jueves, 30 de septiembre de 2010

Crónicas Vacunas: Churrasco y su albariño (Cap.I)

Cada vez resulta más difícil encontrar una carne decente, si hablamos de ternera, ya ni les cuento, y menos en el supermercado.

Una de las cosas que más me cabrea en este mundo es ver ante la plancha el efecto “rotura de aguas” que, cual parturienta nuevemesina sufren los malogrados filetes de pseudoternera al contacto con el fogón.

No sé si saben a lo que me refiero. Usted pone el filete en la sarten caliente y en lugar de marcarse y sonar schssssssssssssss, empieza a supurar un extraño líquido blanquecino que rápidamente inunda la sartén, para luego hacer burbujas y terminar convirtiéndose en una especie de placenta muy desagradable. Y qué contar del filete, que se parece más a una palada de cemento fresco recocido que a una tajada de vacuno.

Pues por eso, porque el pollo cansa, y porque no se puede comer pescado todos los días, he agradecido especialmente el kit de muestras de Ternera de Ganadería Tradicional que ha tenido la cortesía de enviarnos Agroalcudia, una empresa de productos cárnicos del Valle de Alcudia, en Mestanza (Ciudad Real), tierra de gran tradición ganadera.

La empresa cuenta con una finca en el citado Valle formado por varias dehesas en las que la cría del vacuno, en libertad y a base de pastos, cumple con los requisitos de la ganadería tradicional.

El resultado son unas carnes, sabrosas y auténticas que la empresa ofrece en lotes, por zonas y cortes (solomillo, lomo, filetes 1ª, morcillo, etc), envasados al vacío y en una presentación limpia, cómoda y muy vistosa.

Como no da un post ni una semana para probar y contarlo todo (a riesgo de terminar padeciendo gota), les iré relatando la experiencia de cada corte. Aunque este churrasco que les avanzo nos dio una buena idea del perfil de calidad que aquí se maneja.

Resulta que además la llegada de estas viandas coincidió con un “estudio” de los costillares que me llevaba rondando la cabeza unos días, Por ello una bandeja de churrasco que venía en el kit, me vino de perlas.

Este estudio consistía en buscar una carne tierna, rematada en el horno, y con una especie de lacado entre lo dulce y lo salado estilo americano. Así que empezamos sazonando la carne y colocándola en esta soberbia vaporera de reciente adquisición que me está dando muchas alegrías.

Mientras el vapor caliente permite que la carne se vaya cociendo en su jugo sin perder sabor, preparamos el lacado. Para ello mezclamos con insistencia un ketchup que no sea muy malo (las marcas blancas aquí no pasan el aprobado), una cucharada de mostaza a la antigua, un par de cucharadas de miel, una pizca de sal, algo de tomillo y unas gotas de aceite de oliva.

Tras unos 8-10 minutos, según el grosor, sacaremos la carne de la vaporera y, con un pincel, repartimos la salsa sobre toda la superficie de la carne de las costillas. Colocadas sobre papel sulfurizado en una bandeja de horno, las introducimos a media altura, precalentado aquél a unos 200 grados.

La carne estará cuando se muestre por fuera tostada y brillante y siga tierna por dentro, separándose con facilidad del hueso y conservando su sabor.

Resultado francamente satisfactorio (claro, que si no no lo habríamos publicado... no saben la cantidad de comistrajos que se me quedan en el intento).

Podemos acompañarlas de unas patatas fritas al pegote, un buen puré o una ensalada.

Y con lo del vino, fue curioso ver como lo que nos quedó del tinto del otro día, aunque aguantando el tipo, se quedaba algo diluido con la preparación.

Suerte que había que abrir otra botella y nos atrevimos a arriesgar con un blanco. Encontramos entonces en la cava un Veigadares 2005 que andaba algo perdido- sobre todo tras la triste desaparición del Grupo Galiciano- se trata de un albariño ya muy dorado (lembranzas de licor de hierbas) que ofrecía una nariz ciertamente compleja, abriendo con hojaldre y crema pastelera para despues tender hacia el kiwi y los cítricos.

Dejaba entrever un fondo de hidrocarburos y notas minerales que recordaba a unas variedades algo más nórdicas. Seco en boca, untuoso, con buena acidez y unos amargos que le daban estilo a la cosa. El paso era largo, como otoñal (palabras de mi María: "recuerda a cosas marrones"), de hojas secas, hierbas aromáticas. Vuelven los hidrocarburos y, quizás, alguna nota de oxidación. Pero con vida. Alegra olvidarse de estas botellas de vez en cuando.

Funcionó sorprendentemente bien con la carne, viendo remontada su buena acidez sin perder la estructura que le había aportado la crianza y la evolución. Un vino muy bueno para exaltar la amalgama de sabores y texturas de la carne, pero sin renunciar a mostrarse sabroso y con la opulencia que el tiempo demuestra dar a los albariños bien hechos. Que ya son pocos.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Taberna Llamber (Avilés)

Quienes pasen a menudo por aquí, sabrán que uno de mis caladeros necesarios cuando vuelvo a Pontevedra es mi vinoteca Bagos, y no solo por la amistad que tengo con sus propietarios, sino porque de verdad creo en el proyecto que llevan a cabo.

Por esa razón me costaba entender que no existiera un lugar de similares características, donde tomar una ingente oferta de vinos diferentes, pegados al terruño, unido a un concepto claro de cocina de mercado, en su versión mas desenfadada pero sin descuidar el más mínimo detalle. Pues bien, ese concepto ha encontrado un clon en la hermosa ciudad de Avilés y se llama Llamber.

En pleno casco antiguo (al igual que el anterior) se encuentra esta acogedora taberna, donde también una pizarra nos muestra la oferta gastronómica, que luego se elaborará- también-, en una cocina a la vista. Quizás aquí nos encontramos con un local más grande y menos minimalista que el caso pontevedrés, pero en ambos reina ese espíritu divertido aunque trabajado, y muy funcional.

Pero vamos al meollo. Mientras esperábamos a nuestros acompañantes nos entretuvimos con sendas copas de A Priori, un espumoso del Penedés que no recuerdo si está o no en la D.O. Cava, ya que alguna de las variedades que lo componen (riesling, gewurztraminer, moscatel ...) no se encuentran (salvo error por mi parte) en el catálogo permitido. Alegre, fresco, con buena crema y que, desde luego, acompaña bien a un aperitivo sin pretensiones.

Sentados ya a la mesa, en primera línea de cocina, empezamos la jornada con unas impecables croquetas de jamón. Sabrosas y con ese toque irregular casero tipo-abuela que nos hacen disfrutar tanto del bocado.
Seguimos con el salmorejo, mojama, ravioli de manzana y manzanilla, que llegó en una presentación francamente llamativa. El preparado, muy consistente, de textura casi gelatinosa, pero francamente sutil y agradable, venía rodeado de un crujientísimo pan, a modo de “cinturón”, coronado con las ricas lonchas de mojama y como remate que indicaban para cuando el plato estuviera terminado, unas sferificaciones de manzana y fino que estallaban en la boca, llenándola de frescura.

A continuación llegó lo que para mí fue la vianda del día, pan dulce de escanda y cabrales con anchoas y mermelada de tomate. Imagino que se trata de un plato realmente estudiado porque todos los sabores (dulces, salados, ácidos) y sus texturas, combinaban a la perfección. Realmente espectacular. Chapeau.

Esto me recuerda que, a pesar de que no hay imagenes, hay que destacar el fantástico capítulo de panes que tienen en esta taberna, todos artesanos y todos muy sabrosos.
Seguimos con un arroz negro. Aquí técnica arrocera sin más historias, grano al dente, sabrosísimo fondo y placer. Perdón por la foto.

Y terminamos la oferta salada con un Bonito del norte, manzana caramelizada, compota de cebolla y aceite de eucalipto. Ya íbamos un poco llenos, pero no costó, gracias al punto del pescado y a su buena calidad, el plato se comía solo. Quizás fue, sin embargo, la menor de las sorpresas.
Y creo que en el capítulo de postres lo probamos todo. Menos uno a base de coco que sólo parecía gustarme a mí. (Algún día hablaremos de ese injusto y devastador lobby que, a escala internacional, intenta defenestrar al pobre coco,... ¿por qué siempre es rechazado por, al menos, la mitad de una mesa?).

En lo que a vinos se refiere, una carta no muy larga, aunque cuidadísima en cada una de las botellas que mostraba. Nosotros nos decantamos por un Keller Trocken (me asustó amedrentar al personal con la acidez de Leirana 08, que también estaba en carta), para rematar en el atún con una copa del Dominio de San Antonio, la última añada del Ribera del Duero de Germán Blanco. Sabroso, con enjundia pero sin superestructuras y tremendamente fresco para su zona (imagínense, me gustó a mí).

Y hasta aquí la experiencia Llamber. No saben las ganas que me dan de volver mientras escribo esto....

martes, 21 de septiembre de 2010

Kokotxas y graciano

Hacemos otro alto en el camino para dar un descanso al personal de la crónica veraniega. A fin de cuentas, y aunque muchos no lo crean, hay gente que no tiene entre sus planes visitar Asturias próximamente (craso error), y para ellos también escribimos.

El caso es que anteayer cayeron entre mis manos unas soberbias kokotxas de bacalao y, como no podía ser de otra forma, las puse a desalar para, seguidamente, hacerlas al pil pil.

Y es que miren, aparte de que yo viva un momento (mañana puede cambiar) de cierto desencanto con la innovación innecesaria en la cocina, es una verdad como un templo, que determinadas preparaciones no admiten mejoras porque en sí mismos han alcanzado ya la perfección. Ocurre con platos como la tortilla de patatas, la ensaladilla rusa o el pil pil. Yo he probado algunos intentos de modernizar o deconstruir estos platos. Sandeces.

Es como si a alguien se le ocurre decir a Nadal que tiene que mejorar un poquito su revés, o que a Scarlett Johansson le convendría realzar sus pómulos.

No les relataré los pasos de elaboración, por esa razón, y porque en sus mejores libros de recetas o en la propia red, encontrarán guías mucho más interesantes y exactas del pil pil, que cualquier tontería que les pueda decir yo aquí. Me quedaron así:

Sin embargo, si les contaré lo que disfruté con este plato y sus acompañamientos. Por un lado un estupendo pan de picos; pues es delito digno de la pena capital no sopetear en el pil-pil hasta la extenuación.

Por otro, tras haber fracasado el maridaje con un albariño al que traicionó la potencia aromática, volvimos a encontrarnos con un viejo conocido. En efecto, una vez más, se convierte nuestra mesa en un banco de pruebas sobre la evolución de un valor como Viña Zorzal 2007, una oda a la variedad graciano que ya me tiene como fiel devoto.


Aunque de inicio reclamaron su protagonismo los terciarios (cueros, humedades...), enseguida se impusieron las frutas rojas, notas herbáceas y algo de cacao, siendo en boca todo un recital de frescura y agilidad, músculo. Fantástica acidez frutal que lo hace tremendamente bebible. Casi como un zumo de arándanos bien estructurado, joven.

Mano a mano con las kokotxas, permanece incólume, vivo. Más lozano incluso que catado un año atrás. Hace que la gelatina circule por la boca con sutileza y que cada bocado pida un trago más. Y ni les cuento con el sopeteo, menudo vicio. Pecaminoso.

Y todo un espectáculo lo de esta discreta y elegante graciano, que cada vez me tiene más convencido de que es una de las variedades más interesantes de España, pese a que sean otras las que ganan los certámenes. Me trae el recuerdo de un tio flacucho que ganó una vez un campeonato de kárate...



lunes, 13 de septiembre de 2010

La Solana y Gijón Gourmet

Seguimos la crónica anunciada en el post de hace unos días con la visita no programada que hicimos a la Solana, y que fue fruto del programa Gijón Gourmet por el que debemos elogiar a la Ciudad y a sus organizadores (aparte de a Jaime y Ana, que nos llevaron), en lo que me parece una fantástica apuesta por el turismo gastronómico de calidad.

La cosa viene a consistir en un menú conformado por un mínimo de dos entrantes, dos primeros y un postre, todo incluido (también con un vino seleccionado) por 45 euros. Únicamente hay que reservar en el restaurante en cuestión (están los primeras espadas de la zona, Casa Gerardo incluido) haciendo referencia al susodicho menú.

Lo dicho, chapeau por Gijón.

En cuanto a la Solana, pues uno de los clásicos estrellados de la zona que no ha perdido fuelle gracias a una linea fiel al producto de calidad, rigurosidad en lo tradicional y guiños correctos a lo más actual.

En este caso empezamos con un AOVE de primera extracción con tostaditas y sal maldon que al poco vino secundado por un gazpacho de sandía con espuma de manzana. Ligero y refrescante, supuso un excelente comienzo.

Llegaron a continuación unas soberbias porciones de atún marinado y ahumado en un corte que hasta ahora no había visto para esta preparación. Aunque arriesgado con los públicos más clásicos, permitía apreciar la excelente textura del pescado, conservando su sabor que se veía complementado por las notas ahumadas y casi escabechadas de la elaboración. El atún vino acompañado de un riquísimo helado cuya composición nos hizo dudar (también gracias al juego de la agradable camarera), y que resultó ser de tomate. Excelente plato.

Y en la línea de sorpresas anticipada por el helado, aparecieron unas cazuelitas tapadas que de nuevo la camarera nos invitó a adivinar por el aroma. Efectivamente, fabada asturiana. Sabrosa, fina aunque con el punto justo de contundencia, faba y compango de primera y únicamente pecaba de un pelín de grasa de más, pero en cualquier caso en la línea de las mejores y perfecta para colmar el ansia de fabes del recién llegado al Principado.

El siguiente plato nos confirmó que, sin desmerecer al resto, son los pescados el punto fuerte de la Solana.. Un excelente Rey con boletus y manzana en su punto de cocción era una lección de sabor y textura que nos dio, eso sí, el primer aviso de que el estómago no iba a dar para mucho más. Lo de los cubos de gelatina de manzana, en mi opinión, prescindibles aunque muy frecuentes por lo que veo, en la gastronomía asturiana de nuevo cuño.

Y es que la paletilla de Cordero Lechal con patatas panaderas que llegó a continuación nos dio la puntilla. Si a un estado de saciedad le unimos la potencia del cordero, y que además no es un Santo de mi devoción, hemos hecho el pastel. Y es que aunque nada que discutir sobre su preparación, que era perfecta, comerse siquiera la mitad hacía el tema prácticamente irrecuperable (Ya saben, pantalones desabrochados, bocas abiertas, ojos semicerrados...con el suicidio social irreversible que ello conlleva).

En su favor he de decir que entiendo su inclusión para el buen remate del público más clásico y exigente en cantidades (que abunda en el Principado), pero en lo que me toca, creo que platos tan contundentes como el cordero, o el rabo de toro, deberían estar prohibidos en estos menús. salvo que sean reducidos a la mínima expresión, y ello especialmente si no aportan nada nuevo a la preparación tradicional, que es muy contundente y termina dejándote valdao.

Y hasta ahí la oferta salada que acompañamos de un Enate Chardonnay 2-3-4 2008 en su mayor parte, un vino sabroso, sin excesos ni pretensiones y que se mostró muy solvente con todos los platos a los que se enfrentó. De hecho éramos cuatro y cayeron con facilidad dos botellas. Pero ante la bofetada de la paletilla, un servidor intentó el cambio al tinto. La opción no ayudó demasiado. Fue un Enate Cabernet-Merlot que nos remató con su calidez y su elevada carga de madera.

Y terminamos con un fantástico postre cuyo nombre detesto no recordar, pero del que me llamó la atención sobremanera un delicioso helado de miel y un curioso contrapunto de dulces, salados y aceite de oliva. Realmente conseguido.

Y con el café llegaron unos agradables vasitos de una crema bastante etérea de arroz con leche que dieron al traste con nuestra costosa (ya maltrecha a estas alturas) operación bikini.


En resumen una velada más que placentera que se resolvió por 45 euros/persona, sin añadidos.

Lo dicho, chapeau por Gijón y La Solana. Una pena no haber estado más tiempo por allí y conocer algún otro restaurante más que formara parte de tan buena iniciativa.


La Solana
Camin de la Cuesta Gil nº 140
Gijón
985168186

lunes, 6 de septiembre de 2010

De la Tinta Femia y el ocaso

De nuevo nos vemos obligados a salirnos del guión establecido, pero miren, otra vez las emociones recientes se imponen por un bien mayor.

El caso es que ayer abríamos una botella que nos hizo pensar. Esa botella fue adquirida hace un año, en un lugar llamado El Iglesiario, una hermosa taberna situada en Cela, pequeña comarca que se eleva sobre los hombros de la villa de Bueu (Pontevedra), y nos brinda una privilegiada visión de la Ría.

El vino que contenía esa botella es el producto del trabajo local sobre una variedad que sólo crece allí. La llaman Tinta Femia. Nos había hecho disfrutar en su día de una maravillosa cena en el Iglesiario, y uno decidió hacerse con una de esas botellas sin etiquetar para darle tiempo y probarlo con calma. A pesar de las advertencias del vendedor sobre el carácter artesano del tinto, su no adición de sulfitos y su consiguiente dificultad de conservación. Nos olvidamos de él durante un año. Hasta ayer, en que se mostró pleno de salinidad y frutas rojas, potentes herbáceos y balsámicos, aromas de sidra, eucalipto, manzana algo pasada y aunque algún defecto de verdor y oxidación, pleno de complejidad; anguloso en boca con tremenda frescura, ligero de cuerpo y crujiente acidez, puro nervio, volvían defectos de verdor, pero seguía agradable, salvaje, diferente...

Resulta que estos vinos generan, tanto localmente como entre los visitantes de la zona, una auténtica fiebre. Nadie pide otra cosa para tomarse una caldeirada de pulpo o una cazuela de lenguado. A Festa do Tinta femia, es un éxito año tras años y pocos son los que tras probarlo (y no detestarlo) no se llevan una botellas. Dicho esto, quizás algún avezado lector se pregunte por qué un vino de estas características no sale de allí.

Les daré algunos datos. Aunque hay tesis muy solventes que defienden la tinta femia como una variedad del Caiño (tal vez lo más parecido a la Pinot Noir que hay en España), lo cierto es que goza de reconocimiento propio como variedad minoritaria, es decir, aquella, según el Ministerio de Agrigultura, de la que existen menos de 1.000 hectáreas a escala nacional.

Según la Asociación de Viticultores de San Martín de Bueu, que es la única organización conocida que defiende el asunto, en Cela hay 185 hectáreas de viñedo, de las cuales 65 corresponden a viñas abandonadas. La mayoría son prefiloxéricas y, al parecer la cepa madre se plantó en 1782.


Pero ocurre que- y aquí viene lo fuerte- esas 120 hectáreas no abandonadas que nos quedan- salvo que me hayan informado mál- se distribuyen entre 1.930 propietarios. Si, sí, el microfundismo elevado (o más bien reducido) a la enésima potencia, y una situación absurda en la que cada propietario tiene una media de 0,06 hectáreas. Y, repito, 65 abandonadas.


Imagino que el lector ya se va haciendo una idea de lo que ocurre aquí. Pero hay muchos factores. Primero está el dinero. Resulta que el terrateniente, que también come, obtiene más beneficios de plantar dañinos eucaliptos que de estas antiguas cepas que, por el contrario, nadie subvenciona; y como la D.O. Rias Baixas no reconoce esta zona de producción, pues tampoco le compensa arrancar para plantar albariño (la uva más cara de España, por cierto).

Aquí llega el segundo factor que juega- o más bien, deja de jugar- un papel importante, la D.O., que, influida exclusivamente por los intereses de los grandes productores, no muestra preocupación alguna por nada que no sea blanco, y en botella.

A esto le tenemos que añadir una administración autonómica, mucho más preocupada en que las etiquetas estén en gallego normativo que en recuperar variedades autóctonas. Les daría igual que se arrancara toda la mencía de la Ribeira Sacra para plantar tempranillo, siempre y cuando la llamaran arauxa.

Y finalmente, no podemos olvidar el carácter de la mayoría de los viticultores autóctonos, con una media de edad que posiblemente supere los 70 años y que, como es lógico no quieren oír hablar de nada que no sea la elaboración de vino joven para vender en el año. Quizás alguien debería hablar de organizarse, de dar a conocer la variedad, de recuperar viñedos, de la elaboración de vinos finos y etiquetados, de la maloláctica, de la poda en verde o de sulfatar menos. Mientras tanto, estos tintos no llegarán a lo que pueden ser. Mostrarán defectos de verdores, desequilibrios de acidez y alcohol (dudo que la graduación media supere los 10º), recuerdos a cuadra, botellas muy irregulares y pocas posibilidades de longevidad.

Lo curioso es que a pesar de todo ello, a día de hoy, resultan frescos, explosivos aunque ligeros, angulosos, complejos, con mucho nervio, alegres, elegantes en cierto modo, y con un regusto Borgoñón, como si la pinot noir hubiera pasado un par de lustros viviendo en taparrabos por la selva del Amazonas.

Y es que, en definitiva, aunque con pocos medios, una variedad grácil y centenaria, bañada por los vientos de la ría, cuya orilla está a pocos metros, que sobrevive en pendientes brutales de orientación oeste, que debe competir con helechos y malas hierbas para salir adelante, se expresa a pesar de todo.

Yo invito al que lea esto y le gusten los vinos frescos, de carácter atlántico, a que se pase por allí, conozca la zona, sus viñedos entre helechos, su puesta de sol, su olor a sal y, de paso, pruebe esos tintos, no le dejarán indiferente.

Además, por el momento y hasta que un héroe decida que, en esas hermosas tierras, se pueden hacer vinos finos de calidad para sorprender al mundo, esa será la única forma de disfrutarlos.

Como decía Bonnie Tyler...



... esperemos que aparezca algún héroe antes de que a la tinta femia le llegue el ocaso.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Cata asturiana en buena compañía

Después del impacto Diverxo, volvemos a las crónicas anunciadas, aunque- para variar un poco-, dejamos de lado los restaurantes por un momento.

Acudimos así a lo que ya se ha convertido en una escapada imprescindible en nuestras andanzas asturianas, como lo es la ruta con la que Jorge (Sibaritastur) nos deleita por las hermosas calles de Gijón.

Así, la tradicional visita a Coalla y a La tienda del Vino, remató con una copa de Blanc de Blancs con Germán R. Blanco (ojo, enseñando la botella), en La Maleta del Loco, un templo de los vinos de calidad donde adquieren especial protagonismo, como es lógico, las producciones de Germán en Bierzo y Ribera del Duero. De allí nos fuimos a disfrutar de un fantástico arroz con verduras, made in Sibaritastur, para dirigirnos seguidamente a la cata de grandes valores (y no me refiero a los vinos) que- con la meticulosidad de la que siempre hace gala- Jorge nos había organizado en un estupendo ático de Oviedo, con representación de lo más granado del gastroblogueo del Principado.

Aunque la excusa era una comparativa de los Godellostop” de la añada 2006, es decir, Pezas da Portela y As Sortes, que respectivamente guardábamos tiempo ha para la ocasión. Para redondear la jornada, se nos unieron dos tintos y otro blanco de excepción, y todo ello compensado con la inmejorable selección de quesos con la que Jorge nos deleitó.

Dada la enjundia de los blancos propuestos, decidimos empezar con los tintos, así el comienzo llegó con una aportación de Rodri, que no pudo estar presente, pero nos dejó su obra, este Bastión de la Luna Tinto 2008 de Forjas del Salnés, un coupage de Caiño y Loureiro del que ya hablamos en otra ocasión. La añada, bastante suave, trajo, en tintos de Rias Baixas, un toque muy cañí en lo que a acidez se refiere, por lo que, aunque empezarán a dar lo mejor en un par de años, ya son (o al menos este lo es) vinos muy bebibles. Este desde luego, no dejó indiferente a nadie por su tipicidad, su frescura, su factor diferenciador (ese eucalipto tan presente) y su- para algunos excesiva- acidez.

La cosa calmose con uno de los mejores Maceración Carbónica que he probado. En la línea de los más dignos Beaujolais Villages apareció este Artuke Maceración Carbónica de Vendimia Seleccionada 2009, puras bayas en sazón con muy buena estructura en boca, bien equilibrado entre acidez y alcohol (pese a sus 14º) y, en definitiva, de esos vinos que piden una copa más.

Y entramos de lleno en lo más esperado, que por la misma razón pasaría a ser la decepción del día y, casi, el cabreo de la semana. Extraños aromas que brotaron del corcho (en buen estado) de As Sortes nos hicieron arquear la ceja, más limpio el de Pezas. Servimos As Sortes, su color, dorado algo oxidativo, seguía mosqueando. Metimos la nariz. Cuadra, humedad, fruta pasada que no se iba. Decantamos, pero la cosa mejoró poco. En boca, deshecho, licoroso, sin estructura...Un vino, evidentemente tocado, pero sin rastro de lo que fue.

Pasamos a Pezas da Portela. Se presentó también con cierto dorado, aunque más limpio que el ante y en la farmacia, productos químicos, alguna atisbo de humo, en definitiva, poco atractivo en nariz y caido en boca, graso, pero sin estructura ni acidez. Aunque no llegaba a lo casi desagradable del anterior, desde luego aquí pasaba algo.

¿Mala conservación?. Yo tuve As Sortes en la cava, con control de humedad y a una temperatura de entre 12-14 grados desde 2007, y estoy convencido de que Jorge lo tuvo igual o mejor (él es mucho más meticuloso que yo). ¿Corcho? Pues no sé, en ninguno de los casos nadie de la mesa apreció esos aromas típicos del TCA, pero quien sabe. ¿Y si la variedad no evoluciona bien?. En absoluto, uno de los mejores blancos españoles que he probado fue un Algueira Godello 2003 abierto el año pasado. ¿Una mala añada, tal vez?. Hombre explicaría que ambos vinos de igual zona y añada estuvieran mal pese a haber vivido los últimos tres años a unos 500 km de distancia uno de otro... aunque quizás dejaría algo mal al productor que, pese a ello, saca su marca top igualmente y lo presenta como vino de guarda.

No sé, yo tengo en mucha estima el trabajo de los Palacios, así como el del grupo Valdesil y no quiero pensar nada parecido a lo último. Por eso quizás sea lo más acertado achacarlo a la mala suerte y punto.

El problema teniendo en cuenta que ambas marcas se hacen ver como vinos de guarda, y que la lotería en cuestión supone unos 25 euros por botella, pues qué quieren que les diga, que para la próxima el experimento lo hago con gaseosa y lo que me sobre me lo juego a los euromillones.

Menos mal que quedaba en la mesa un caballerete que hizo las delicias del cabreado respetable. La sutil elegancia de borgoña se hizo presente en este Meursault 2005 de Arnaud Ente, un Villages, de una de las mejores zonas de chardonnay en Borgoña junto a Chassagne y Puligny.

Limpio a la vista, con un discreto pajizo dorado, muy sutil en nariz mostrando notas cítricas y minerales con alguna fruta de hueso, ciertos recuerdos especiados y, como cabía esperar, con una magnífica boca. Aunque quizás algo joven, se mostró equilibrado, sólido, con predominio aun de la acidez y el nervio sobre la grasa y la opulencia. Un blanco fresco pero con enjundia y un predominio absoluto de una fruta de calidad en admirable evolución. Para beber, y pensar, y beber...

Como era lógico, la botella no duró un volao.

Pero no quiero dejar el asunto sin hablar de los excelentes quesos que Jorge nos presentó y que hemos ido ilustrando, entre los que destaco, aparte de mi adorado Gamoneu (posiblemente mi favorito desde que el Sibarita me descubrió el de verdad), este Rey Silo, el único Afuega L'Pitu elaborado con leche cruda de vaca, que, curiosamente, por su profundo aroma, su carácter sabroso y su tremenda textura, recordaba mucho a los grandes quesos de cabra franceses, tipo Valençay o Selles Sur Cher.

Ahora ya no sé cual es mi favorito.

Gracias a Jorge y demás compañeros por una fantástica tarde. Así da gusto. Espero que queden algunas más.

Vinos y lugares para momentos inolvidables

Galicia entre copas, SEGUNDA EDICIÓN

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