Efectivamente, como anunciábamos hace algún tiempo, y después de algún que otro intento fallido, habíamos conseguido reservar en Diverxo y el sábado lo visitamos.
Se preguntarán qué tiene que ver esta imagen con el restaurante Diverxo. Pues bien, recapitulando sobre el fenómeno, lo cierto es que desde que uno consigue materializar allí su reserva, siente algo parecido a lo de Charlie al retirar el envoltorio premiado del chocolate Wonka.
Allí acudimos en la fecha señalada.
En pleno centro de negocios de Madrid se esconde este local minimalista y elegante, con un relajante jardín interior, donde un personal muy joven maneja con naturalidad y sin excesos, cubierto, cristal y mantelería de primera (costes que impone la estrella).
Y a partir de ahí, todo es sorpresa. Willy – David Muñoz- Wonka y los Umpa-Lumpa, escondidos en una cocina que es prácticamente magia, dan salida a platos cada cual más imaginativo, más divertido, más vistoso, pero todos con el denominador común de textura, sabor y, sobre todo, equilibrio.
Quizás el avezado lector se haya dado cuenta ya de que no voy a mostrar imágenes de platos, porque creo, sobre todo, que la mayor fuente de satisfacción que me hizo salir de allí con una sonrisa bobalicona que me duró todo el día, fue, precisamente, la sorpresa.
Y es que cuando uno entra allí, la única información que recibe es que hay tres menús, el express (7 platos: 65 euros), el express+1 (75 euros) y el express+2 (85 euros). Se le pregunta, por supuesto, si tiene alguna alergia o algo que no le guste, pero a partir de ahí, uno no sabe cual es el siguiente plato, hasta que lo tiene delante, y es en ese punto donde reside parte de la magia.
El resto es cocina, imaginación y producto; y aunque no hablaré del Chili Crab, ni de la Gamba frita al revés, ni describiré la factura de los espectaculares dim-sum, sí diré que la complicidad de cocina y sala, explicando con ilusión cada plato, la mejor forma de disfrutarlo y su maridaje con el té oportuno, demuestra un engranaje casi perfecto.
También diré que jamás el vino se había convertido para mí (y el lector habitual ya sabe como se las gasta un servidor) en algo tan accesorio en una comida; por eso, aunque el Bürklin Wolf Trocken 2008 que tomamos, estaba perfecto, fue pasando cada vez más desapercibido ante el rosario de increíbles viandas. En consecuencia recomiendo a quien vaya que renuncie a su enochaladura, no se pierda en la extensa carta de vinos y cervezas y, simplemente, se deje asesorar u opte por un valor (mejor blanco) que le de seguridad de no molestar en el viaje.
Y si bien es cierto que uno nunca fue con la ceja tan arqueada a un restaurante, ante la posible decepción, fruto de la sobrevaloración mediática, no es menos cierto que nunca salió tan satisfecho y tan contento de haber pagado 200 pavos (100 p.p.), pues únicamente espera el momento de volver.
Por poner una pega, que en realidad no lo es, y por si alguien de Diverxo se pasa por aquí, diré que quien realmente está disfrutando de la velada, agradecerá entre plato y plato, un mayor tiempo de reflexión y de descanso para los sentidos que prolongue el placer; y quien no haya disfrutado (si eso es posible), pues da igual, porque ese, igualmente, no iba a volver.
Por que a mi respecta, sencillamente genial.