Con todo esto era lógico que uno pretendiera hablar de vino. Material, desde luego, no faltaba.
Sin embargo, sobre todo después de mucho vino, que enaltece el alma, mi corazón me pide destacar otra cosa, la existencia (constatación en mi caso), y su revelación masiva, de una persona excepcional: Rodrigo Méndez. Un tipo transparente, divertido, trabajador, humilde, innovador, honesto, adorable, genial y, sobre todo generoso hasta el extremo.
Aunque cualquiera con algo de fama y un buen altavoz puede reunir a un nutrido grupo de gente, sobre todo si es para comer y beber, les aseguro que resulta sobrecogedor ver a cuatrocientas, ¿qué se yo?, quinientas personas, tal vez más , y comprobar que prácticamente todas, cada una de ellas, vendería su casa y su alma si ello, en un momento dado, le pudiera ser de ayuda a Rodri. Creo que no he conocido nunca a nadie tan merecidamente querido.
Esto no se consigue solo haciendo vino. Por bueno que éste sea. Hay individuos abyectos que hacen vinos deliciosos. Pocos, pero los hay.
Son muchos menos, sin embargo, los sujetos excepcionales que hacen confiar a estas alturas en la bonhomía, la sencillez- según la RAE- unida con la bondad en el carácter y las maneras. Como muchas otras cosas, viene del francés, bonhomme, y en el siglo XIV significaba labrador, del XVI en adelante, hombre de bien. Curioso, ¿no?.
Uno empieza a entenderlo mejor las cosas cuando conoce a Ari, la encantadora- y paciente- persona que comparte su camino, a los pequeños Raúl y Rodri Jr., orgulloso, éste último, regentando el mostrador de su papá en la feria y sin apenas superar el metro, y a esos abuelos felices, satisfechos de ver consumado el proyecto familiar, quizás temerario en un principio, pero colmado de éxito por el esfuerzo de un hijo inigualable.
El problema es que el tipo no entiende el concepto de meta alcanzada, y a cada éxito en un proyecto le prosiguen varias inquietudes. Para fortuna de todos los que nos las bebemos, claro está.
A su albariño de mar feroz, le siguió un proyecto de crianza y otro de recuperación de variedades tintas autóctonas. Hablo de Leirana y Goliardo. Ahora vemos el resultado de la curiosidad del personaje por probar vinos de fuera, y aparecen fincas, microparcelas que vinificadas por separado buscan la máxima expresión del terroir, A Telleira, Genoveva..., cosas nunca vistas hasta el momento como A Escusa, o Cos Pés e incluso más variedades como el Ratiño, llevadas a un nivel de expresión que jamás han tenido hasta el momento. Todos ellos precursores en su tierra de lo que luego harán otros.
Esto no se consigue solo haciendo vino. Por bueno que éste sea. Hay individuos abyectos que hacen vinos deliciosos. Pocos, pero los hay.
Son muchos menos, sin embargo, los sujetos excepcionales que hacen confiar a estas alturas en la bonhomía, la sencillez- según la RAE- unida con la bondad en el carácter y las maneras. Como muchas otras cosas, viene del francés, bonhomme, y en el siglo XIV significaba labrador, del XVI en adelante, hombre de bien. Curioso, ¿no?.
Uno empieza a entenderlo mejor las cosas cuando conoce a Ari, la encantadora- y paciente- persona que comparte su camino, a los pequeños Raúl y Rodri Jr., orgulloso, éste último, regentando el mostrador de su papá en la feria y sin apenas superar el metro, y a esos abuelos felices, satisfechos de ver consumado el proyecto familiar, quizás temerario en un principio, pero colmado de éxito por el esfuerzo de un hijo inigualable.
El problema es que el tipo no entiende el concepto de meta alcanzada, y a cada éxito en un proyecto le prosiguen varias inquietudes. Para fortuna de todos los que nos las bebemos, claro está.
A su albariño de mar feroz, le siguió un proyecto de crianza y otro de recuperación de variedades tintas autóctonas. Hablo de Leirana y Goliardo. Ahora vemos el resultado de la curiosidad del personaje por probar vinos de fuera, y aparecen fincas, microparcelas que vinificadas por separado buscan la máxima expresión del terroir, A Telleira, Genoveva..., cosas nunca vistas hasta el momento como A Escusa, o Cos Pés e incluso más variedades como el Ratiño, llevadas a un nivel de expresión que jamás han tenido hasta el momento. Todos ellos precursores en su tierra de lo que luego harán otros.
La última osadía, que me permito destacar, comienza bien; por algo que yo echaba de menos hace ya muchos años, ver el nombre de Rodri en una etiqueta. Y la criatura que la porta se llama El Barredo 2010. Apenas seiscientas botellas colmadas de líquido Atlántico hasta la última gota, tras arrastrar sal, arena y conchas desde Rías Baixas, pasando por el Bierzo, hasta la pureza de la Borgoña y su pinot noir, donde empieza el camino.
Una cantiga seria, sobria, casi melancólica que encierra un placer tan etéreo como los tres deseos de la lámpara. Igual que el suspiro del peregrino cuando llega al Monte do Gozo, algo efímero cuando se disfruta, y eterno en el recuerdo.
Seres excepcionales - el vino, el creador, su entorno- que nos hacen ver que no todo está perdido. Seres que "llevan el fuego", como aquellos que retrataba Cormac McCarthy en un mundo devastado.
* La fotografía de Rodrigo Méndez procede de La Voz de Galicia
** Pueden ver más sobre el evento en este artículo del Faro de Vigo, que estaría muy bien si no se hubieran inventado una variedad llamada "albariño tinto".