domingo, 30 de mayo de 2010

Tirabeques y un tinto ¿manchego?

No soy un gran admirador de la cocina de Arguiñano, como cocina en sí; creo que le falta finura, abusa de los fritos y de la olla express y cuece demasiado los pescados y muchas carnes entre otras cosas, no obstante hay que reconocerle más logros y virtudes que defectos, como sacar de la rutina las comidas diarias, y además hacerla divertida, o defender a capa y espada la legumbre y el producto de temporada en general. Además, lo cierto es que el tipo tiene gracia y ningún cocinero se mueve mejor ante una cámara (aunque le pese a Arola). Hay tablas y se nota.

Todo esto viene al caso por la cuestión del producto de temporada, pues han llegado mis días verduleros favoritos (lo cierto es que hace algunas semanas, pero el post se ha hecho esperar hasta ahora).


Judías, habas, guisantes, espárragos, cebolletas...se muestran ante nosotros para dar lo mejor de sí, y el otro día no pude resistirme a la mirada de esta bandeja de tirabeques en el ECI (a unos 7 euros el kilo).


Después de pensarlo un rato, pues me encantan con tomate, decidí, visto el excelente color y calidad que mostraban, respetar el producto lo más posible.

Para ello las limpiamos, únicamente hacía falta quitar los extremos y, en unos pocos casos, los hilillos laterales. Mientras tanto ponemos abundante agua a calentar con un par de cucharadas de sal gruesa y cuando rompa a hervir ponemos los tirabeques a escaldar durante un minuto de reloj para después escurrirlos e, inmediatamente, pasarlos a un bol lleno de agua con hielo con el fin de cortar totalmente la cocción.

Sólo queda saltearlos en la sartén o en el wok con una cucharada de aceite de oliva y, si se quiere, un diente de ajo. Yo, en esta ocasión, los puse solos.

Bueno, no solos del todo, como dice Antonio (La Barriga de Lolo), le incorporé la “mejor salsa”, un huevo cocido a baja temperatura para conservar la yema tipo pomada. Sólo necesitamos un cazo con agua, introducir el huevo con la cáscara y conseguir que la temperatura no supere los 63º durante 63 minutos.


Para esto hay dos opciones, una es tener un termómetro, un reloj y alguna reminiscencia del jardín de infancia. La otra (presuponiendo que disponen del reloj y del sentido común suficiente como para no usar el termómetro de mercurio de los catarros) es poner la vitro al mínimo y meter el dedo en el agua de vez en cuando, si quema es que nos hemos pasado, pues deberá estar a la temperatura de un baño muy caliente). Llegado el minuto 63 solo queda quitar la cáscara y disfrutar.

En cuanto al vino, decidimos no echar la casa por la ventana, ya que el huevo se lo cepillaría en gran parte, aunque tampoco merecían los tirabeques que los destrozáramos con un lambrusco.

Asi las cosas me encontré con una botella de Penta 2006, un tinto con leve crianza (5 meses en roble) a base de tempranillo, C.S, syrah, merlot y petit verdot, es decir, una apuesta de la bodega Pago del Vicario por las variedades foráneas en Ciudad Real.


Tanto la vista como la nariz me hicieron arquear un poco la ceja; rojo con ribete teja, muy mate, y predominio de las pimientas, balsámicos y algún que otro verdor. Pasado un rato sí fue apareciendo alguna fruta negra, madura, pero en cuanto la copa se volvía a agitar aparecía un claro predominio de cacaos y torrefactos. Para solo cinco meses de roble, marcaba demasiado...

Algo mejor en boca donde una acidez algo despistada tapaba los 14,5 º del vino, pero a medida que subía la temperatura se iba mostrando más cálido y mantecoso. Destacar quizás un recorrido más largo de lo esperado de lo dulce a lo amargoso altivo.

Lo cierto es que guardaba mejor recuerdo cuando probé este tinto hará un año, pues, de hecho, quitando al rosado, había sido el que más me llamara la atención en su día de todo lo que hace la bodega. Pero claro, las catas son engañosas, y la idea que me queda es algo confusa. No entiendo para qué todo ese trabajo de coupage de variedades si luego te las vas a cepillar con la madera.

Pero como en cualquier caso, y dentro de lo previsto, el huevo se llevó por delante al tinto y sus circunstancias, quedando un agüilla agradable (oportunamente re-refrescada a unos 14º) con la que pasar cada bocado, el resultado final fue todo un homenaje de temporada. Adoro los tirabeques.

martes, 25 de mayo de 2010

Regueiral y Guímaro, un año después

Hace algo más de un año (como pasa el tiempo) uno disfrutó de lo lindo con un post llamado “Golosinas de la Ribeira Sacra”. Aprovecho ahora para decir que el concepto de golosina se aludía en su concepto más amplio y positivo, y para nada guardaba relación con esos trozos de plástico azucarado y posiblemente tóxico que venden en las tiendas de chucherías.

Casualmente, a los pocos días de aquella entrada, se celebró la Feria de Amandi, en la que se premia a los tres mejores vinos del año en la zona, y ambos, para mi grata sorpresa, fueron premiados.

Y lo que ahora nos ocupa es que, gracias al detalle de Juan Manuel- productor de Viña Regueiral- y a la casualidad de haber dispuesto en casa de una botella de Guímaro joven (fruto de mi último viaje a Pontevedra, porque en Madrid no lo hay), hemos tenido la fortuna de poder repetir esa cata y ver lo que han dado de sí estos vinos en añadas posteriores.



Empezamos con Viña Regueiral 2008, un tinto que en todo caso requiere cierto tiempo para abrirse, siendo recomendable una apertura anticipada o bien un poco de jarreo para sacar todo lo que puede dar de sí.

Desprende a la vista un bonito color picota, muy vivo flanqueado por un ribete amoratado más bien amplio. En nariz comienza algo cerrado, como adelantaba, para poco a poco mostrar ciertos verdores florarles que van cediendo a cerezas frescas, notas balsámicas y un curioso fondo de pimienta y caramelo que a ciegas me habría sugerido un leve paso por madera que, según me consta, no ha existido.

En boca aparece lo mejor, un paso fresco, bien redondeado y con una potencia tánica más presente que en su añada anterior. El vino ha crecido en cuerpo y hace gala de una buena acidez que permite que los 13º del vino pasen absolutamente inadvertidos. Vuelven a aparecer en boca aquellos verdores que apreciábamos en nariz, pero ahora más afinados y, para mí, muy atractivos, cerrándose la procesión de sensaciones con un elegante amargor que deja recuerdos de cerezas, algo más maduras y también hierbas aromáticas (tras ir corriendo al estante de las especias para constatarlo, podría decir que es hinojo).

En conjunto un vino que para mí ha dado un importante paso hacia la madurez, haciéndose más recio y corpulento, pero conservando al mismo tiempo esa finura y esa frutosidad que me llamaron la atención la primera vez.

Y mientras dejamos a un lado al Regueiral, echamos mano a Guímaro, que entra como un elefante en una cacharrería. En sus tonos violáceos, algo más opacos que el anterior, abre con potentes aromas animales y de establo, que van cediendo en favor de una intensa nariz de arándanos, flores y orégano en un fondo balsámico, quizás algo licoroso.

En boca es explosivo y vigoroso, una auténtica fiesta de fruta que, sin embargo, conforme coge temperatura va mostrando sus inevitablemente presentes 14,5º. Ojo ya sabe el lector habitual mi problema con los excesos cálidos, pero estos 14,5º están, como mínimo, tan bien llevados como los 52 años de Sharon Stone. Aunque de una u otra forma, se acaban notando...

Atendiendo a gustos personales, ojo, creo que esta vez me ha ganado Regueiral, más discreto, quizás no con una aromática tan ostentosa como Guímaro, pero desde luego gana en elegancia, en finura y, en definitiva, en la capacidad de invitar a otra y otra copa más. Quizás este último, que para mí es de los tintos jóvenes mejor vinificados en R.S., sea una víctima de una añada excesivamente calurosa. En cualquier caso, un buen vino que se aleja un poco de mis debilidades por su arista alcohólica, pero que con su fruta sin concesiones y servido fresquito, hace caer una botella con facilidad.

Por último aprovecho la ocasión, con este video, para despedirme de "Perdidos", y decir en alto que les echaré de menos, antes- eso sí- de haber visto los dos últimos capítulos y después de seis años de intriga y de haber disfrutado de esta serie como de ninguna otra.

jueves, 20 de mayo de 2010

Retrospectiva mirando al noroeste

De vez en cuando- imagino que esto ocurrirá en todos los ámbitos de la vida- uno se ve obligado a parar, incluso a dar un paso atrás y mirar con perspectiva el camino recorrido, y lo que aun queda por andar.

Este microcosmos del vino no es una excepción, pues el criterio más o menos coherente que uno pueda tener en sus gustos viene, en gran parte, definido por lo que ya ha probado…, más que nada para decidir qué es una parte de lo que le queda por probar (pues la otra parte, posiblemente la más interesante, será sorpresa, o al menos eso quiero creer). El caso es que uno en un momento dado define sus gustos y decide por dónde quiere tirar. Y como este blog es unipersonal, pues sólo puedo hablar de lo mío, aunque imagino que coincidirá con la inclinación de muchos.

No sé si he explicado esto alguna vez pero si hablamos de tintos, como casi todos, yo empezaba en el universo enópata como todo hijo de vecino, con productos convencionales de Rioja y Ribera del Duero, cuando un día algo me perturbó.

Ese chispazo que a muchos de nosotros nos salta en un momento de nuestra vida, la cartera se lamenta por esa nueva hipoteca que va a suponer la afición, y la inquietud, que condujo a investigar por otros lares..., y a mí, curiosamente, que me dio por tirar más al mediterráneo.

Descubrí entonces frutas maduras, mermeladas y compotas que, en ocasiones, se me hacían más atractivos que los excesos maderísticos con los que distrutaba en un principio, pero había un deje caluroso que me sobraba por hastío.

No tardamos en salir de la península y subir a la Francia más económica, Alemania (mmmm), Italia sigue siendo un misterio, y a los vinos del Nuevo Mundo.

Y en todos sitios, hay de todo, pero el caso es que en un momento dado te cruzas con Borgoña y todo cambia. Descubres que ya no te gusta la contundencia, sino la frescura y la elegancia, que la acidez da vida también a los tintos y que hacer vino no consiste en conseguir alcohol, sino en que esté presente sin ser visto.

Pero la economía manda y uno no puede- ni debe- encasillarse, y toca volver a la patria, pero ahora con gustos más definidos y, sobre todo, en la creencia de que hay mucha gente con criterios similares, así como variedades para llevarlos a cabo.

Topa uno entonces con Doña Mencía (de la que aquí hemos hablado largo y tendido) y su dos encarnaciones. Por babor la bella muchacha salvaje, sincera, franca y aromática que salta por las laderas de la Ribeira Sacra seduciendo a primera vista.

Por estribor la huidiza doncella del Bierzo, más madura, vestida con ropajes recios pero siempre elegantes y capaz de hacer sucumbir a su voluntad a cualquiera que la deje hablar.

En ambos casos la variedad se muestra inaccesible, exigiendo métodos de viticultura extrema que hacen más mítico, si cabe, el disfrute del resultado final.

Y resulta que Doña Mencía tiene una hermanastra que, pese a llevar algún tiempo viviendo a su sombra, han sido ya demasiados los que han conocido su atractivo. La Prieto Picudo de León es una pura sangre a la que los graneles ya no son capaces de encerrar durante más tiempo, y gracias a aquellos que la han sabido domar, hoy no es difícil poder disfrutar de su gracilidad mineral y su viveza balsámica.

Vinos frescos, sinceros, no siempre fáciles, pero sí muy bebibles cuando enganchan y piden otro trago más, y seguir investigando hacia el Sur, a Portugal, donde la Ribera del Duero- ahora Douro- es entendida desde el terruño y la intervención mínima, la vendimia a tiempo- no muy tarde- y el respeto por la tipicidad de Tourigas, Bagas y demás variedades. Uno mira de reojo y le es difícil entender como una simple frontera puede cambiar tanto la forma de expresar una zona.

Y entonces, ya embriagados, sin haber podido plantar batalla a traicioneros e inapreciables alcoholes, buscamos cosas más raras, más exclusivas, más ocultas. Poco antes de la frontera con Monterrei, un tal José Luis Mateo nos muestra exiguas producciones de viticultura heroica, variedades prácticamente desaparecidas como Bastardo o Sousón. Sus vinos son tan increíbles como difíciles de encontrar por su escasez, y constatamos que el loco que insiste en su locura, se convertirá en sabio.

Cuando seguimos la brisa buscando tan solo el aire más puro para seguir respirando, unas extrañas cepas se asoman al borde del mar, ante el que termina el mundo.

El vigneron -Rodri-, que las protege de la inquisición albariña homogeneizante, dice que se llaman Loureiro, Espadeiro y Caiño y que son fiel expresión del agua salada que las baña, de los eucaliptos que las rodean y de la acidez que dan la tierra y el viento del norte.

De esa deliciosa caiño, poco más puedo hacer que reproducir lo que ya dijo el Maestro "Pitu" Roca, cuando la describió como:

(...) una caricia salina y sensual, de cristalina elegancia. Es un guiño desde el final del camino a los monjes de Cluny, allá en Borgoña, donde empieza el camino...

Ahora todo encaja.


Este post participa en el "I Premio Vinos y Blogs del III Concurso de Vinos del Noroeste".

domingo, 16 de mayo de 2010

De un curioso moscatel

El jueves pasado, durante el periplo de búsqueda de piso que nos lleva a mi querida y a un servidor por los aledaños de la carretera de La Coruña, como en otras ocasiones, nos sorprendió la noche y la consecuente desgana para meterse en la cocina y preparar algo para cenar. Por suerte uno es más hábil buscando restaurantes que inmuebles, así que encontré en Torrelodones, a medio camino entre la tierra prometida y nuestra casa actual, un curioso restaurante de original diseño, de oscura intimidad y con una, a priori, interesante oferta semanal.


El restaurante se llama Capsicum y comentaré poco de él, pues me pidieron no hablar del menú, por encontrarse lejos del nivel medio del mismo. El caso es que el sumiller, muy didáctico, me recomendó con acierto una alternativa a mi elección de un Selbach Riesling Kabinett con el que acompañar el menú, pues las viandas requerían, en su opinión, un vino con algo más de fuste. La sugerencia, fuera de la carta, fue un curioso moscatel seco de Granada llamado Calvente 2008.


No negaré que puse cara rara, pues la variedad me suele cansar, pero acepté con buen criterio. Llegó entonces una botella de limpia presentación que, en copa desplegó desde el inicio toda esa gama de flores, mieles y especias, vaporosa y consistente que sueltan los moscateles habitualmente. El paladar, como si el del perro de Pavlov se tratase, se preparó inconscientemente para un trago dulce, sin embargo el vino se precipitó seco, ágil, fresco y con mucho nervio. Su paso era alegre, pero sin renunciar a cierta enjundia de grasa vestida de buena acidez, pero sin dejar de repetirse la aromática que advertíamos en nariz, aunque acentuándose ahora los cítricos y los tropicales. También era más largo de lo esperado

Un blanquito de esos que entra sin alardes de grandeza, pero que por su alegría, y sobre todo por su frescura pide otra copa más,manteniendo por su aromática cierta capacidad para hacer frente a platos relativamente contundentes, aunque ojo con esa arma de doble filo, que se puede cepillar las sutilezas de muchos platos como el steak tartar de buey con el que empezamos. Buen vino cuyo precio desconozco, pero que en el restaurante fue de 20 euros iva incluido. Teniendo en cuenta que era el mismo del Selbach, quizás en tienda ronde los 9 euros.

En cuanto al restaurante, tal vez volvamos para probar el degustación muy sugerido por la gerencia, pero cuando la cartera pida más alegrías, ya que el menú del día (entrante, principal y postre) pan aparte, el susodicho moscatel y un dos copas de vino dulce se subió hasta los 90 euros.

En otro orden de cosas, un aviso a los navegantes, el 7 de junio se celebra en el círculo de actores "Petit Comité" un encuentro para frikis del vino natural al que no se puede faltar. Yo allí estaré, y dejo información a la derecha para quien le interese.

lunes, 10 de mayo de 2010

Sudestada: cocina asiatica fina fina

No saben el tiempo que llevaba deseando volver a este tempo de la cocina asiática desde que se cambiaron de local; pero claro, la moda es la moda y Sudestada está en el “candelabro” desde hace ya ni se sabe, tanto es así que recomiendan reservar con MES Y MEDIO de antelación, sí señor. Así que tras un par de intentos fallidos, sonó la flauta.

Para el que no lo conozca, se trata de un restaurante conducido por Estanis Carenzo, un argentino (de hecho el local tiene su réplica en Buenos Aires) con experiencia en la gastronomía del sudeste asiático, y cuya rotativa carta (y menú) viene a reflejar una amalgama entre la cocina tailandesa, indonesia y vietnamita, algo de la china y la india aunque todo sin muchas ataduras y adaptado, en parte, al mejor producto nacional, lo que les permite jugar con la fusión pero sin caer en ciertas sandeces que se ven mucho por ahí y respetando las recetas, de manera que el resultado son unos platos a los que el paladar español está poco acostumbrado (especialmente en lo que a picantes y especias se refiere) Además, como la primera vez que les visité, la velada no tuvo su fiel reflejo en el blog, la motivación, por tanto, era por partida doble.

Si antes se ubicaban en un modesto local de azulejo blanco cuya única decoración era un reloj ochentero de esos de placas con los dígitos y se parecía más a un cuarto de baño, hoy visten una sala con lineas minimalistas algo más acogedoras, aunque explotándola al máximo con unas mesas bien juntas. Pero no es este un enclave de veladas íntimas, sino más bien un espectáculo de sensaciones.

Dado el tiempo transcurrido desde la última visita, nos decantamos por el menú degustación (39 euros), que comenzó con un rico aperitivo, sopa miso con mejillón, un reconstituyente y sabroso caldo de sabores marinos y vegetales que escondía en el fondo un par de mejillones de roca muy sabrososo. Ideal para abrir el apetito.


Continuamos con unos deliciosos Nem Cua (rollitos vietnamitas rellenos de cerdo y cangrejo), para tomarlos había que envolverlos en una hoja de lechuga añadirle, al gusto, las hierbas aromáticas que se acompañaban, albahaca, cilantro, hierbabuena... que hacían cada bocado totalmente diferente. Hecho esto se mojaban en una fresca salsa clara de cítrico agridulce. Uno de los platos que afortunadamente no ha cambiado.


Llega entonces una de mis debilidades, los dim sum (aquí llamados Singapore Dumplings) de cerdo y verduras, que venían mojados en una salsa de soja ligera. Delicadísima masa muy alejada de la versión tosca y grosera que prepara un servidor. Ésta pese a tener la contundencia suficiente para resistir relleno interior y salsa exterior, se convierte al morderlo en un fino y liviano bocado de grosor y textura sencillamente perfectos. De lo mejor.


Y Seguimos con la Samosa Sudestada de curry rojo con garbanzo. Con el acompañamiento. una salsa agripicante con hierbas aromáticas, de nuevo le toca trabajar al comensal que deberá majar y mezclar el aderezo. Bien la samosa, pero especialmente sorprendente la salsa, que era todo un abanico de sabores y sensaciones, mojar cada bocado se hacia imprescindible.


Entramos a los principales con dos platos a la vez, por un lado el Com Rang (arroz salteado vietnamita) y por otro el Sate Kambing (Brocheta Indonesia de Cordero), una especie de maxi-albóndiga alargada donde el picado era finísimo y el sabor tan explosivo que requería ser aderezado con alguno de los múltiples acompañantes, unos crudités en cubos con chile rojo, un mojo de manzana rallada, hierbas aromáticas y yogur, y una curiosa salsa en la que, una vez más debía trabajar el comensal, aliñándola con lima al gusto y removiendo bien, pero, ojo – advierte el camarero- el preparado es muy salado por lo que no se recomienda mojar en él, sino colocar una pizca en el bocado de arroz o de cordero. Siguiendo las recomendaciones el conjunto era muy agradable, aunque aun hoy no entiendo bien por qué no se podía hacer menos salado y poder disfrutar más de la salsa; supongo que son las servidumbres de la fidelidad a la receta original. En cualquier caso, platos divertidos, sorprendentes y sabrosos.


En el segundo principal nos dieron a elegir y optamos por el curry rojo de carrillada de vaca, curiosa preparación en la que al comensal le tocaba deshacer la pieza de carne con el tenedor para empaparla de la salsa, la más picante de la jornada que venía acompañada de guisantes frescos, amanenazadoras guindillas rojas pululando por la salsa que sorteamos con destreza y arroz aparte. Volviendo al inicio, la carrillada debió estar cociendo y cociendo durante muchas horas pues, pese a mi incredulidad ante las recomendaciones de la camarera, la carne se deshacía por el simple peso del tenedor.

Un delicioso bocado que la instantánea pilló ya avanzado y que pese a estar dominado por la fuerza del picante casi abrasivo, un servidor, pese a estar ya bien lleno, no podía evitar seguir atacando.

Evidentemente la preparación responde a la fusión de materias primas que comentábamos al principio, más que nada porque como cocines una vaca allí donde el curry es autóctono, como poco te cortan un pié o te meten en la cárcel.

Y hasta aquí la oferta salada que acompañamos de inicio una deliciosa Bota de Manzanilla nº 16 del Equipo Navazos que con sus salinos, avellanas y su elegante sequedad aguantó de maravilla. Como era día laboral el resto lo regamos con un vichí catalán magníficamente servido con mucho hielo y unas rodajas de lima. Desde entonces me abono a esa presentación.


El menú incluye la posibilidad de elegir entre los postres o cafés, y aunque mi acompañante se decantó por este último, yo pedí al camarero que me trajese el más fresco. No recuerdo su nombre (bastante complejo), aunque la cosa venía a ser una especie de crema de mango, con piña fresca, granada, helado de ¿yuzu? Hierbas aromáticas y salpicada con granada. Rico, adictivo y tremendamente refrescante.


El único problema, que se me quedaron los dientes largos al ver su reducida pero exquisita carta de vinos, de champagnes y, sobre todo, de cócteles, con atención especial al Gin-Tonic...


... por lo que habrá que planificar otra visita. Eso sí, con mes y medio de antelación.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Inciso: la lista Wikio

Yo no soy muy seguidor de rankings, listas o puntuaciones en general, pero a nadie le amarga un dulce.

Ayer, gracias a la exclusiva del maestro Joan, conocíamos el nuevo ranking de blogs sobre vinos que publicaba el portal informativo omni-bloguero Wikio, y era muy grato ver como compañeros aficionados con el denominador comun de la pasión libre por la gastronomía eran destacados.

Por alguna razón que se me escapa, esta humilde plataforma ha venido a encabezar dicho listado, y aunque todos ellos- y algunos otros no mencionados- merezcan mucho más que éste tal posición, no quiero dejar de aprovechar la ocasión de agradecer el guiño a todos los que pasáis por aquí regularmente, los que dejáis vuestros comentarios y los que comentan a un amiguete que han pasado por aquí, pues a ellos se lo debo.

No obstante, si por la repercusión mediática que pueda tener, alguien de Meursault o de la Romanee-Conti quiere mandarme sus muestras para que las pruebe, yo no tendré inconveniente en publicar mis impresiones, je je...

martes, 4 de mayo de 2010

Posiblemente, el mejor cava que he probado...

Llega el calor (bueno, no hoy precisamente, que había nieve a las puertas de mi casa...) y empiezan a apetecer ciertos vinos que durante el invierno dejamos de lado en favor de aquellos que tan bien acompañan a potajes y carnes, me refiero a tintos jóvenes para beber a 13-14 grados, a rosados, blancos frescos, manzanillas y, como no, espumosos.

El problema de estos últimos es que el camino habitual de todo enochalado le hace empezar necesariamente por el cava para después viajar al norte, hacia Reims, y terminar en Champagne, desde los mayoritariamente anodinos grandes productores tipo Moet Chandon o Clicquot hasta los apasionantes pequeños productores como Clouet.

Afortunadamente entre tanto viaje uno vuelve de vez en cuando al origen- la economía así lo exige- y tiene la suerte de probar pequeñas joyas sin necesidad de atravesar los pirineos y distrutar de gratas sorpresas como este Els Cupatges de Mestres Reserva Especial Rosé.


La bodega maneja con maestría sus 20 hectáreas de viñedo propio, en espaldera y en vaso, teniendo algunas cepas una antigüedad superior a los cincuenta años, y lo más importante, pese a que el CRDO Cava permite una producción de 13.000 kg/ha, Mestres nunca supera los 7.000.

Este rosado se elaboró a partir de monastrell, que, seguro, algo tiene que ver en los profundos colores y la madurez del vino, trepat, quizás culpable de su equilibrio y buena acidez, y un elegante toque de Pinot Noir.

El resultado, un espumoso que a la vista se presentó serio y contundente, con más opacidad de la esperada en un rojo fresa con reflejos salmón y una delicada burbuja, fina y contínua. Su nariz es embriagadora (en el buen sentido), recordando a fresas maceradas con nata, brioche, harina de trigo y avellanas.

Pero es en boca donde termina de enganchar, amplio y explosivo en su paso, va acompañado de una burbuja fina , cremosa y, sobre todo, muy bien integrada, elegante estructura gobernada desde una magnífica acidez que nos da un paso prolongado y complejo en el que vuelven a aparecer las fresas, frutas del bosque y lácteos y que terminan dejando un elegante final amargo, regalando en el postgusto un agradable y larguísimo predominio de frutos secos y bollería. Sencillamente genial (y, ojo, degollado en junio de 2006).

Una de esas contadas ocasiones en las que un cava no especialmente barato (creo que andaba por los 19 euros) no invita a dar el salto a Champagne por unos pocos euros más. Conducta que siempre he recomendado y que, en el concreto caso que nos ocupa, no tengo más remedio que rectificar. La afortunada experiencia me ha hecho sustituir además a mi favorito que, hasta ahora, era Raventos, pues este Mestres es, sin duda y a mi humilde entender, el mejor cava que he probado hasta el momento.

Y no pudo ser más acertado el maridaje y que tengo que agradecer a mi apreciado frutero, quien tuvo el detalle de obsequiar mi visita (ultimamente casi diaria) con dos buenos manojos de cebolletas fresquísimas.

Como el producto era bueno, me limité a darles un pase de sartén a fuego fuerte para ser rematadas 10 minutos en el horno a 200º con unos tomates cherry, un toque de AOVE y sal maldon al final.


A modo de divertimento lo acompañamos de cuatro salsas para mojar, mahonesa, alioli, chutney de mango y mostaza al curry, aunque todo ello no pudo evitar quedar en un segundo plano ante tan deslumbrante cava.



Por cierto, que no sé si esta cuvee la han seguido haciendo porque no lo encuentro por ningún sitio, aunque el tema invita a probar el resto de las gamas...


Vinos y lugares para momentos inolvidables

Galicia entre copas, SEGUNDA EDICIÓN

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