jueves, 30 de julio de 2009

Dim sum casero y un vinho alentejano

Despues de la empanada, este era otro de los grandes retos de mi vida en el mundo de las masas, conseguir elaborar uno de mis aperitivos favoritos, el dim sum.


Para quien no sepa lo que es (no todo el mundo es un friki de la cocina oriental), en cantonés significa algo parecido a "bocado" y tradicionalmente incluye una variedad de bollos al vapor, como el char siew bao, pequeños bocados de masa, y arrollados de arroz, que contienen diferentes ingredientes, como ternera, pollo, cerdo, gambas y/o vegetales.

Como se han puesto algo de moda, cada vez son más fáciles de encontrar en los restaurantes de cocina asiática, y me alegra porque la verdad es que me encantan. Me parece un bocado sutil, ligero, agradable y, además, con muchas posibilidades de fusión; pero como no se puede empezar la casa por el tejado, he decidido empezar por el más clásico y el que más suele verse, uno relleno de carne con gambas.
Para preparar la receta de la masa no me quedó otra que buscar en internet, donde hay propuestas de todos los colores que, al final, me han orientado para hacerlo a mi manera.

La verdad es que no las tenía todas conmigo y no sabía lo que iba a salir, pero el proceso me pareció más sencillo de lo esperado, y el resultado me sorprendió muchísimo. La verdad es que es un subidón cuando estas cosas te salen...
  • Para la masa de unos 25 dim-sum utilicé:

  • 250 gr de harina de trigo
  • 150 ml de agua
  • una cucharada pequeña de manteca de cerdo
  • Para el relleno:


  • Una cebolla grande
  • una cucharada de pasta de curry verde (opcional)
  • 400 gr de carne de ternera picada
  • unas gambas peladas
  • 2 cucharadas de oporto
  • 5-6 cucharadas de salsa de soja
  • media cucharadita de jengibre rallado
  • aceite de sésamo (si no tenemos puede usarse de oliva o girasol)
  • unas hojas de alga "musgo de irlanda" hidratadas (también opcional)

Empezamos con la masa para lo cual ponemos el agua a calentar y añadimos la manteca.


Una vez disuelta podemos precipitar el agua sobre la harina, que previamente habremos puesto en un bol lo suficientemente grande como para amasar sin ponerlo todo perdido.

Mezclamos entonces con un tenedor y en cuanto se hagan pegotes metemos las manos (bien lavadas y cuidado que está caliente) y trabajamos hasta conseguir una masa elástica y no demasiado pegajosa. En tal caso añadiremos más harina. Conseguida nuestra masa, hacemos una bola, la tapamos con un paño ligeramente húmedo y dejamos reposar, al menos, media hora. Da tiempo a ver un capítulo de Padre de Familia.


Aunque también podemos ir preparando el relleno, para lo cual, ponemos aceite en la sarten, y, cuando empiece a calentarse añadimos la pasta de curry y removemos sin parar (puede prescindirse del curry, pero le da un toque curioso).


Seguidamente hay que pochar la cebolla y, cuando esté dorada y blandita añadir la carne. La salteamos bien y le echamos el oporto. Cuando el alcohol se haya evaporado podemos incorporar las gambas cortadas en trocitos, la salsa de soja y el jengibre. También añadimos el alga picada, que previamente habremos rehidratado según las indicaciones del fabricante. Como he dicho, es opcional, pero añade un intenso sabor a mar y actúa como espesante. Hoy en día las de la marca Porto Muiños pueden encontrarse en cualquier tienda especializada o herbolario.
Y nada, lo seguimos cocinando un rato hasta que esté hecho. Podemos corregir de sal o echarle más salsa de soja (que también sala). Y lo dejamos que se enfríe.

Volvemos a la masa; hay que convertir la bola en un cilindro e ir cortando rodajas de más o menos un centimetro de grosor, ir haciendo una bolita con cada una, y amasarla con el rodillo (enharinado para que no se pegue), mejor si lo hacemos sobre un papel de horno antiadherente.


El resultado serán unas láminas de forma preferentemente circular que rellenaremos con el preparado anterior, ya frío.



Sólo queda cerrarlas. Para ello cogemos una taza con agua y mojamos el dedo índice, con el que hidrataremos los bordes de la masa para que se vuelva adhesiva... y pegamos las empanadillas de la forma que buenamente podamos. A mí me quedaron así, que para la primera vez no esta mal, pero pueden intentarse florituras.


Ahora, teóricamente pueden freirse, aunque lo suyo era cocerlas al vapor, así que tiré de mi cesto de bambú, coloqué los dim sum sobre unas hojas de lehuga para evitar que se pegase.


Puse agua a calentar en una cacerola que encajase con el cesto, y una vez que rompió a hervir, lo coloque sobre la misma, tapado, durante diez minutos.


Y listo, solo queda servirlas, y como la masa no lleva sal, es importante poner un recipiente para mojar salsa de soja y redondear el plato. Fantásticos.


Aunque la tradición dice que los dim-sum se toman con té, a mi no me gusta nada, así que busqué un blanco sutil y no demasiado aromático para no tapar la delicadeza de nuestras "empanadillas".

La elección fue este Terra d'alter 2007, un vinho regional alentejano monovarietal de antâo vaz con aromas muy discretos de melocotón y pera, pero muy agradable en boca, glicérico y explosivo en frescor, buena acidez y un paso de cierta untuosidad. Dejaba un recuerdo final no muy largo de melocotón en almibar y frutos secos.


Un vino correctísimo que, por menos de 7 euros respondió a lo que pedíamos dejando sitio para los dim-sum que, hoy, eran la estrella.


(La primera foto es de unos dim-sum de verdad, para que quien no los conozca se haga una idea, el resto es de lo que yo perpetré).

lunes, 27 de julio de 2009

Restaurante Vianda y una reflexión

Aunque las Jornadas Gastronómicas de la Sierra - que ya aludí en otra ocasión - no parece que hayan sido un éxito, si han dejado una guía muy interesante de restaurantes que visitar en una zona donde la oferta de calidad a un precio razonable es tan sumamente escasa.

Dicha guía nos llevó a encontrar otro restaurante de interés en las cercanías de Villalba (ya que en Villalba no había ni uno) sito en Becerril de la Sierra (a unos 15 minutos) y llamado Vianda.
El pueblo, pequeño, acogedor y a los mismos pies de la montaña. El restaurante, una casa típica serrana, al lado de la Iglesia, decoración clásica y sobria con un recibidor y un curioso bar (desgraciadamente en desuso).


El comedor se sitúa en la planta superior con mesas bien separadas y organizadas en torno a las ventanas, que ofrecen agradables vistas. En el sótano, una bonita bodega.



Dirige la sala la esposa del chef David Comas, quien, pese a estar solo en la cocina, aparece de vez en cuando para saludar y presentar algún plato.

Mientras nos decidimos nos dejan un pequeño aperitivo, nos decantamos por el menú degustación largo (36 euros sin IVA) para conocer la propuesta general del restaurante, si bien nos advierten que dura unas dos horas largas y que ha sufrido un par de variaciones por cuestiones de mercado.


Empezamos con un snack consistente en unas mini croquetas caseras, ensalada de pato en tostaditas y chistorra. Comienzo correcto.


Continuamos con un suave pero sabroso salmorejo. Muy fresco y sin complicaciones. Se agradecía teniendo en cuenta los casi cuarenta grados de temperatura exterior.


Después llegó un laminado de presa ibérica con helado de mostaza. Muy interesante construcción; la fuerza de la mostaza añadida a la frescura del helado combinaban a la perfección con las finas pero grasas sensaciones de la carne.


Seguimos con el tartar de salmón. Buenos contrastes entre los encurtidos y la grasa del salmón. Sensaciones intensas y agradables, curiosamente, no muy distintas a las de un steak tartar clásico. Sabroso y refrescante venía además acompañado de unas tostadas que aportaban el elemento cruijiente que completaba el conjunto.


Después llegó una curiosa ensalada de caballa. El pescado, que parecía llevar algún tipo de ahumado o marinado, venía sobre una ensalada de brotes, piñones y pequeñísimos dados de una fruta que no logré reconocer (¿melón?). Buena, aunque tal vez hubiera estado mejor algo más fría.

Continuamos con una de las estrellas del restaurante, el huevo cocinado a baja temperatura sobre patata, boletus y trufa. Teniendo en cuenta que no contaban con uno de esos carísimos hornos de precisión (¿Roner?), el punto del huevo estaba la mar de conseguido. Muy bueno el fondo de patatas, que, junto con el huevo daba unos sabores tan intensos que tuvimos que pedir que nos cambiaran las copas para que pudiéramos saborear los platos que quedaban. Se aprecia la experiencia en el plato.

Seguidamente llegó el pescado. Por razones de mercado, el bacalao previsto en la carta, fue sustituido por este lomo de bonito teriyaki sobre arroz de mariscos. No ocultaré que el bacalao es uno de mis pescados favoritos, pero este bonito me hizo olvidarlo de inmediato. Sabroso, nada seco y muy bien acompañado por un potente arroz en su punto, con sabores de mar y verdura.


Por poner una pega, si me hubieran preguntado hubiese pedido el bonito menos pasado, pero es que a mí me gusta vuelta y vuelta, y rojo por dentro. Me gustó igualmente.


Y terminamos la fase salada con la carne a la que llegamos algo llenos. Magret de pato asado, cous cous y curry dulce. Sabores de oriente medio bien compensados y curioso dulce muy aromático que recordaba mucho a las frutas escarchadas que se emplean en la cocina árabe.
La carta de vinos, como es costumbre, dominada por los tintos, aunque con alguna chispa de rebeldía. Precios correctos.

Nosotros nos decantamos por este Jaume Serra Chardonnay Barrica 02 (12 euros), vino algo comercial pero de buena factura que ha evolucionado muy bien desde su embotellado. Algo corto de acidez, pero una fruta todavía presente y cierta complejidad adquirida con los años. Desfalleció un poco con el huevo, pero acompañó muy bien al resto del menú (especialmente bien al tartar de salmón).


El primer postre fue una sencilla tarta de queso, fresquita, sabrosa y sin complicaciones.


Después una rica ópera de chocolates con helado de limón, Aunque el chocolate siempre es bienvenido, se agradecía el detalle del helado que le daba el contrapunto y, sobre todo, lo hacía más digestivo, teniendo en cuenta que y estábamos ya algo llenos.


Acompañamos los postres de sendas copitas de un sauvignon blanc dulce de vendimia tardía, cortesía de la casa, cuyo nombre no recuerdo.
Terminamos con unos cafés, una agradable sobremesa, y una agradable aunque fugaz conversación con el chef y propietario, David Coma, que me llevó a reflexionar un rato sobre el estado de la restauración, sobre todo en la periferia en la que vivo.


En resumen, no consigo entender cómo es posible que un lugar, con una cocina de este nivel y unos precios tan atractivos, puedan tener dificultades para subsistir, prácticamente desde su inicio hace siete años, en los que el proyecto se ha mantenido única y exclusivamente por la ilusión de los que lo llevan a cabo, y no, desde luego, porque resulte rentable.

Dicha situación me hace valorar especialmente el esfuerzo de este matrimonio que, sin la ayuda de nadie, lleva adelante el negocio y desde luego, me obliga a disculpar ciertos detalles más básicos que podrían repasarse en el restaurante, sobre todo cuando lo importante - la cocina - es honesta y está bien trabajada.
Sé que este lugar estaría lleno en el centro de Madrid, donde hay público para todo, pero los costes, y, por tanto, el precio, serían más elevados, por lo que no puede argumentarse el tema de su ubicación, máxime teniendo en cuenta que muchos de los tugurios colindantes (10 minutos a la redonda) cobran un dineral por raciones de gamba arrocera por kilo y croquetas refritas, y generan bofetadas por conseguir una mesa.

No alcanzo a comprender porqué la gente de los alrededores prefiere pagar lo mismo,o incluso más, en cadenas que sirven hamburguesas rehidratadas y aros de cebolla-plástico, o presuntas costillas de algún animal embadurnadas en una especie de caramelo.

Tampoco entiendo que la gente del capital pueda recorrerse cincuenta kilómetros y ser estafada sistemáticamente, sábado tras sábado, por el mismo chuletón de vaca (si, le digan lo que le digan ¡es de vaca!, ¡no es de buey!) , y no sean capaces de dar una oportunidad a un sitio diferente que si probasen, seguro, repetirían.

Lo peor es que cada vez oigo más este discurso en muchos ámbitos de la gastronomía, donde parece que la calidad unida a la imaginación son condenadas al ostracismo, y sustituidas por propuestas basadas únicamente en el beneficio económico; y por alguna extraña razón, ese fenómeno tiene en la Sierra Norte de Madrid una especial relevancia.

En cualquier caso, me alegro de que David siga adelante con sus ideas, y espero que las cosas mejoren y que sus preciosas gemelas puedan crecer en ese gran restaurante que es Vianda.
Ánimo.
Vianda
Avda. José Antonio 53
Becerril de la Sierra
918537377

miércoles, 22 de julio de 2009

Tartar de salmon y Priorat en blanco (y económico)

El verano se ha instalado ya, y con él los culebrones, los programas refrescantes con piscina y tías en bikini, Bertín Osborne, Ramón García, y sobre todo las noticias apocalípticas en los informativos sobre los peligros del estío, a saber, las medusas, las insolaciones, los robos en la playa, los timos de las agencias de viajes, el cáncer de piel o el ahogamiento. Si se resumiera en un solo mensaje, posiblemente sería, “Señora, no salga de casa, podría usted morir”. Al final uno acaba concluyendo que, como bien decía Alfonso Arús, “el verano es una mierda”.

Sin embargo no todo está perdido, nos queda disfrutar de la gastronomía de temporada y no sólo de ensaladas y melón vive el homo aestivalis, por eso se me ocurrió este tartar de salmón bien fresquito que a continuación comentaré.


Para prepararlo sólo necesitamos unos lomos de salmón (como uno por persona si es plato único), un aguacate, mitad cebolla morada y mitad en salmuera (si es roja, mejor), una lima, nata líquida, sal, sal de humo (si tenemos), azúcar,y, si acaso, unas rebanadas de pan tostado.

Si puede ser, conviene empezar el día anterior marinando el salmón, para ello podemos utilizarlo fresco, o bien, si tenemos miedo al anisakis (dificil que haya en un salmon de pisci), comprarlo congelado. A este respecto, Día vende unos completamente desespinados en cajas de dos lomos, en paquetes individuales al vacío que están la mar de bien por menos de 3 euros.

Si lo utilizamos congelado empezaremos 2 días antes, y, es muy importante descongelarlo bien, poco a poco en la nevera y sobre un recipiente que permita al pescado soltar el agua sin quedar en contacto con ella.



Una vez descongelado preparamos la marinada, sazonando el pescado por todas sus caras con un poco de sal, una pizca de sal de humo (si tenemos, sino, más sal), la mitad de azúcar y un toque de eneldo al gusto (yo prefiero ponerle poco). Hecho esto lo tapamos con papel film y sobre éste un peso que puede ejercer, por ejemplo, otro plato. Y nos olvidamos de él entre ocho y doce horas.


Aunque terminado este proceso se puede comer, y además está bien bueno, hemos querido darle un poco de enjundia al plato haciendo una especie “tartar”.







Para ello picamos el salmon, sin que sea necesario hacerlo muy finamente, por ser un bocado agradable, pero sí es importante hacerlo a cuchillo para no romper la estructura del pescado.




Hecho esto lo ponemos en un bol añadiendo un par de cucharadas de aceite de oliva virgen, y unas gotas de salsa Perrins. Corregimos de sal si es necesario, mezclamos bien y reservamos en la nevera.

Seguidamente picamos la carne del aguacate en cuadraditos y unimos a la cebolla también picada. Una vez mezclado le añadimos ralladura y el zumo de media lima, punto de sal y una cucharadita de aceite de oliva.

Lo podemos dejar también en la nevera mientras preparamos el remate, para ello ponemos en un bol 5-6 cucharadas de nata líquida a la que añadimos el zumo de la otra mitad de la lima y punto de sal. Batimos bien con un tenedor para que monte un poco y listo.

Solo queda emplatar, para ello podemos mezclarlo todo, aunque yo he preferido hacer dos capas diferenciadas de salmón y verduras utilizando un aro de emplatar.

Finalmente salseamos con la nata agria. Si nos ponemos estupendos también podemos añadir por encima unas huevas de salmón. Yo no tenía.


Puede tomarse así, aunque agradecerá unas rebanadas de pan tostado o unas regañás. Rico, fresquito y muy económico.



Y siguiendo la vena fresca y económica quedaba escoger un vino, mejor blanco, para soportar al calor y a Ramón García.

Había que evitar uno lo suficientemente sutil como para evitar que sucumbiera al aguacate (muy difícil de maridar), pero tampoco caer en albariños, potentes y perfumados, que ocultaran la delicadeza del pescado. Además, vendría bien algo de complejidad de madera bien entendida para ligar los aromas del humo. El elegido fue Mas D'en Just 2006.



Uno, que no es amigo de tablones gratuitos, encontró el compañero perfecto en este DOQ Priorat, monovarietal de viognier de una sola finca llamada Les Myriams. La vendimia manual se llevó a cabo a finales de septiembre de 2006, siendo el 50% elaborado como un blanco joven con maceración peculiar, y el otro 50% fermentado y criado sobre sus lías durante cinco meses en barricas de acacia. Se embotelló a mediados de abril de 2007.

Dorado mate con aromas complejos de kiwi, piel de naranja, frutos secos (avellanas) y Cointreau. Muy envolvente en boca, más frutal que en nariz, y sorprende su contundente acidez que prolonga el recorrido. Hay madera pero se impone claramente la fruta. Sensaciones muy cítricas y notable persistencia.


Complejo y largo a un precio increible inferior a 6 euros. Haremos acopio porque además creo que seguirá evolucionando bien. Sin duda una de las sorpresas del verano.

jueves, 16 de julio de 2009

Blancos varios y tintos con uvas raras (I)

Uno nunca escarmienta, y sobre todo cuando tiene la oportunidad de repetir catas pantagruélicas y compartirlas con amigos.

El pasado fin de semana nos reunimos en torno a unas cuantas botellas y sus viandas, y dada la extensión del evento y que esta vez sí me llevé la libretita, se me ha ocurrido la posibilidad de comentarlo dividido entre los dos blogs, así que empezaremos aquí con los más accesibles.

El primero en caer fue un curioso albariño que encontré mientras desarrollaba labores de prospección en Las Añadas de Pontevedra, un monovarietal portugués llamado Rolan (etiqueta negra) en su añada 2004. Los 8 euros que me costó permitían experimentar. A la vista apareeció con un bonito amarillo dorado revelándonos su edad. Impresionante y viva nariz de hidrocarburos, fruta blanca madura, frutos secos (nueces), crema tostada, ciertamente complejo. En boca era envolvente y ciertamente largo, con buena acidez todavía, pero ya en caida libre. Retronasal intensa y muy frutal al inicio que remata , de nuevo, en frutos secos. Lo cogimos justo en su momoento. Qué buenos son a veces los experimentos.


Seguimos con este Mengoba 2007, blanco del Bierzo elaborado con godello y doña blanca, pero sin paso por madera. Se mostró con un amarillo pajizo claro, algo verdoso. A diferencia de lo esperado, en nariz revelaba aromas muy vivos de cítricos, melocotón y un fondo de lías de cierta intensidad.

De nuevo sorprendía su buena acidez en boca, frente a lo que suele ser la godello en esta zona. Agradable y corpulento, aunque de recorrido algo corto. En retronasal se imponían las frutas de hueso y, de nuevo, las lías, algo excesivas para mi gusto. Un vino interesante en conjunto con un precio muy variable según dónde lo compres, pero que no debería superar los 12 euros.


Nos acompañaron en este inicio los mejillones como puños que nos trajo Rodri, y que Adrián preparó en un finísimo escabeche en el que me hubiera dejado cinco barras de pan, pero había que ser precavidos con lo que se venía por delante.


Y salimos de España y nos vamos nada menos que a Austria con un monovarietal de grüner veltimer llamado Nikolaihof 07 (bodega que hace trabajos muy destacables con la riesling). Común a la vista con un amarillo pajizo, y discreto en nariz con notas herbáceas de heno, flores y un ligero fondo mineral. Destacaba más en boca por su potente acidez, algo excesiva pese a la sensación grasa que acompañaba al trago. Retronasal también herbácea, algún recuerdo de hinojo, y un postgusto bastante corto (Creo que ronda los 16 euros).


Cambiamos de continente con un coupage californiano de vermentino y garnacha blanca, llamado Edmunds St. John “Heart of gold” 2008, amarillo verdoso y con una no muy intensa, aunque curiosa naqriz de frutas de hueso y aceitunas verdes. En boca era graso, envolvente, de baja acidez (especialmente baja teniendo en cuenta el precedente) y un finar amargo que daba complejidad al recorrido. Me gustó. Diferente (no sé si se distribuye en España, en su tierra creo que anda por los 18 dólares).


Seguimos con algún blanco que, por razón de su precio, comentamos en el blog paralelo. Cayeron con unas navajas que todavía coleaban.

En tintos la cosa iba de uvas raras, así que empezamos con un monovarietal de Parraleta, variedad autóctona del Somontano que algunas bodegas están recuperando. El primero en este sentido fue Ballabriga 2006 (7 euros en Santa Cecilia), con un vivo rubí bien cubierto y una nariz dominada por el café, caramelos y algunas notas de frutillas. Despuntaba algo de alcohol en boca y, en conjunto presentaba serias dificultades encontrar rasgos característicos de la variedad. No obstante, siempre alegra ver que ciertas bodegas apuestan por variedades autóctonas.

Después de un Juan García que comentaremos también en el paralelo por las razones expuestas, Adrián nos sorprendió con un decantador salido de no se sabía dónde. Tocaba cata ciega. Palos de ciego apuntaron a Borgoña, pero alguien exclamó “esto es de aquí”.

Efectivamente, se trataba de A Torna dos Pasás Escolma, ojo, 2002!. uvas Brancellao, Ferrol, Caiño longo y Caiño redondo de producción limitada en las mejores fincas de Luis Anxo Rodríguez, con un fino cereza, ribete asalmonado, y una nariz de evolución brutal, con eucalipto, moras, más especias en copa agitada, con hierbabuena, tomillo, violetas, muy complejo, y una boca todavía mejor, entrada golosa y de largo recorrido, envolvente, sedosa y culminante en viva acidez. Finísimo y realmente interminable. De esos vinos que no cansan, para beberse una caja entera. Una añada realmente difícil de encontrar, por eso, si alguien topa con él, que no lo deje escapar.


Y como el resto de lo catado se nos sale del presupuesto, continuamos en la trastienda.

domingo, 12 de julio de 2009

Kyoto: cocina oriental para impacientes

Tras un rosario de decepciones y batacazos gastronómicos en los aledaños de mi morada, que ya comenté alguna vez, este fue el primer restaurante decente que encontré (luego vinieron Strogonov y El 27). Pero te sirven tan rápido que hasta que me lo he propuesto seriamente, no he conseguido documentar un reportaje en condiciones, y por eso no hemos hablado de él hasta ahora.

Kyoto es uno de esos orientales-chic, que ahora están tan de moda, y que suelen combinar una decoración modernilla y algo minimalista con una oferta gastronómica que viene a ser un popurri de las cocinas de los distintos restaurantes orientales que podemos encontrar, a saber, china, japonesa, tailandesa... Los hay mejores y peores, y los hay baratos y de atraco a mano armada con nocturnidad y alevosía. Este, a mi juicio, está bien en ambos aspectos.

Y es que el otro día (¡ojo! Antes de que empezara con la dieta), tras haber leído un interesante reportaje en Metrópoli sobre el pato laqueado, me entró un antojo incoercible de dicho manjar; y como la vida son dos días, y la cuarta parte nos la pasamos trabajando para pagar impuestos, había que darse el gustazo, así que allí nos fuimos.

Por primera vez (y creo que es la cuarta que visito este lugar) teníamos las ideas claras, pues la carta es extensísima: sashimi variado para empezar, que a mi novia le priva, y pato laqueado, (mínimo dos personas) acorde con mi antojo gestacional.

Primero sirvieron el sushi variado, compuesto de diversas piezas de distintos pescados con su arroz, y en el que podemos encontrar atun rojo, salmón, huevas, pez mantequilla, langostino y otro bicho que no sé lo que era pero estaba muy rico; en cualquier caso, sé que no era pez globo mal cortado porque han pasado tres semanas y sigo con vida. Todo ello, por supuesto con su jengibre y wasabi.


El problema, como dije más arriba, son los tiempos, y es que deben tener unos catorce camareros por comensal que, como no son españoles, son incapaces de estar desocupados y no te dejan en paz. Antes de que hayas terminado un plato te traen el siguiente, antes de que termines tu copa ya te la han llenado otra vez y, - hagan la prueba – antes de que el cubierto que se te ha caído, entre en contacto con el suelo, Jet Li ya lo ha recogido por tí. Por eso me centré en comerme el sushi antes de que se lo llevaran y no lo pude fotografiar, pero era muy vistoso (el de la foto es el más parecido que he encontrado en la red).

Mientras forcejeaba por comerme un trozo de jengibre (que por cierto me encanta), apareció un montón de gente con un carrito con el pato y lo que parecía un equipo de material quirúrgico: el numerito del pato laqueado acababa de empezar.


Jo, mola un montón. Primero le van retirando la piel, que es muy crujiente, la cortan y rellenan con ella una especie de crepes que después sazonan con una salsa ligeramente dulce y aromática. Son ligeras y están buenísimas.

Seguidamente, cuando estás masticando el último trozo de la última crep (seguro que tienen un nombre técnico), alguien que, sin duda, te estaba observando, te trae la sopa. En realidad por el aspecto se parece más a un gazpacho, aunque el sabor no se parece a nada conocido, agridulce y muy especiado, y en su interior hay pato (como no), verduras y noodles. Es muy sabrosa y, aunque empiezas a estar lleno, no puedes evitar terminártela.


Pero todavía no te la has terminado y aparece el último plato, pato salteado con verduras. Pese a no tener ninguna complicación, también está muy rico. Porciones magras y muy tiernas del ave junto con verduras crujientes, con una salsa ciertamente agradable.


Acabamos por los suelos y fuimos incapaces de terminarnos el último plato. Teniendo en cuenta eso, junto con que aquí (al igual que en la mayoría de los orientales de verdad) los postres carecen de interés alguno, no pedimos nada más salvo un café.

Acompañamos la velada, eso sí, de un Idrias Merlot 2007, rosado cuya nariz me llevó a revisar inmediatamente la contraetiqueta para constatar que, efectivamente, tenía una crianza de un año en barrica; y aunque empezó marcando un poco la madera, no tardó en sacar fruta conforme fue acercándose a su temperatura, y pudo con todo el menú sin desfallecer. Con una acidez muy refrescante y un cuerpo muy serio, acompañó mucho mejor a la comida de lo que lo hicieron ciertos blancos por los que en otras ocasiones nos decantamos. Un vino diferente de esos hechos para comer. Grata sorpresa.


Por cierto, decir que la carta de vinos no está mal, aunque los precios, si bien correctos en unos casos, se veían extrañamente desproporcionados en otros.

En total sales a unos treinta y tantos euros por persona y, sobre todo, muy lleno, pero al día siguiente te apetece volver.

Kyoto
C/ Cordel de Valadolid 4
Collado-Villalba
918519488

Vinos y lugares para momentos inolvidables

Galicia entre copas, SEGUNDA EDICIÓN

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