Así reza el primer capítulo de un serial que desde su primer capítulo me tiene sobrecogido y que se llama Juego de Tronos.
También es un título evocador, a la par que sencillo y realista para introducir una de las bendiciones que acarrea la época invernal: las legumbres, que por razones que no hace falta explicar, quedan con el calor, relegadas al ostracismo.
Yo no sé a ustedes, pero a un servidor el invierno le pide puchero humeante y cuchara.
Así, para salirnos un poco de lo habitual, vamos a comenzar con una variedad de judía llamada carilla, en alusión a la mancha negra que adorna su parte interior, similar a un rostro. Muchos no saben que esta es una de las más antíguas del país, pero que actualmente se ha visto desplazada por otras de mucho más renombre (y precio), por cierto, de origen foráneo.

Sin embargo, después de haberla catado, sin complicarnos la vida, casi todo me parecen ventajas, una alubia pequeña, fina, cremosa, de piel apenas perceptible, nada indigesta y que, además, recibe muy bien el sabor de un buen caldo, por no hablar de su precio, que es francamente asequible.
Pero vamos al lío, o como diría Kiko Veneno, "coge la guitarra, que hace mucho frío...": remojo la víspera, calentamos, espumamos y cocemos con cebolla, puerro, zanahorias, pimiento verde y una patata -todo entero- y la ayuda de un hueso de espinazo curado, una hoja de laurel, un par de clavos de olor, una pizca de comino al hervir y desde entonces, fuego lento y nos vamos a ver un par de capítulos de Juego de Tronos.
Al regreso, sin prisa, pochamos bien media cebolla, dos dientes de ajo y, si los hay (este año, pocos), añadimos unos níscalos, salteamos, e incorporamos un par de cucharadas de concentrado de tomate (el de mercadona es todo un descubrimiento).
A partir de ahí, ojo, paciencia, fuego lento y probar. La cosa coge más sustancia si rescatamos las verduras del principio, las trituramos, e incorporamos ese puré al potaje.

Les aseguro que así, no hay invierno que se resista, y para añadirle algo de jolgorio al asunto, el Beaujolais Noveau 2011 de Marcel Lapierre, va que ni pintado. De los mejores que recuerdo en los últimos años. Super-gamay fresca, vibrante, tope de fruta, nervio, algo de oxidación y con ese punto de manzana pasada que tienen a veces los vinos de este señor (bueno, ahora su familia).
Por decir algo malo, tan corta en su recorrido como el tiempo -por contra- que uno tarda en querer dar otro sorbo.

Y por si nada de esto les despierta algo de curiosidad, les dejo con un micro avance de las andanzas de los Stark, para quien no lo haya visto...
6 comentarios:
¡Ay los níscalos! Es que pagarlos a precio de edulis escuece... y como que me gustan, pero a esos precios no, que tampoco es que sean lo más de lo más en setas :-/
Par de cuestiones. ¿No prefieres añadir el tomate en la fase del rehogado? Y ese gamay ¿ande?
Saludos,
Jose
Ya ves!, y si encima los condenados níscalos vienen con gusanos, como me viene a mí pasando los dos últimos años...
Sin embargo los adoro, quizás no sean los más sabrosos, pero esa textura, casi crujiente, me encanta.
El tomate lo añado tras el rehogado, pues la idea (por mi gusto particular, ojo) es que los níscalos al principio se tuesten, más que cocerse, pero en efecto, el tomate tiene que cocinarse algo antes de "entrar" al potaje.
La gamay de Lapierre, pues como todos los BNoveau, ronda los 9 euros y lo tienen Flequi y cía en la Tintorería.
Saludos
Anotado lo de que los níscalos se tuesten un poquejo antes y lo de esa gamay.
Gracias & saludos,
Jose
Un placer, como siempre!
Las judias carillas o "caretos" como le llaman en el pueblo de mi marido en (Extremadura), las hacemos a menudo, a él es a quien más le gustan.
Un saludo
Hola Angela. Bienvenida. Tengo un amiguete extremeño que me comentó algo parecido.
Espero verte por aqui a menudo.
Saludos!
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