Quizás tenga algo que ver la crisis en que la gente, en cierto modo, haya sustituido la mesa y mantel de Bassols por la barra desenfadada, pero sin por ello renunciar a un producto de calidad. Es en este nicho de mercado donde muchos han encontrado su sitio. Uno de ellos es Arzabal, que en más o menos un año se ha convertido en uno de los imprescindibles de la capital.
Tanto es así que los propietarios recientemente han expandido su pequeño local de la calle Dr. Castelo 2, adquiriendo otro colindante. El esquema es el antedicho, una gran barra y algunas mesas altas, junto con otras más bajas. En unas y otras puede disfrutarse de una carta no muy extensa, pero sí completa, de generosas raciones, medias raciones y una más extensa y excepcionalmente seleccionada carta de vinos.
Uno no es muy amigo de liarse a codazos con el de al lado, así que únicamente nos presentamos allí cuando conseguimos una reserva, que además lo fue en una pequeña pero gratificante mesa alta con vistas al Retiro.
Empezamos con un carpaccio de boletus y trufa. Quizás no sea la preparación más apropiada de este hongo cuando está fuera de temporada, pero no por ello dejó de ser un plato vistoso, agradable y de intenso aroma y sabor.
Seguimos con uno de mis favoritos de la jornada, una deliciosa “burrata” con tomate. Intensísimo queso que se desparramaba por el plato, cubriendo las porciones de hortaliza, libres de piel y pepitas. Un plato de producto que, quizás, por poner una pega, hubiera subido el último peldaño con algo menos de pimienta.
Hicieron entonces acto de presencia las obligadas croquetas, donde destacaron unas soberbias de jamón, al más puro estilo abuela, sobre unas de boletus, simplemente correctas.
Después llegó otra de las estrellas, una sartén de huevos fritos con patatas y trufa negra. Otro plato sin complejidades innecesarias pero que cumple con creces su objetivo de placer inmediato. Qué les voy a contar de la combinación huevo-patata-trufa que no sepan ya. A veces no tiene sentido complicarse la vida.
Pasamos a cosas serias con un impecable Steak Tartar- no vean lo que me costó convencer a mis acompañantes de que la carne cruda podía estar buena-. Carne bien fresca y justo punto de sazón. Cuando se cumplen estas dos premisas, el steak nunca falla.
Íbamos algo llenos cuando nos derretimos ante la sugerencia de los anfitriones, sobre su gallina en pepitoria. Y ante tal preparación uno no se resiste. Gran acierto, pues se materializó aquí otro plato de abuela, de horas, de fondo y de receta ancestral sin complicaciones. Perfecto colofón.
Ya comenté arriba que la carta de vinos era muy destacable (por poner un ejemplo, se podían encontrar los escasísimos A Torna dos Pasás Escolma 2007, incluido) y con precios muy comedidos. El elegido entre los elegidos fue el Borgoña genérico de Paul Pillot (26 euros), un auténtico festín de fruta, frescura y elegancia atlántica que no dejó indiferente a nadie.
Y en lo que se refiere a postres, no bajó el nivel con un refrescante sorbete de mandarina y verduras, y una golosa torrija con helado.
La cosa salió por unos 40 euros por persona. Muy ajustado teniendo en cuenta el nivel exhibido y que, alguno de los platos hubiera sido prescindible, no por calidad sino por fartura de los comensales. Volveré.
Eso sí, como ya adelanté, es recomendable reservar con una semanita o algo más de antelación si no quieren liarse a codazos en la barra con el de al lado.