparcida. A tope. Si no les apetece encender la cocina, también pueden usar unos en conserva, aunque aviso, salvo que su calidad sea excelente, no es lo mismo.
Por otro lado vamos preparando una vinagreta con ajo muy picado, mostaza, vinagre al gusto y aceite de oliva virgen, con lo que regaremos nuestros puerros una vez cocidos. Pueden tomarlos así, aunque yo los dejaría en la nevera, y al día siguiente los serviría sobre salsa romesco, o, en su defecto, el fabuloso Pesto Rosso que venden en Lidl y al que me declaro francamente adicto. Y ojo a los ingredientes, que sorprenden por lo natural.
Para maridarlo es complicado. El puerro es como una cebolla mariquita, pero con un dulzor capaz de dejar en pelotas vinos poco armados, especialmente blancos. Así que nos lanzamos con un tinto de mencía al que le tenía ganas desde hace tiempo.
Un viñedo con suelos de arcilla roja, de 1,8 hectáreas llamado La Mendañona, situado en Albares de la Ribera. La niña bonita del proyecto de Germán R. Blanco en San Estéban, en pleno marco del Bierzo, aunque fuera de la D.O. Viñedos de altura, bien expuestos y ventilados cuyos frutos maduran muy lentamente. De hecho suelen ser los últimos del Bierzo en vendimiar.
Las uvas de La Mendañona 2008, concretamente, se recogieron en la segunda semana de octubre. Tras maceraciones y maloláctica en inox, se crió en barricas de 250 y 500 durante dieciocho meses sin trasiegos. Se embotellaron 1.500 botellas y 25 magnum.
El vino se mostraba con un picota muy brillante y atractivo. Intenso, complejo, joven y muy atractivo en nariz, con deliciosos balsámicos, caramelo de violeta, cerezas maduras, corteza de naranja, albahaca y un fondo de mina de lápiz y vainilla que delata una madera aun algo presente.
Entraba bien en boca, afilado y crujiente, con una acidez formidable que junto con unos taninos recios, ásperos y por pulir, iba atenazando el gaznate. La acidez, insisto, brutal, compensaba a la perfección los 13,5º y el vino resulta fresco, pero duro y joven como para saborear todo lo que puede dar de sí. Hechuras de gran vino, en todo caso. Muy bordelés. Me recordó curiosamente a algunos tintos de mi amigo Sebio cuyo momento de consumo también está por llegar.
Si pudiera volver atrás en el tiempo, encorcharía esta botella y la metería en el lugar más profundo y oscuro del armario, dos, tres, cinco, ¿diez años quizas?, no lo sé. Sólo espero poder volver a probarlo entonces, porque aquí hay chicha.
Como eso ya no puede ser, me lo bebí con gusto. De hecho, entrados en materia y ya con nuestro puerro, el vino resulta largo, sabroso, con peso de fruta, mucha boca y un soporte perfecto para los aparentemente inocentes puerros.
Y por si les apetece seguir leyendo, les dejo aquí una pista sobre lo último publicado en Culturamas. También mencía, por cierto.
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