Por fortuna, en esto del vino, como ocurre en general con aquello que vale la pena en la vida, uno nunca termina de aprender cosas.
Lo que a continuación les contaré son los comistrajos mal engranados por un servidor, pero que son fruto de un auténtico master en Vino de Ribeiro que hace unas semanas disfrutamos de la mano de María Fechoría y la Asociación Ribeiros do Avia.
In situ, por supuesto, nos demostraron en primer lugar que el vino ha sido el escultor de un peculiar paisaje de laderas naturales interrumpidas por sucalcos, bancales con los que sacar del monte la mayor extensión de tierra posible para plantar vid, y caminos con los que poder explotar su fruto.

Pero antes de pasar a hablar de fincas, vinos y productores, la explicación de todo, como siempre, comienza en la historia; y es que el daño que hizo el hambre, el palomino y los graneles en esta zona no se limitó a una merma en la calidad del vino, sino, aun peor, dejó en el olvido que este pequeño rincón, siglos atrás, dio al mundo algunos de los más caros y exquisitos vinos de su tiempo.

Nos cuentan en Ribeiros do Avia que “en las grandes etapas históricas intervinieron en su explotación todos los grupos sociales y agentes históricos, desde los reyes con sus donaciones, hasta los grandes monasterios, encomiendas y cabildos catedralicios, con sus decisiones y adelantos tecnológicos, y los nobles y fidalgos como intermediarios entre aquellos y la gran masa de campesinos foreros, sobre los que recaía la fuerza de trabajo de la producción, los desastres meteorológicos y las malas cosechas, que no eran óbice para la rebaja de las rentas anuales abusivas”.
Fueron los romanos los primeros en introducir aquí el cultivo y quienes además construyeron las principales vías de comunicación que aun hoy se utilizan. Ellos sembraron las bases y fue en torno al vino, y a través de dos centros neurálgicos, el Monasterio de San Clodio y de la Villa de Ribadavia -poder eclesiástico e intelectual vs civil y burgués- como se vertebró el crecimiento de esta hermosa tierra.
Sin embargo, la convivencia entre ambos no siempre fue pacífica y San Clodio, con una gran concentración de tierra, gestionada por granjas y bodegas con sus conocimientos centenarios sobre viticultura, fue cediendo en la batalla con la burguesía especializada hasta el golpe final de la desamortización en el siglo XIX.
Pero Rivadavia también vivió el ocaso de su motor vinícola a la entrada de las grandes enfermedades de la vid: el oidio, el mildiu y especialmente la filoxera. Eso trajo el hambre y, posiblemente, la causa fundamental de que la marca Ribeiro se viera defenestrada por un rosario de adulteraciones, sustitución de variedades autóctonas por otras más productivas y resistentes, y horrendos vinos de cunca que poco tenían que ver con el que otrora fue uno de los mejores caldos del mundo.
Sin embargo, y a pesar de encontrarnos en tiempos de crisis, vivimos una verdadera recuperación de la zona, y uno se siente orgulloso al poder haber sido testigo desde más cerca con la hermosa visita que nos brindaron en Ribeiros do Avia y que con detalle y magníficas fotos nos cuenta Pantagruel, y que por ello no repetiremos.
Sí, no obstante, quisiera destacar pequeños impactos, como conocer las dispersas y singulares viñas de Luis Anxo en Arnoia que dan excelentes blancos y algunos tintos que, para mí, quedan muy por encima de cualquier otra cosa que haya probado en España.
También el mérito de otras bodegas que, como Casal de Armán, tienen el difícil testigo de tirar de la D.O. con calidad e importantes producciones, y por elaborar, además un soberbio tinto fresco y de trago largo para beber palets.
Y finalmente haber conocido en Gomariz, el primer Coto vinícola, de la mano de Sebio y sus viñedos, auténticos supervivientes que en la cara más extrema del Avia tienen su máximo exponente de la vida al límite entre los esquistos de la finca que da vida al albariño X.


Entre los tintos conocimos la contundencia Rhone-style de la Sousón necesitada de tiempo y pulido para dar lo mejor de sí, y su cara más freak y hardcore con el tinto, elaborador por y para Sebio, llamado Hush. Una pasada.
Grandes vinos que son la pequeña muestra de todo lo bueno que puede dar el resurgir de Ribeiro y un bellísimo paisaje que sirve de marco, sobre todo para aquellos acompañantes que no adolezcan de la enochaladura de un servidor.
Si pueden ir por allí, no lo dejen porque les aseguro que vale la pena.