martes, 31 de julio de 2012

El hombre tras la botella

Este fin de semana tuve la oportunidad de asistir a dos eventos difíciles de rechazar, por un lado la Fiesta que anualmente celebra Raúl Pérez para mostrar vinos y de sus amigos. Seguidamente nos dirigimos a la inauguración de las nuevas instalaciones de Forjas del Salnés. Una fría nave industrial que la mano de la interiorista Patricia Calviño ha convertido en una flamante, dinámica y al mismo tiempo entrañable bodega.

Con todo esto era lógico que uno pretendiera hablar de vino. Material, desde luego, no faltaba.
Sin embargo, sobre todo después de mucho vino, que enaltece el alma, mi corazón me pide destacar otra cosa, la existencia (constatación en mi caso), y su revelación masiva, de una persona excepcional: Rodrigo Méndez. Un tipo transparente, divertido, trabajador, humilde, innovador, honesto, adorable, genial y, sobre todo generoso hasta el extremo.
 

Aunque cualquiera con algo de fama y un buen altavoz puede reunir a un nutrido grupo de gente, sobre todo si es para comer y beber, les aseguro que resulta sobrecogedor ver a cuatrocientas, ¿qué se yo?, quinientas personas, tal vez más , y comprobar que prácticamente todas, cada una de ellas, vendería su casa y su alma si ello, en un momento dado, le pudiera ser de ayuda a Rodri. Creo que no he conocido nunca a nadie tan merecidamente querido.

Esto no se consigue solo haciendo vino. Por bueno que éste sea. Hay individuos abyectos que hacen vinos deliciosos. Pocos, pero los hay.

Son muchos menos, sin embargo, los sujetos excepcionales que hacen confiar a estas alturas en la bonhomía, la sencillez- según la RAE- unida con la bondad en el carácter y las maneras. Como muchas otras cosas, viene del francés, bonhomme, y en el siglo XIV significaba labrador,  del XVI en adelante, hombre de bien. Curioso, ¿no?.

Uno empieza a entenderlo mejor las cosas cuando conoce a Ari, la encantadora- y paciente- persona que comparte su camino, a los pequeños Raúl y Rodri Jr., orgulloso, éste último, regentando el mostrador de su papá en la feria y sin apenas superar el metro, y a esos abuelos felices, satisfechos de ver consumado el proyecto familiar, quizás temerario en un principio, pero colmado de éxito por el esfuerzo de un hijo inigualable.

El problema es que el tipo no entiende el concepto de meta alcanzada, y a cada éxito en un proyecto le prosiguen varias inquietudes. Para fortuna de todos los que nos las bebemos, claro está.

A su albariño de mar feroz, le siguió un proyecto de crianza y otro de recuperación de variedades tintas autóctonas. Hablo de Leirana y Goliardo. Ahora vemos el resultado de la curiosidad del personaje por probar vinos de fuera, y aparecen fincas, microparcelas que vinificadas por separado buscan la máxima expresión del terroir, A TelleiraGenoveva...,  cosas nunca vistas hasta el momento como A Escusa, o Cos Pés e incluso más variedades como el Ratiño, llevadas a un nivel de expresión que jamás han tenido hasta el momento. Todos ellos precursores en su tierra de lo que luego harán otros.
 
La última osadía, que me permito destacar, comienza bien; por algo que yo echaba de menos hace ya muchos años, ver el nombre de Rodri en una etiqueta. Y la criatura que la porta se llama El Barredo 2010. Apenas seiscientas botellas colmadas de líquido Atlántico hasta la última gota, tras arrastrar sal, arena y conchas desde Rías Baixas, pasando por el Bierzo, hasta la pureza de la Borgoña y su pinot noir, donde empieza el camino.


Una cantiga seria, sobria, casi melancólica que encierra un placer tan etéreo como los tres deseos de la lámpara. Igual que el suspiro del peregrino cuando llega al Monte do Gozo, algo efímero cuando se disfruta, y eterno en el recuerdo.

Seres excepcionales - el vino, el creador, su entorno- que nos hacen ver que no todo está perdido. Seres que "llevan el fuego", como aquellos que retrataba Cormac McCarthy en un mundo devastado.



* La fotografía de Rodrigo Méndez procede de La Voz de Galicia
** Pueden ver más sobre el evento en este artículo del Faro de Vigo, que estaría muy bien si no se hubieran inventado una variedad llamada "albariño tinto".


lunes, 23 de julio de 2012

Gnocchi a la templanza

Tras comentar mi tendencia hortera del post anterior, creo que la aficción por los libros de George R.R. Martin, que últimamente devoro, me están sumiendo en un proceso de quijotización.

Sin ir más lejos, la semana pasada el delirio me llevó, con cuarenta grados en plena calle, a tirar de restos de nevera y preparar un hirviente potaje de garbanzos con rape. Supongo que sería por aquello de que "se acerca el invierno", y por esa misma razón, recuperada la cordura, el potaje pasó directo, sin solución de continuidad, de la olla al tupper, y de ahí al congelador. 

Todavía recuerdo la cara de mi mujer, estupefacta por el calor de la rue y la terrible visión que tuvo ante sí, al entrar por la puerta y verme sudando a chorretones, cuchara en ristre ante la perola y con la campana a toda pastilla. Si después de semejante espectáculo, encima le servía de cena aquel guiso atroz, posiblemente aquello sería el final de mi matrimonio, así que opté por una solución de nevera algo más fresca.

Aprovechando el calor del fogón puse a hervir agua para luego introducir unos gnocchi. Si no los quieren hacer en casa, los de Lidl refrigerados están bien, si no De Cecco o Rana nunca fallan. Cualquier cosa excepto los del ave de corral que todos conocemos y que no hay por dónde coger, de verdad.

Simultáneamente cortamos unos tomates cherry que salteamos a fuego medio fuerte, añadiendo aceitunas (negras vulgares o arbequinas, pero siempre con hueso), albahaca al final y, sólo si se atreven, una cucharadita de azúcar para caramelizar el asunto. 

Por otro lado mezclamos una bola de mozzarella con el mejor atún enlatado que encuentren y lo aliñamos con un toque de sal, aceite de oliva virgen y un golpe de pimienta.

Incorporamos todo a los gnocchi escurridos, corregimos de sal si procede y añadimos un toque al gusto de crema de vinagre balsámico. 


Aunque puede tomarse caliente, nosotros esperamos a que se enfriase y mejoró un montón.

Un plato sabroso y divertido al que le corresponde un vino de las mismas características. Y como es verano, pues rosado. Llevaba yo algunas decepciones en este campo, cuando volví a topar con el que elabora Alfredo Maestro en Olmos de Duero, de una parcela de garnacha tintorera llamada El Cuchillejo plantada en 1953. 

Se llama Amanda 2011 y es un rosado de lágrima obtenido tras tres a cinco horas de maceración con hollejos a baja temperatura, fermentado en inox tan solo con levaduras autóctonas, sin maloláctica y embotellado en marzo de 2012 tras pasar el invierno a la intemperie.

Me gusta su color rojo sugerente, casi mate, algo vampírico. Aunque se salga de lo convencional. No huye de la golosina en nariz, con notas de fresa ácida y pica pica. Pero incorpora más peculiaridades, hierba fresca, cuero, huevo cocido. 


En boca sigue sin complejos, mostrándose alegre y vibrante, con algo de carbónico residual y mucha fruta roja, sin tanicidad pero con carne, que junto con su elegante amargor compensa bien la acidez que se pudiera echar de menos. 

Muy bebible, para tomar con cubitera y sorprender a los de "rosado ni chicha ni limoná" y perfecto para acompañar a nuestro plato improvisado o a cualquier otra pasta fría o caliente.

Y no les digo su precio que si no me acaban con las existencias.

jueves, 19 de julio de 2012

El vino del verano

Lo confieso. Tengo una tendencia esporádica a lo hortera, que se acrecienta en época estival.

Cuando la canción del verano era lo que era y saltaba en la emisora, tan sólo el miedo al suicidio social irreversible me impedía subir el volumen y bajar las ventanillas del twingo amarillo; y creo que Georgie Dann, aunque sea francés, debería tener un monumento en todas las plazas de este país.

Quizás encuentre justificación en que en verano el personal se quita la faja y saca de los cajones los trajes de baño rallados y las camisas de flores. Y es que cuando uno está de vacaciones y en modo sol, todo es mas sencillo.

Llevado al vino, uno piensa en terrazas a las ocho de la tarde, con las gafas aun puestas, los pies manchados de arena y muchos amigos en torno a una botella, que sin duda contiene un vino fresco, alegre, con fruta, flores, no demasiado complejo, pero bien hecho y que gusta a todos y a todas.

Yo ya encontrado el mío para este año y, por primera vez, no viene de Rías Baixas, ni de Alemania, ni tiene burbujas, pero su etiqueta lo resume todo. Se llama The Flower and the Bee (La flor y la abeja) 2011 y viene de Ribeiro..

Estamos hablando de diversión, de trago largo, y no nos perderemos hablando de suelos, parcelas y y elaboraciones, máxime teniendo la garantía que ofrece el buen hacer de Coto de Gomariz y de su enólogo, Sebio, en términos de honestidad y compromiso por la tierra. Poco más que decir que treixadura en su punto, sin más trabajo que el imprescindible, depósito y nada de madera.


Amarillo pajizo a la vista, con reflejos dorados. Muy atractivo en nariz, donde ofrece aromas cítricos de lima, flores, hierba recién cortada y un ligero fondo mineral. En boca se muestra directo y preciso. Fresco, con buena acidez, ligeramente salino y con un punto graso. Amargoso y algo astringente al final. Muy completo, con sensaciones de fruta blanca sencilla pero muy bebible, sabroso. 

Quizás no demasiado largo pero resulta el vino perfecto para el chateo, ideal con cualquier plato de temporada, sean boquerones, pimientos de padrón o con unos mejillones al vapor.

No me cabe duda de que este blanco, con el empuje que da el márketing que otras zonas vinícolas sí saben manejar, lo tendría todo en precio, calidad, versatilidad y presentación, para desplazar a la gran mayoría de semejantes que pululan por copa en las barras decentes de la Capital.

Mientras tanto, lo disfrutaremos unos pocos como maridaje perfecto de todo plato informal que tenga cabida en una bandeja de aluminio, una cazuelita de barro o un delicioso espeto.


domingo, 15 de julio de 2012

Una nueva aventura

Más allá de primas de riesgo, banqueros corruptos y políticos incapaces (en el mejor de los casos), entiendo a la perfección que la crisis se viste de situaciones difíciles, muchas de ellas dramáticas que invitan a pensar en derrota.

Sin embargo me cuesta más entender el fatalismo generalizado que nos atenaza y que muchos encuentran como justificación para sentarse en casa y esperar a no se sabe muy bien qué, cuando ha quedado bien claro que ni los políticos de todo signo, ni los sindicatos, ni los millonarios, que cada vez son menos, pero más ricos, nos van a sacar de este pozo.

Recuerdo ahora una campaña, dirigida por las Cámaras de Comercio, tan llamativa como poco exitosa que venía a decir algo así como que “Esto sólo lo arreglamos entre todos”. Aunque no creo que el tema sea tan sencillo, y que las pasaremos canutas para volver a días más prósperos, sí me parece que la filosofía correcta es pensar qué puedo hacer yo para que esto mejore, aunque sea un poquito.

Miren, aunque todos conocemos mucho vago y maleante, yo confío en España, fuera de eslóganes, banderitas, himnos y de “la Roja”, pienso en una gran mayoría de personas honradas y trabajadoras, porque hay recursos y buenas ideas, y creo que esto puede salir adelante.

Llevado a nuestro tema, aquello de lo que aquí sabemos y hablamos, el potencial es sencillamente brutal. Tenemos a nuestros cocineros entre los mejores del mundo, nuestros productos autóctonos de verdad, y no aquellos que nos empeñamos en transgenizar y devaluar, son los más demandados y, sobre todo, tenemos un grupo creciente de viticultores que, sin lugar a dudas, hacen los más exquisitos vinos que se han conocido nunca en la historia de este país.

Galicia, liderada por la albariño que conquista todos los mercados en los que se coloca y con un tropel de variedades por conocer, Jerez y sus generosos, únicos en el mundo, Cava, que cada vez afina más y puede competir con los más grandes espumosos, Garnachas en Madrid, Calatayud, Priorat, Cebreros... resucitadas, cinceladas, y listas para pelear con los grandes del Ródano, mencías que han dejado sin palabras a los más viajados críticos, Riojas y Riberas que ya no necesitan presentación, y un puñado de locos, arriesgados artesanos, casi artistas, repartidos por todo el país, que hacen vinos naturales, naranjas, deliciosos.

Cuando me encuentro con este plantel y me pregunto qué puedo hacer yo para echar un cable, la respuesta es sencilla, darlo a conocer. Por ello iniciamos una nueva aventura, que nace como un pequeño rumor en la inmensidad, con el objetivo de que algunos curiosos, fronteras afuera, puedan conocer de tú a tú proyectos de calidad, lo fino, lo pequeño que se hace aquí y que quiere salir para que lo prueben, ya que aquí la situación no permite que nuestro mercado absorba toda la producción.

Desde la filosofía que un buen día inspiró los blogs, y sin contrapartida más allá de compartir nuestros gustos presento aquí esta nueva plataforma, Wine Gossip from Spain: Un pequeño cuaderno de catas, con algunas pistas sobre el lugar de donde procede el vino y cómo se hace, sugerencias de maridaje y una valoración, lo suficiente para que uno se haga una idea de aquello con lo que se va a encontrar, todo ello desde una perspectiva que apunta a lo sencillo y lo directo.

Aunque la lengua sea distinta, espero verles también por allí, y pido disculpas por si tanta tarea pendiente nos hace bajar un poco el pistón por estos lares.


domingo, 8 de julio de 2012

Tinto de terraza, y rebajado

Al igual que en la moda, llegan las segundas rebajas del año al mundo del vino que, lamentablemente, suelen reducirse en lo interesante de algunos destockajes de Lavinia, aquellos Gravonias que antaño vendían en Alcampo, y poca cosa más.

Como no aprendo de los errores, en la ocasión anterior que hablé del tema, me quedé sin reservas de aquél Terre Blanche, y posiblemente ocurra algo parecido con este extraño borgoñoide que les presento.

Abstenerse enemigos de lo friki, se trata de un Mâcon-Cruzille, pueblo, éste último, situado al  norte de Mâcon y de Cluny en el que trabaja la familia Guillot, de Domaine des Vignes du Maynes. Tienen viñas viejas de chardonnay, pinot noir y gamay, siendo elaborados con esta última uva todos los vinos que elaboran bajo aquella denominación.

Todo su cultivo es biológico, y lo fue ya hace cincuenta años, mucho antes de que lo neo-hippie estuviera de moda. Ya sea blanco o tinto, elaboran por maceración carbónica durante unas dos semanas, criando seguidamente sobre lías en roble usado. No hay filtrados ni adición de sulfuroso.

El resultado es un vino ligero a la vista, granate casi traslúcido, de capa muy baja y aspecto turbio, mate.

Primavera 2010 es intenso y perturbador en nariz, ofrece ricos aromas de mermelada de fresa, manzana asada, casi sidra, hierba cortada, pomelo, orégano y enebro. 

La boca es fresca, alegre, jovial, con un ligerísimo resto de carbónico que le da vidilla, una acidez formidable que hace su contenido alcohólico inapreciable. Mucho peso de fruta. Cierto corte amargo y herbáceo al final. Y su profundidad va mejorando con el tiempo de apertura. 

Recomendable tomarlo fresquito, aunque no demasiado, pues pese a ser absolutamente seco, por debajo de los 15º saca una nota dulce, que dura menos de un segundo, pero que despista un poco. 

Rico y muy bebible. De trago largo, vaya, y el caso es que la joyita en cuestión, ha pasado de 21 a 15 euros en Lavinia. Eso sí, abstenerse enemigos de lo friki y de ciertos niveles de oxidación.

El mejor maridaje para este vino lo ofrece el atardecer en una terraza y mejor compañía. Si tienen patatillas, aceitunas y una cubitera cerca, por si acaso, no necesitan más.


Fue el elemento perfecto para la inauguración de nuestra recién reformada terraza, en la que nos esperan futuros descorches.

Y ya que estamos, aprovecho para meter la cuña. No dejen de visitar nuestra incursión en Ramón Freixa. Una vez al año, no hace daño.

martes, 3 de julio de 2012

Habitas a La Roja

Ya sé que son de mayo, pero aun quedan algunas en el mercado, y vale la pena comunicar esta sencillísima receta que hace un par de años le plagié a mi abuela y que resulta una verdadera delicia.


Por cierto, hablo de habas, pero de las que vienen dentro de la vaina y no de botes de cristal achatados por los polos, que al abrirlos huelen a cebolla y barniz. Aunque no sé sabe muy bien de donde sale ese aroma, porque luego el sabor es algo inexistente. Indefinido, como el vello púbico de los primates, que diría el Sr. Piedrahita.


A lo que vamos. Partiendo de que las habitas estarán frescas pueden repelarlas y dejar solo lo verde, tanto antes como después de cocerlas. Yo sin embargo las prefiero tal cual, con ese toque amargo y crujiente que proporciona la segunda piel. Peeeeero, son más feas, lo admito, de hecho una vez cocidas, sin pelar, tienen un grisáceo enfermizo, muy parecido al de un cadáver sacado del río varios días después.


Para cocer la legumbre en cuestión, si el género es fino, bastará con diez minutos en agua hirviendo con sal. La mitad si las repelan. Una vez tiernas, reservamos.


Por otro lado pochamos un par de cebollas con un diente de ajo y añadimos cuatro tomates muy maduros pelados y picados a lo grueso. Bajamos el fuego y a reducir, corrigiendo con sal y azúcar al gusto, como si se tratase de una salsa de tomate muy basta, y hasta que consideremos que el sofrito de marras no puede estar mejor, momento en el cual añadiremos nuestras habitas y lo dejaremos un rato más, ensayo y error, hasta que los sabores se fusionen.


Y si son ustedes casqueros, añadir aquí unas mollejas, unos higaditos o unos riñones, será triunfo seguro, como el de la Selección Española, a la que dedicamos esta receta por hacernos olvidar durante un rato la prima de riesgo.




Sin embargo, no se confíen a la hora de maridar este engañoso plato con un blanco afrutado o un tinto ligerito. La combinación de la acidez del tomate con el dulce de la salsa y los amargos de la legumbre resulta atroz, y vapuleará cualquier intento poco atrevido, porque esto pide potencia.


A mi me fue francamente bien con un pequeño infanticidio del Montsant (me suena más poético cuando lo pronuncian mis amigos del Noreste... 'munsant') llamado Castell de Falset 2005. Se elabora con un 50% de garnacha y un 25% de cariñena de viñas de más de 70 años de muy baja producción. El 25% restante es cabernet sauvignon.



Las viñas están en terrazas muy estrechas, con suelo de pizarra, a una altura de entre 400 y 600 metros. La vendimia se realiza entre la tercera semana de septiembre y  la última de octubre. Las variedades se vinifican por separado y se crían en barricas de roble francés. 

Muestra bonitos colores, entre la cereza y la mora. Aunque en nariz cabernetea un poco, se agradecen notas de ciruela y zumo de arándanos, hay madurez al fondo y también cigarros puros con algún que otro tostado. Tiende uno finalmente a pensar en un vino pesado, pero sorprende a la entrada con una viva acidez cítrica, mucho nervio, y un paso seco, taninos arenosos, amables, quizás algo pulidos ya. Su carácter fresco de entrada, relaja- que no oculta- sus 14,5º, facilmente olvidables gracias a los recuerdos minerales que nos va dejando. En conjunto resulta un vino alegre, sabroso, nada difícil, y muy bebible, a un precio (unos 14 euros) muy competitivo en su nivel.

Aguanta a la perfección el desafío de las habitas, que realzan la parte más fresca del vino y nos permiten acceder a su parte más mineral. Hagan la prueba. Aquí el juego de temperaturas es importante, y la prueba demostró su mejor momento con el vino fresco (a unos 15º) y las habitas ya templadas.

Por lo demás, pido disculpas por la frecuencia, más baja que de costumbre, pero estoy trabajando en algo que pronto conocerán, y espero que valga la pena el esfuerzo...






Vinos y lugares para momentos inolvidables

Galicia entre copas, SEGUNDA EDICIÓN

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